Juan José Salgado, 49 años: «El ictus me dio por el estrés y el sedentarismo»

FRANCISCA PACHECO GONZÁLEZ / S.F

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GONZALO BARRAL

Después de 26 años de duro trabajo y un estilo de vida poco saludable, sufrió un derrame que lo dejó con daño cerebral adquirido

10 ago 2022 . Actualizado a las 17:39 h.

«Sobreviviente de ictus desde noviembre del 2020», pone José Luis Salgado, de 49 años, en su cargo actual en LinkedIn, la red social de los profesionales.

 Hace casi dos años, sentado en el salón de su casa, Juanjo, como lo llaman sus más cercanos, sufrió un ictus, también conocido como derrame o infarto cerebral. «No recuerdo ese día con claridad. Estaba teletrabajando cuando me caí al suelo. En el momento no sentí nada, me caí sin ser consciente de por qué me había caído», señala. Solo volvió a levantarse semanas después, en el hospital y con la ayuda del personal médico.

Esa tarde, Juan José estaba solo en casa. Tenía medio cuerpo dormido y no se podía levantar. Cuando llegó su mujer, lo encontró en el piso, sin fuerzas, hablando con dificultad y con la boca torcida. Supo de inmediato que algo no estaba bien y llamó a una ambulancia. «Yo le decía que estaba bien, que no tenía dolor, sin saber lo que me estaba ocurriendo. Le decía a la enfermera de la ambulancia que no había prisa, que no pasaba nada, pero ella me dijo que teníamos que llegar al hospital lo antes posible», señala.

Una hora después, estaba en urgencias, donde la rápida atención que recibió fue decisiva. «El tiempo es cerebro», dicen los médicos sobre estos episodios, porque cada minuto que la persona pasa sin ser atendida se traduce en la pérdida de miles de células cerebrales.

Las horas posteriores son recuerdos borrosos en la memoria de Juan José. Solo sabe lo que le cuentan: que hablaba poco y dormía mucho. Sin embargo, con el paso de los días, los efectos del ictus empezaron a ser evidentes «En un primer momento yo no era consciente de que me fuesen a quedar secuelas. En las primeras semanas en el hospital creía que en cualquier momento podría levantarme y echar a andar, pero un mes después todavía necesitaba la ayuda de otra persona». En la actualidad, Juan José mantiene una alteración de la sensibilidad y molestias en el lado izquierdo del cuerpo, debilidad y fatiga. Pese a esto, las secuelas más importantes son las cognitivas: la memoria de Juan José ha disminuido notablemente, al igual que su atención y concentración. Lo mismo pasa con el procesamiento de información, que se ha vuelto más lento, como su capacidad de organización, iniciativa y toma de decisiones. «Fue mucho más complejo identificarlo y aceptarlo tanto para mí como para mi familia, ya que se puede confundir fácilmente con síntomas depresivos. Eso me hacía sentir muy mal porque me autoexigía algo que no dependía de mí», admite.

Como consecuencia, Juan José ha sufrido una transformación en todos los ámbitos de su vida. «Es como si yo no fuera la misma persona», afirma. Y es que los cambios a nivel físico, anímico, emocional e incluso conductual se han hecho evidentes. «Antes yo era una persona especialmente paciente y ahora soy mucho más irritable, más apático. Mi estado de ánimo suele ser bajo. Antes reía todos los días, a cada momento. Ahora apenas río», señala. «Antes leía libros habitualmente y me gustaba. Ahora no leo porque no soy capaz de seguir el hilo de la historia. Lo mismo me pasa con las conversaciones grupales. Me resulta complejo atender a todos y seguir la conversación. Con frecuencia se me ocurre responder cuando ya el tema ha quedado atrás. Antes me gustaba conducir, ahora no, porque requiere forzar la atención y me supone un esfuerzo cognitivo que me agota», agrega.

Un antes y un después

Antes del infarto cerebral, la vida de Juan José giraba casi completamente en torno al trabajo. Era coordinador del departamento de clientes de una empresa de gestión de servicios públicos de agua. Estaba a cargo de 13 municipios que sumaban un total de 70.000 clientes en las provincias de A Coruña y Lugo. El horario laboral era extenso y normalmente se llevaba las preocupaciones a casa después del trabajo. El grado de tensión y exigencia fue muy elevado durante esos 26 años. «El ictus me dio por el estrés y el sedentarismo», afirma José Luis. Estos factores, sumados a una dieta poco cuidada y a sus antecedentes de hipertensión, fueron los desencadenantes de un aumento de tensión que provocó la rotura de un vaso sanguíneo en el cerebro, según el Sergas.

Tras dieciocho meses de incapacidad temporal, el tribunal médico del Instituto Nacional de la Seguridad Social dictaminó pasar a Juan José a situación de incapacidad permanente absoluta, por lo que no ha vuelto a trabajar.

Actualmente, está dedicado al cien por cien en su rehabilitación física y cognitiva a través de ejercicios suaves y visitas semanales a Adaceco, la Asociación de Daño Cerebral de A Coruña, donde va a terapia de rehabilitación neuropsicológica, y que, según cuenta, ha sido fundamental para su recuperación.

El ictus cambió la vida de Juan José radicalmente. Hoy valora mucho más el tiempo en familia y, especialmente, la salud. «Esto de la importancia de la salud lo sabemos todos, pero cuando te sucede algo así, te haces mucho más consciente de que la vida pende de un hilo». Según los médicos, la mayoría de los ictus se pueden prevenir con el control y modificación de los factores de riesgo, como lo son el estrés y el sedentarismo que formaban parte del día a día de Juan José.