El «bos días» que sorprendió a Yolanda Díaz en Valladolid

Francisco Balado Fontenla
Fran Balado VALLADOLID / ENVIADO ESPECIAL

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Sabino Vázquez.
Sabino Vázquez.

Sabino Vázquez estaba ayer con sus amigos en Castronuño cuando se detuvo la comitiva de la vicepresidenta antes de participar en un acto de campaña

11 feb 2022 . Actualizado a las 06:00 h.

Se había generado una gran expectación por el sitio que escogería Yolanda Díaz para participar en su único acto en campaña. Y causó sorpresa que, lejos de decantarse por una ciudad, finalmente fuera Castronuño, un ayuntamiento vallisoletano a orillas del Duero de 800 habitantes, aunque en realidad más de la mitad de ellos tienen su vida fuera, tal y como apunta un vecino. Entre las razones: es un feudo de IU, en donde desde las primeras municipales solo se ha alternado en el poder con el PSOE; representa a la España Vacía, una batalla fundamental en esta campaña; tiene un gran encanto (los vecinos invitan a hacer el sendero de los almendros) y también porque es la cuna de Unai Sordo, el líder de CC.OO., quien seguramente tuvo su protagonismo en la recomendación.

Un pequeño grupo de jubilados tomaba ayer café en el Triángulo, un bar alejado de todos los focos. La prensa hacía guardia frente a la casa consistorial, en donde esperaban el alcalde, el candidato de Unidas Podemos, Pablo Fernández, y muchos curiosos. Los jubilados se sorprendieron cuando de repente se plantaron a las puertas del establecimiento dos coches de alta gama y una berlina con las lunas tintadas. De uno de ellos bajó un chico para entrar en el bar, donde pegó un barrido visual al local. «¿Pero qué pasa aquí?», se preguntaba la clientela. De inmediato descendieron de los vehículos Yolanda Díaz y parte de su equipo, que querían hacer una parada técnica antes de llegar al punto de encuentro. Los jubilados reconocieron a la vicepresidenta y saludaron a medio camino entre la educación y la timidez. Y entre los saludos se coló un «bos días», lo que hizo detenerse a la vicepresidenta segunda, que identificó las dos palabras en gallego en Valladolid.

Era Sabino Vázquez, jubilado de 72 años y natural de Santa Eulalia de Moar (Frades), con el que estuvo charlando un instante interesándose por su procedencia. «Soy de Ordes», le dijo Sabino. «¡Yo también!», respondió una de las asesoras del equipo de la vicepresidenta. «Claro, hay mucha gente que no conoce Frades, por eso le dije que era de Ordes», matiza unas horas después Sabino Vázquez a La Voz de Galicia.

Lleva ya casi cuatro décadas instalado en este pueblo, de donde es natural la familia de su mujer. Sabino y Díaz charlaron un rato «en galego», mientras el resto de la clientela estaba pasmada. «Yo encantado de saludarla. Me cae muy bien. No es porque sea vicepresidenta, ni porque sea gallega. Simplemente, porque es una mujer muy tratable».

Se casó en el País Vasco, donde emigró a los 18 años, y en donde tuvo dos hijos. «A mi mujer la criaron unos hermanos de su madre. Ellos vivían aquí. Eran tres hermanos solteros. Y con el tiempo dijimos que teníamos que volver al pueblo para cuidarlos a ellos, es ley de vida. Y queríamos hacerlo antes de que mis hijos fueran grandes, porque luego hacen amistades en el País Vasco y nos separamos de ellos. Nos vinimos cuando mi hija tenía tres y mi hijo año y poco. Y aquí hemos hecho nuestra vida. He trabajado en una empresa de señalización de carreteras unos 25 años», comenta.

Sabino se fue de Galicia cuando la mayoría de edad estaba todavía establecida en los 21 y tras haber estudiado hasta sexto de bachiller en el instituto de maestría industrial de Santiago. Tuvo que dejar los libros porque su hermano mayor también estudiaba. «Para mi padre era mucho estudiar los dos», afirma, por lo que se sacrificaron los estudios del benjamín. Fue entonces cuando empezó a trabajar de camarero en la cafetería Alameda, «enfrente de la Herradura», detalla. «Entonces era de la familia Suárez, pero cambió de dueños». Tras un año detrás de la barra se marchó en busca de un futuro mejor al País Vasco. «Encontré trabajo a los dos días».

Sabino acude a Galicia todo lo que puede. Tiene un hermano que montó una tienda de motos en la coruñesa Ronda de Outeiro, que ahora regenta su hijo, y otro que trabaja como químico en Santiago para la Xunta. Y en Moar todavía siguen viviendo su hermana y su cuñado. «Hace casi cinco años que no voy. Y me pesa. El tío de mi mujer tiene 92 años y recibe mucha atención, y claro, no podemos dejarlo solo. Mi mujer me dice que me escape yo un fin de semana, pero al final...».