Radiografía de la caída de una primera ministra

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado EL MUNDO ENTRE LÍNEAS

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ANDY RAIN | EFE

21 oct 2022 . Actualizado a las 15:13 h.

Tal y como anticipábamos aquí hace una semana, la caída de Liz Truss era inevitable y tenía que producirse más pronto que tarde. Y no tanto por el error de cálculo con el que desató el pánico en los mercados sino, precisamente, por la forma en la que intentó solucionarlo. En política, la rectificación nunca llega a tiempo y la de Truss era además otro error añadido. Con la única intención de aferrarse al cargo, la primera ministra decidió descargar toda la responsabilidad de sus propias ideas en su ministro de Economía, Kwasi Kwarteng, y lo reemplazó por su opuesto ideológico, el centrista Jeremy Hunt. De acuerdo con Truss, Hunt no perdió un minuto en anunciar que revertía todas las propuestas con las que la primera ministra había llegado a Downing Street. De ese modo, Truss evidenciaba su falta de principios y además quedaba en manos de Hunt, un antiguo enemigo político. Era evidente que, después de cesar a un ministro de Economía, Truss no podía permitirse el lujo de perder otro. Hunt se estaba convirtiendo así en el primer ministro de facto a través de su poder de dictar la política económica del ejecutivo. La derecha del partido, que fue la que, en medio de muchas dudas, había aupado a Truss al liderazgo, se quedó estupefacta al ver que el Gobierno pasaba directamente a manos de la facción centrista y antibrexit sin elecciones ni primarias, como ya había ocurrido en su día con Theresa May. Pero de la estupefacción pasaron a la ira cuando Truss, a instigación de Hunt, aceptó emprender una «limpia» de la facción de derecha en el Gobierno, empezando por un peso pesado, Suella Braverman, la ministra de Interior, que fue rápidamente sustituida por otro centrista antibrexit, Grant Shapps. Partidario de una mayor flexibilidad en las políticas de inmigración, Shapps es el opuesto ideológico de Braverman.

La trayectoria de Truss hace menos sorprendente este brusco cambio del ala derecha al ala izquierda de su partido. Al fin y al cabo, la ya ex primera ministra comenzó en la izquierda, para pasarse luego a los liberal-demócratas y más tarde a los conservadores. Pero esta vez no podía salirle bien: sin apoyos en el grupo parlamentario (tan solo un tercio de los diputados votaron por ella en las primarias), volverse contra sus padrinos en la derecha la ha dejado a la intemperie. Truss no solo estaba traicionando a los afiliados que la eligieron y a los diputados que le dieron su apoyo. Al entregarles de este modo a los mercados el derecho a cesar y nombrar ministros de Economía o vetar las políticas económicas del gobierno, también estaba poniendo en riesgo la autonomía misma del ejecutivo y la soberanía del país. Todo un sarcasmo tras el gran drama que ha supuesto el brexit. La única protección que le quedaba a Truss era el ridículo que supondría su cese, poco más de un mes después de haber sido elegida. No calculó que a veces el ridículo es la opción menos mala.