Un reguero de tanques y ceniza cerca de Kiev revela los efectos más devastadores de la guerra

CARLES GRAU SIVERA IRPIN / EFE

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Hilera de carros de combate carbonizados en Irpin.
Hilera de carros de combate carbonizados en Irpin. Laurel Chor | Europa Press

La carretera que lleva a las ciudades liberadas al oeste de la capital está repleta de vehículos militares y civiles destrozados

14 abr 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

La carretera que lleva a las ciudades recientemente liberadas al oeste de Kiev está repleta de tanques rusos destrozados que ahora reposan en la cuneta formando una hilera infinita. Delante de uno de esos amasijos de hierro, Sasha ha estacionado su coche para tomarse un descanso antes de retomar su camino a Irpin, la que fue su casa antes de que las tropas rusas la redujeran a cenizas y cometieran una masacre.

Este ucraniano de 35 años, constructor de profesión, huyó de esta ciudad que colinda con la capital el 24 de febrero, cuando empezó todo. Su mujer y sus hijos, menores de tres años, escaparon a Polonia y Sasha recorrió 130 kilómetros al oeste para reunirse con su madre, donde permaneció hasta ahora.

Una semana después de que las tropas ucranianas retomaran la ciudad, decidió regresar a Irpin para ver qué pertenencias puede rescatar de entre las cenizas y el reguero de cadáveres que dejaron las tropas rusas a su paso. «Tengo dos hijos que se han quedado sin una casa en la que vivir. Ahora voy a Irpin, a ver qué puedo rescatar de mi piso que no fuera destruido», dice nervioso.

Ahora se tarda dos horas en entrar a Irpin, cuando desde Kiev el recorrido era antes de tan solo 20 minutos. Cientos de vecinos colapsan la estrecha carretera de solo dos carriles, flanqueada por coches carbonizados, con el mismo objetivo que Sasha. La devastación está presente. Edificios destruidos por proyectiles, un intenso olor a plástico quemado y un coche con un impacto de bala en el parabrisas en el que se lee en ruso la palabra «niños», en un intento fallido para que las tropas rusas tuvieran piedad.

Sin palabras

Sasha aparca su vehículo enfrente de su bloque, completamente devastado: «No puedo ni describir lo que siento», dice, al tiempo que recuerda que antes de la guerra tenía «una vida normal» con su familia. Su apartamento no ha sufrido graves daños y está cerrado con llave, señal de que los rusos no lo saquearon.

En el salón de su casa permanecen las cunas de sus hijos y algunos juguetes. Sasha hace las maletas con ropa, utensilios de cocina, herramientas y aparatos electrónicos: lo poco que ha podido rescatar de lo que fue su casa, aunque mantiene ciertas esperanzas de regresar. «Espero poder volver para otoño, pero creo que será más tarde porque hay que renovar todo el edificio. No sé cuándo me reuniré con mi familia, quizás cuando la guerra termine... Porque no hay lugar para que mi familia pueda volver», lamenta.

En el patio del edificio se encuentran Serguéi e Iván. Según Serguéi, «el mayor reto fue el psicológico» al ver sus casas destrozadas y la mitad del bloque saqueado. Asegura que unas diez personas que no abandonaron el edificio fueron asesinadas y sus cadáveres yacieron en el patio durante semanas.

Pero Iván sufre todavía más las consecuencias de un conflicto que experimentó antes: «Yo vivía en Donetsk. En 2014 tuvimos que escapar de la guerra y fuimos a Irpin. Y ahora, otra vez, estamos sin casa», lamenta.

Los que no pudieron huir de Irpin

Olga, de 62 años, no pudo huir de Irpin durante la invasión rusa porque a su marido le dio un infarto poco antes de la guerra y no se podía mover: «No podía dejar solo a mi marido», relata. Eso supuso también que no pudieran ir al refugio subterráneo porque viven en un noveno. Se las apañó para que los dos pudieran sobrevivir y encontró un pozo para coger agua, después de que los ataques devastaran la red de abastecimiento; mientras que cocinaba lo que podía en una hoguera improvisada.

De la misma forma, Alexandre, de 56 años, se quedó en su casa porque su anciano padre estaba enfermo, pero finalmente acabó muriendo antes de que Irpin fuera liberada. Su casa no resultó muy dañada y ahora se dedica a ayudar a las autoridades a encontrar posibles ubicaciones donde los rusos plantaron minas antipersona.

Su intención es quedarse en Irpin y hacer lo que pueda para que vuelva a renacer: «Si sobreviví a la ocupación, ahora no tengo ningún motivo para irme», asevera.