Josephine Baker descansa con los héroes

Asunción Serena PARÍS

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SARAH MEYSSONNIERPOOL

La cantante y bailarina yace en el Panteón de ilustres de la República

06 dic 2021 . Actualizado a las 09:26 h.

La cantante y bailarina Josephine Baker está desde el 30 de noviembre en el Panteón, mausoleo republicano que Francia dedica a los hombres y mujeres ilustres de la nación. Es la primera artista que es honrada de esta manera, aparte de grandes escritores como Víctor Hugo y Emile Zola, pero no es la razón de este homenaje. Para entrar en el Panteón es necesario haber tenido una vida comprometida con los valores que engrandecen la República, y la suya estuvo marcada por la sed de libertad y de justicia, que adquirió todo su sentido a través de su acción en la Resistencia durante la Segunda Guerra Mundial y como militante antirracista.

Hablan de ella como de la primera mujer negra que es inhumada en el Panteón, aunque sus orígenes eran muy variados: afroamericano, amerindio y español.

El mismo día que Martin Luther King lanzó, en 1963, su mítica frase «I had a dream», durante la Marcha en Washington por el trabajo y la libertad, Josephine Baker pronunció un discurso desde el mismo atril. Había cambiado las plumas y la purpurina por su uniforme militar. Para ella fue «el día más feliz de toda mi vida». Una vida que comenzó en 1906, en Saint Louis, Missouri.

La pobreza la obligó a abandonar el colegio a los 13 años para trabajar como empleada en una casa. Pero ella quería ser bailarina, soñaba con Broadway, y con apenas 16 viajó a Nueva York para probar suerte. Esta llegó cuando le ofrecieron un contrato para participar en un espectáculo musical, pero en París.

Símbolo de la Francia colonial

A los 19 años, Josephine Baker se convirtió en la estrella del teatro Champs-Elysées con La revue nègre, una «danza salvaje» en la que interpretaba a su manera el charlestón, «improvisaba, embriagada por la música, el teatro a reventar bajo el calor de los proyectores», recordaba ella años después. Cubierta con una falda de plátanos y unos collares, se convirtió en un símbolo ambiguo de la Francia colonial, con poso de racismo, pero fascinada por el exotismo de la artista. Un año más tarde tenía su primer cabaré en Montmartre, Chez Joséphine.

Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, Josephine Baker se puso en contacto con el servicio de contraespionaje francés. Comenzó como estrella del music hall, participando en conciertos de apoyo moral a las tropas en la línea Maginot, que debía frenar el avance de los alemanes, y en el Casino de París, donde en 1940 se negó a cantar ante el ocupante nazi.

Después, bajo su estatus de artista, trabajó como agente de información en Europa y el norte de África. Creó una compañía ambulante con Jacques Abtey, jefe del servicio de contraespionaje y otros agentes al servicio de los aliados y realizó una gira por España y Portugal.

Tras el desembarco de los aliados en el norte de África, se unió al ejército del aire en 1943 y fue enviada como subteniente a los distintos teatros de operaciones como símbolo de un arte francés que no se había comprometido con el enemigo.

Finalmente, al acabar la guerra, viajó a Alemania para cantar ante los prisioneros y deportados que habían sido liberados.

Josephine Baker recibió la Legión de Honor y la Cruz de Guerra, así como la medalla de la Resistencia con roseta, distintivo que solo fue concedido a 4.600 personas.

De nuevo, ante la segregación

En 1947, de nuevo en Estados Unidos, tuvo que enfrentarse una vez más a la segregación. En Francia era una estrella, pero en su país de origen le negaban la entrada en los hoteles y el servicio en restaurantes, lo que le incitó a militar en la Liga Internacional contra el Racismo y el Antisemitismo.

No pudo tener hijos y adoptó doce niños de diversos orígenes con los que se instaló en un castillo de Dordogne donde fundó la «capital de la fraternidad».