El declive de Macron y la resistencia de Le Pen, la intersección más peligrosa para Francia

La Voz R. CAÑAS, A. TORRES DEL CERRO | EFE

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SARAH MEYSSONNIER | REUTERS

Apenas cuatro puntos separan a los dos candidatos, que el próximo 24 de abril se medirán en un inevitable cara a cara. Este es el perfil con el que cada uno llega al duelo definitivo

11 abr 2022 . Actualizado a las 13:30 h.

Una intersección es el punto exacto en el que dos rectas se cruzan. En la primera vuelta de las elecciones en Francia, el mundo estaba expectante. Por un lado, el declive de un Emmanuel Macron mermado por cinco años de mandato, que no han terminado de complacer a la ciudadanía francesa, condicionado por una crisis doméstica (las protestas de los «chalecos amarillos») y otras dos de alcance mundial (la pandemia de coronavirus y la guerra de Ucrania). Por otro lado, Marine Le Pen, la líder ultraderechista que año tas año acumula votantes y que ha conseguido limpiar la imagen de un partido extremista hasta hacerlo parecer una opción viable, civilizada y que no entraña grandes riesgos democráticos. Ha faltado poco para que ambas líneas se tocaran, sin embargo, Macron se situó 4 puntos por encima de Le Pen en este primer encuentro en las urnas. El próximo día 24 de abril, Francia se volverá a enfrentar a la intersección más peligrosa. El cara a cara entre ambos candidatos electorales es inevitable. Este es el perfil de cada uno. 

Emmanuel Macron: «He cambiado y envejecido un poco. Soy consciente»

El Emmanuel Macron que buscará un segundo mandato como presidente francés el próximo es muy diferente del que en 2017 sedujo al país como un candidato casi llegado de fuera de la política para instalarse en el Elíseo. Con 39 años, fue el hombre más joven (no ha habido mujeres presidentas) en llegar a la jefatura del Estado en 2017. Sin embargo, ha perdido buena parte de su capital político en su accidentado mandato de cinco años en el Elíseo.

Una grave crisis doméstica (las protestas de los «chalecos amarillos») y otras dos de alcance mundial (la pandemia de coronavirus y la guerra de Ucrania) han pesado mucho en un mandato en el que las controversias no han cesado. Muy lejos parece haber quedado el político de aspecto juvenil y atractivo, que sedujo a los franceses y pasó de ser casi un desconocido a ocupar la Jefatura del Estado. Si entonces Macron prometió una «revolución» con transformaciones muy ambiciosas, ahora se contenta con continuar el rumbo emprendido, con reformas como la de las pensiones y unos objetivos -y un tono- mucho más moderados.

Su empaque actual es el de un tecnócrata experimentado que propone seguir pilotando el país con mano segura, muy diferente del recién llegado sin partido que conquistó los cielos políticos en 2017. «Habrá más crisis» y cuando lleguen los franceses «ya tendrán una cierta idea de la forma en que voy a actuar», afirmó Macron en la presentación de su programa, un compendio más técnico que audaz de propuestas.

Fiel a su objetivo de abrir una tercera vía entre conservadores y socialistas, ha combinado medidas de derecha (como la supresión del impuesto sobre la fortuna o la promesa de subir la edad de jubilación) con otras de izquierda (como abundantes subsidios para las capas más sensibles a las alzas de precios de la energía o de los productos básicos). Pero su medida más destacable fue, posiblemente, la estrategia del «cueste lo que cueste» por la que el Estado inyectó enormes cantidades de dinero para sostener las empresas obligadas a cerrar durante los confinamientos sanitarios de 2020/21 y pagar los salarios de quienes no podían trabajar.

Defensor de la lucha contra el cambio climático y de Ucrania tras la invasión, Emmanuel Macron ha ejercido un importante liderazgo tanto en la Unión Europea (UE) como a nivel global, en busca de mantener la destacada posición mundial de Francia. En la UE ha sido el complemento de Angela Merkel en el eje francoalemán y, tras la marcha de esta, ha asumido un papel protagonista aprovechando la bisoñez exterior del nuevo canciller alemán, Olaf Scholz.

Hijo de médicos nacido en Amiens (norte) aunque con raíces en el sur, Macron reconoce su predilección por los Pirineos, ya que su abuela materna era de una localidad cercana a la comunidad española de Aragón. Se formó, como tantos otros dirigentes franceses, en la Escuela Nacional de Administración (ENA), un auténtico vivero de la clase gobernante francesa, una institución tan alabada por su calidad como denostada por el supuesto elitismo de sus egresados. Tras debutar en la Administración como inspector fiscal, pasó en 2008 a la banca de negocios Rothschild, de la que dos años después ya era socio.

