Los olvidados de la vacuna

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Monicah Mwangi

Casi la mitad de la población mundial sigue al margen del milagro científico que ha cambiado el signo de la pandemia y salvado millones de vidas en países desarrollados

15 mar 2022 . Actualizado a las 16:03 h.

Cristina, Estefanía y Vanesa han inyectado entre las tres varias decenas de miles de vacunas contra el coronavirus. Ramiro, en cambio, está más preocupado por la malaria, el sida, la tuberculosis o por «la falta de una cobertura vacunal infantil adecuada frente a las principales enfermedades prevenibles como el sarampión, la meningitis o la fiebre amarilla». Todos se dedican a lo mismo, a la enfermería, solo que las primeras trabajan para el Sergas en Galicia, una de las regiones del mundo con mayor porcentaje de vacunación contra el covid-19, y Ramiro García (Madrid, 1977), para Médicos Sin Fronteras (MSF) en Bangui, la capital de la República Centroafricana: un pequeño país entre el Chad, Sudán, Sudán del Sur, República del Congo, República Democrática del Congo y Camerún de casi cinco millones de habitantes en el que apenas se han repartido 2,2 millones de dosis. Donde ni siquiera la falta de inyectables, que se pueden encontrar con cierta facilidad en las ciudades, es el principal problema. Les afecta más «un sistema de salud muy débil debido a la pobreza», la «existencia de un conflicto armado cronificado» y que «parte de la población no confía en las vacunas». De ahí que una parte de su trabajo y del de MSF, que se centra en la coordinación sanitaria, sea también informar a la ciudadanía de «la importancia de que las personas con factores de riesgo sigan las medidas de protección y de la vacunación para protegerse y para proteger a la gente cercana frente a la enfermedad».

Sin embargo, el caso de Centroáfrica, con apenas el 15 % de la población vacunada, ni siquiera es el peor. Burundi (con el 0,08), República Democrática del Congo, Haití, Chad, Yemen, Papúa Nueva Guinea, Sudán del Sur, Madagascar y Camerún no llegan siquiera al 5 %. En cambio, en Gibraltar, por efecto de los trabajadores transfronterizos, o en Emiratos Árabes, que regalan las dosis a los turistas, se han vacunado más personas que los habitantes que tienen. De hecho, en el conjunto del planeta solo está vacunado el 56 % de la población y, por el medio, hay ejemplos de rotundo éxito como el de Portugal, con prácticamente el 95 % de sus ciudadanos inoculados, y también notables fracasos como el de Bulgaria, que pese a contar con el mismo nivel de acceso a través de la Unión Europea apenas ha vacunado a uno de cada cuatro nacionales, presas de la desinformación y la desconfianza.

El milagro científico de las vacunas contra el covid —particularmente las de ARN mensajero, que tienen como cara más visible al matrimonio turco-alemán que desarrolló la fórmula para Pfizer/BionTech—, además de culminar décadas de investigación deja tras de sí una serie de disfunciones comunes a todos los desequilibrios globales. La UE, tal y como presume la presidenta de la Comisión o el presidente español, ha donado más dosis de las que ha administrado entre su población, pero también, tal como denuncia la Alianza Popular por las Vacunas, ha tirado ya más unidades (55 millones) de las que ha enviado a África (30 millones). Un continente en el que ahora se está montando de la mano de la OMS el primer centro de transferencia tecnológica para la producción de vacunas de ARN, que llega después de que científicos sudafricanos obtuvieran una copia casi exacta de la de Moderna, sin colaboración de la farmacéutica.