Un tanque en el jardín de la abuela Valentina

Xurxo Fernández Fernández
Xurxo Fernández A CORUÑA / LA VOZ

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Valentina, de 84 años, en casa de uno de sus nietos, tras lograr salir de Volnovaja.
Valentina, de 84 años, en casa de uno de sus nietos, tras lograr salir de Volnovaja.

Con 84 años, logró escapar de Volnovaja, borrada del mapa por los rusos, tras una odisea que costó la vida a su marido

23 mar 2022 . Actualizado a las 17:54 h.

Mi abuela vivía en el pueblo de Volnovaja». Vladislav cuenta la historia abrazado a su protagonista. Es por el pueblo que habla en pasado. Volnovaja ya no existe.

La guerra se presentó a la señora Valentina con un tanque asomando en su jardín. Allí sigue el esqueleto de hierro, en mitad de la nada que ayudó a crear donde antes había un montón de casas y un enorme mercado. Ella no se quedó a ver cómo el paisaje cambiaba a golpe de proyectil antes de que el cañón y las orugas quedaran inutilizadas, impidiendo proseguir con el bombardeo o emprender la retirada. «Estaba haciendo mis labores en casa cuando empezaron los disparos. No tuvimos tiempo de coger nada. Salimos y ya había mucha gente por las calles corriendo en busca de un refugio en el que esconderse», revive, mezclando su testimonio con el del nieto.

Uno de los tanques rusos destruidos en Volnovaja.
Uno de los tanques rusos destruidos en Volnovaja.

Emplea el plural para que la crónica de los últimos días de esta localidad de 23.000 habitantes, a medio camino entre Mariúpol y Donetsk, recoja desde el principio el recuerdo más fresco de su marido. Valentina no huía sola. Con ella estaba Anatolii, como siempre. Como cuando juntos compartían jornada en la obra. Él, soldador; ella, pintora. Cuarenta años mezclados también en el trabajo. «Había mucho pánico y casi me parto las rodillas bajando los escalones del refugio; entré allí a rastras. No sé cuánto tiempo estuvimos dentro, pasando frío y sin poder salir», prosigue de vuelta al relato.

La otra voz que lo arma añade una escena de los días a cubierto. «Varios habitantes del pueblo se escondieron juntos en una vivienda y una noche los soldados rusos taparon con un balde la boca de la chimenea para asfixiarlos. El hijo de una vecina subió por el techo y lo retiró. Después huyeron a pie hasta una ciudad cercana que aún no había sido tomada», comparte Vladislav, recuperando el testimonio de distintos habitantes de Volnovaja con los que ha tenido contacto.

Valentina y Anatolii, junto a la mujer de su nieto y la madre de esta.
Valentina y Anatolii, junto a la mujer de su nieto y la madre de esta.

Para Valentina echarse a la carretera no era una opción, cumplidos los 84, así que permaneció a cubierto: «Hasta que un responsable nos mandó a todos ir a la estación para que nos trasladaran. Al salir ya no había casas ni nada, todo había sido destruido. Nos subimos a un autobús y nos llevaron a otra ciudad. Allí murió mi marido». Anatolii no pasó de Pokrovsk, cien kilómetros al norte del hogar que había abandonado con lo puesto; sin muda, dinero ni papeles. Así se lo llevó la ambulancia después del infarto que lo tumbó tras haber resistido el bombardeo y los rigores del improvisado búnker.

«No sé dónde está enterrado», lamenta ella en uno de los vídeos entre los que desgrana su historia. No habrá ya ceremonia de despedida. Difícilmente desandará el camino. Pokrovsk aún quedaba demasiado cerca del frente ruso y Vladislav mandó a buscarla. Sergii, uno de los voluntarios que trasladan refugiados por Ucrania, la llevó en su coche a Globino. Durante las siete horas de viaje escuchó contar cómo acabó un tanque en el jardín de Valentina.