De allí volvió al sector público, pero en un nivel muy superior. Primero fue secretario general adjunto del Elíseo y luego ministro de Economía (2014) con el presidente socialista François Hollande, cargo que dejó dos años después para lanzar su asalto a la Presidencia. Creó un partido a su medida (La República en Marcha, LREM) para ganar el poder Legislativo y logró la mayoría absoluta en la Asamblea Nacional. Pero la formación, carente de implantación territorial, no controla el Senado.

Confrontado en una reciente entrevista con una fotografía de cuando llegó al Elíseo, Macron, con sienes clareadas por las canas que han dejado atrás al hombre que cautivó a Francia en 2017, reconoció con voz melancólica: «Me temo que he cambiado y envejecido un poco. Soy consciente».

Marine Le Pen: «No temo ni emboscadas ni traiciones»

Un nuevo partido ultraderechista que le hizo competencia, traiciones familiares y su afinidad con el presidente ruso, Vladimir Putin. Marine Le Pen ha sorteado toda clase de obstáculos y ha logrado, por segunda vez consecutiva, pasar a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales francesas como la abanderada de los ciudadanos que no llegan a fin de mes.

Le Pen (Neuilly-sur-Seine, 1968) se puede dar por satisfecha porque prácticamente ya ha conseguido desvincular su apellido del legado de su padre, Jean-Marie, un furibundo político antiinmigración y fundador del Frente Nacional (FN) que dio la campanada en 2002 cuando se clasificó para la segunda vuelta. Marine lleva una década buscando suavizar de forma progresiva la imagen de su partido. Cambió el nombre , del Frente Nacional a Agrupación Nacional; abdicó de su proyecto de abandonar el euro tras abultada la derrota ante Emmanuel Macron en 2017 y se dedicó a hablar de las estrecheces económicas de los franceses de a pie, antes que de los extranjeros. Una apuesta con resultados.

Según las encuestas, los franceses juzgan que la candidata de la Agrupación Nacional «conoce mejor las preocupaciones de los franceses» que el presidente saliente, Emmanuel Macron. Control del precio de la energía, aumento de los salarios, reducir los impuestos de las pymes. Le Pen ha hecho suyas estas causas, alargando su popularidad, más allá de sus bastiones electorales en el noroeste y el sureste del país. Con respecto a su histórica seña de identidad, la inmigración, mantiene su radicalidad con la restricción de subsidios a los extranjeros como el del desempleo, además de la prohibición del velo islámico.

Le Pen ha sorteado varias trabas en los últimos meses. Las dificultades económicas de su partido -tiene que reembolsar un alto préstamo en un banco ruso que ahora pasó a manos de uno húngaro- se unieron a la división del campo ultraderechista con la irrupción del tertuliano Éric Zemmour, quien atrajo a importantes figuras del entorno de Le Pen, entre ellas su sobrina, Marion Marechal, nieta de Jean-Marie Le Pen y diputada del Frente Nacional entre 2012-2017. «Siempre que me he caído, me he levantado (...) No temo ni emboscadas ni traiciones», respondía Le Pen en un acto de campaña.

Otro obstáculo superado fue la guerra de Ucrania. Mientras Zemmour se hundía en los sondeos por sus antiguas declaraciones admirativas hacia Putin, ella resistió bien, a pesar de que muchos recordasen la foto en la que el presidente ruso la recibía, sonriente, en el Kremlin antes de los comicios de 2017. Para desligarse de la imagen de complacencia con el mandatario ruso, Le Pen respaldó que Francia abriese los brazos a todos lo ucranianos que huían de su país.

Marine Le Pen, la pequeña de las tres hijas de Jean-Marie Le Pen y Pierrette Lalanne, se crio en el oeste de París, en un medio burgués y católico. Traumatizada por el atentado contra su padre en 1976 -una explosión de la que salieron ilesos ella y su familia-, asegura que entró en política por casualidad. Tras ejercer la abogacía entre 1992 y 1998, ayudó a que su padre llegase a la segunda vuelta de 2002 -dejando en la cuneta al socialista Lionel Jospin- y midiéndose a Jacques Chirac. Desde entonces, Le Pen encadenó cargos públicos y tomó las riendas del FN en 2011.

Durante su mandato, expulsó en 2015 a su propio padre por no retractarse de unas declaraciones que relativizaban las cámaras de gas nazis, aunque años más tarde se reconciliaron. También se deshizo de su brazo derecho de 2017, Florian Philippot, propulsor del fallido proyecto de abandonar el euro. Madre de tres hijos y separada, ha recordado en algunos mítines su mala conciencia por no haber estado tanto tiempo con ellos como le hubiese gustado. También ha hecho famoso en las redes su amor por los gatos, con los que se fotografía a menudo.