Stepán, de 11 años, tras resistir en un sótano en Chernígov y seguir vivo junto a sus padres: «Ya me da igual que no haya luz ni Internet»

La Voz CARLES GRAU SIVERA | EFE

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 Svitlana junto a su hijo Stepán, en la entrada del refugio subterráneo usado para protegerse de los misiles, en la ciudad de Chernígov
Svitlana junto a su hijo Stepán, en la entrada del refugio subterráneo usado para protegerse de los misiles, en la ciudad de Chernígov Miguel Gutiérrez | EFE

La familia de este niño, como miles de ciudadanos más en esta urbe en ruinas, lo ha perdido todo en los bombardeos. La guerra les ha empujado «a la indigencia»

19 abr 2022 . Actualizado a las 12:52 h.

El tejado de la casa de Svitlana tiene dos grandes boquetes provocados por el impacto de sendos cohetes que se abalanzaron sobre su barrio en Chernígov, una ciudad ucraniana en ruinas cuyas heridas no cicatrizan y donde los vecinos siguen sin tener acceso al agua, al gas o a la electricidad tras vivir durante un mes bajo el asedio de las tropas rusas.

Pasear por la carretera principal de Chernígov es suficiente para intuir el rastro de devastación que dejaron las tropas rusas, en especial en el humilde barrio de Svitlana, Olexandrivka, que fue borrado de la faz de la tierra a base de cohetes y disparos de artillería. Ella, su marido y su hijo Stepán no huyeron durante el asedio ruso y se tuvieron que esconder en un minúsculo almacén subterráneo día y noche, sin electricidad, agua ni gas: una pesadilla que todavía continúa a pesar de que los disparos cesaron hace ya dos semanas.

Chernígov fue antaño una humilde ciudad industrial de cerca de 300.000 habitantes, pero se convirtió en una estratégica localidad para las tropas rusas en su empresa para llegar al corazón del país, Kiev, así como en un escenario de atrocidades indiscriminadas. No se salvó ni el estadio de fútbol, apodado Yuri Gagarin durante la era soviética, en cuyo círculo central hay ahora un cráter y, en sus gradas, pedazos de metralla.

Sin un techo 

Svitlana heredó la casa de su abuela y tuvo una vida normal hasta que las tropas rusas se apostaron en el bosque de enfrente, lanzando fuego a discreción. Agarrar el coche o salir corriendo era firmar su muerte, por lo que aguantó un mes entero viviendo a oscuras en el sótano y bajo el gélido frío ucraniano.

Como tantos otros vecinos del maltratado barrio de Olexandrivka, para conseguir agua tenía que esperar a que el silencio reinara en la superficie. Cruzaba la calle a gachas hasta llegar al pozo del vecino, llenaba un cubo, rezaba, y emprendía su camino de vuelta. Día tras día.

Desde entonces, Svitlana y su familia no levantan cabeza. Los disparos ensangrentaron las calles por donde ahora corretean sus dos pastores alemanes, pero los bombardeos dejaron fuera de juego toda la red de abastecimiento y de comunicaciones, por lo que se vieron abocados a «la indigencia», según relata.

Salieron del subsuelo para vivir en la misma casa, cuyo tejado está hecho trizas, pero todavía sigue yendo al pozo, tiene que convencer a su vecino para que le deje cargar el celular en el coche debe recorrer toda la ciudad en busca de algo para llevarse a la boca. «Yo nací en una ciudad civilizada. Teníamos electricidad y agua, pero cuando todo esto empezó solo vi armas, pistolas, artillería, misiles, las casas en llamas… nuestra vida ha cambiado completamente. Hemos estado viviendo bajo tierra», dice su hijo Stepán, que por su madurez al hablar cuesta creer que tenga tan solo once años.

El muchacho asegura que poco a poco se ha ido acostumbrando a esta forma de vida en la que no existe el Fortnite ni Twitch, pero eso ya no importa. La primera cosa que cambiaría, la tiene clara: «No hay luz, no hay Internet… eso me vale, pero ya estoy cansado de tener que ducharme en una palangana», exclama.

La voz de la desesperación 

La calle principal de Olexandrivka es ahora una llanura entre la que los vecinos pasean con indiferencia, en completo silencio. Pero en cambio, Nina, una anciana del barrio, sube y baja la vía gritando y pateando los escombros que se interponen en su camino.

«¿Dónde ir? ¡Ya solo quedan cenizas!», se pregunta esta mujer. Su hija sigue gravemente herida porque un trozo de metralla le perforó el estómago y teme por su vida, y de su casa ya no quedan ni los cimientos, por lo que tiene que dormir en un centro de desplazados en el que los servicios son mínimos.

Nina asegura estar «muy confundida» porque, de la noche a la mañana, todo lo que conocía se desvaneció. «Es como una horrible pesadilla, no me creo que esto pudiera suceder. No entiendo qué ha pasado. ¿Por qué los rusos invadieron nuestra tierra?¿De qué va esta guerra?», pregunta, con la esperanza de, al menos, obtener una respuesta.