Lo que es real y lo que no en «Jurassic World: Dominion»

Iker Cortés COLPISA / MADRID

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Jurassic World: Dominion
Jurassic World: Dominion .

¿Podríamos convivir con los dinosaurios? ¿A qué sabe la carne de velociraptor? A todas estas preguntas responde el paleontólogo José Luis Sanz, con motivo del estreno de la última película de la franquicia

13 jun 2022 . Actualizado a las 19:17 h.

Es una pena, pero también una suerte, que la convivencia entre dinosaurios y seres humanos sea harto improbable. «De alguna manera, ya convivimos con ellos, pues las aves son sus descendientes directos», apuntaba el paleontólogo y divulgador científico José Luis Sanz, que el pasado martes ofreció una interesante ponencia en el Museo Nacional de las Ciencias Naturales de Madrid con motivo de la llegada a los cines de Jurassic World: Dominion, la última película de la franquicia que alumbraron Michael Crichton y Steven Spielberg en los noventa. «Es difícil pensar un mundo en el cual nos podamos encontrar a dos saurópodos de 20 o 25 metros en la plaza Callao y bajando hasta la Cibeles para beber agua. Si fuese así, se acabaría la Champions», explicaba entre risas este experto en dinosaurios.

¿Las razones? La competencia ecológica con adultos de otros animales «es problemática», sostiene. Así, un velociraptor y un oso «competirían por la misma comida», mientras que un dinosaurio herbívoro y un reno chocarían también para llevarse un pedazo de comida a la boca. El paleontólogo asegura también que esa convivencia llevaría a la llamada deriva de nicho, en la que los animales más pequeños ocupan un nicho diferente al de los adultos. En este sentido, la diferencia de tamaño de una cría respecto a un adulto, en el caso de un depredador como el león, «es de dos órdenes de magnitud», dado que la cría del león pesa unos un kilo y medio o dos y un león adulto, 200 kilos. «En el caso de un tiranosaurio, la cría pesa 5 o 6 kilos y el adulto unas cinco o seis toneladas. La diferencia es de 3 órdenes de magnitud y la convivencia se antoja imposible», señala. Así las cosas, la «única posibilidad» sería poner en marcha un santuario, «pero sería muy costoso y tendrían que convivir especies de épocas muy distintas», explicó quien antes de echar a volar la imaginación, hizo un recorrido por la presencia de estos enormes animales no solo en la franquicia, sino también en otras películas.

Cuenta Sanz que la percepción en torno a estos seres ha cambiado a lo largo del tiempo. «El paradigma paleontológico, en buena parte del siglo pasado, es lo yo llamo los dinosaurios tontos», explica. La comunidad científica pensaba que eran animales «estúpidos y atontados». Es más, se creía que eran algo así como «un error de la naturaleza» porque eran animales «enormes y monstruosos» y muchos de ellos «con estructuras no adaptativas, extrañas y grotescas, como las placas que tiene el stegosauro, que no se podían explicar bien». Por eso, las películas desde los años cuarenta hasta pasados los setenta, describían a los dinosaurios como pesados y estúpidos y como bestias gigantes a las que había que confrontar. Cintas como «El monstruo de los tiempos remotos» (Eugène Lourié, 1953) o «Godzilla» (1954), que el divulgador asegura adorar, representaban esa idea de la violencia animal encarnada en un ser gigante.

El binomio formado por Crichton y Spielberg decidió actualizar la concepción cinematográfica que hasta entonces se tenía de los dinosaurios y lo hizo al calor del cambio de paradigma en el estudio de estos seres, que se dio en llamar «Dinosaur Renaissance»: el renacimiento de los dinosaurios, entrados ya los setenta. «Se les ve como animales reales, no monstruos como anteriormente. Tienen una locomoción muy evolucionada, parecida a la de los mamíferos, y muchos de ellos tienen sistemas de masticación tan eficaces como los de una vaca o un reno». No en vano, Spielberg dejó muy claro desde el principio que quería hacer una película de animales, no de monstruos.

Por eso la cinta original se adhiere con fuerza a la hipótesis de que las aves son los descendientes de los dinosaurios, «un concepto nuclear» para la «Dinosaur Reinassance», comenta el paleontólogo, que insiste en que fue la primera película que trató el tema. Por el otro lado, Spielberg también sumó a esa idea la de las relaciones emocionales de los personajes con los dinosaurios, que es «pura comunicación cinematográfica».

Que la cinta estaba asesorada por expertos paleontólogos lo demuestran varias secuencias, como aquella en la que Alan Grant explica que los dinosaurios son los ancestros directos de las aves, ante las risas un público ignorante, o la «elegante» manera en la que Spielberg deja claro que los dinosaurios tienen sangre caliente, con la escena en la que el velocirraptor se asoma a la puerta de la cocina a fisgar y deja un rastro de vaho al respirar en la luneta de cristal.

Sanz apunta a otros ejemplos de cómo la franquicia se ha ido adaptando a los nuevos conocimientos en torno a los dinosaurios. Por ejemplo, cuando se tuvo constancia de que una gran parte de estos animales estaban cubiertos de plumas, los científicos de la ficción se sacaron una buena explicación de la manga y es que los genetistas, dado que no tenían el código genético completo, rellenaban el código como podían. «Esto les sienta fatal a algunos colegas, pero a mí me parece muy divertido», explica. De hecho, en la nueva película ya hay hasta algún dinosaurio con plumas.

Pero hay otra pregunta que permanece en el aire: ¿si las aves son las descendientes de los dinosaurios, la carne de un velociraptor se parece al pollo? «Es pura fantasía y mira que le tengo mucho respeto a la ciencia ficción porque es un medio excelente para transmitir ciencia, pero no podemos extrapolar el sabor de un pavo o de una gallina al de un velociraptor», responde. «En realidad no tenemos carne de ningún dinosaurio y eso que sabemos cómo son las plumas y que tenemos vísceras, pero están fosilizadas. Pero lo lógico es suponer que si están tan estrechamente ligadas, a lo mejor su carne no difería tanto», concluye el paleontólogo.