María Deus: «Dejé mi trabajo como subdirectora de un hotel para cuidar a mi padre»

ALEJANDRA CEBALLOS / S.F

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Vitor Mejuto

Tenía un muy buen puesto en Madrid, disfrutaba lo que hacía, además de la buena relación con sus compañeros de trabajo, pero, al final, el cariño tiró más. María eligió familia sobre profesión

16 abr 2023 . Actualizado a las 13:20 h.

Han pasado tres años desde el primer confinamiento por el covid-19 y María Deus Bouzas (A Coruña, 1993), que regresó a su ciudad natal con la pandemia, se quedó desde entonces en Galicia para pasar tiempo con su familia.

 Tenía una carrera exitosa. Había estudiado Gestión de Hoteles en Santiago y, durante sus últimas prácticas de verano se desplazó a Barcelona, donde trabajó con una gran cadena hotelera. Cuando culminó este período, le ofrecieron un puesto en Madrid en esa misma empresa. Trabajó en Alcobendas durante tres años y, al final, ascendió a subdirectora de un hotel en el centro de la capital. Era el puesto para el que había estudiado.

A pesar de estar muy contenta, María reconoce que no todo era color de rosa. El ritmo vertiginoso de la ciudad terminó contagiándola. «Al llegar a Madrid veía a la gente corriendo hacia el metro cuando las pantallas anunciaban que quedaban tres minutos para el siguiente tren y yo pensaba: ‘Queda un montón, no voy a correr para coger ese metro'. Pero, después de meses viviendo allí, era yo la que corría porque cada minuto contaba en la ciudad. Te ves obligada a planificar tu vida milimétricamente», recuerda.

De hecho, María tenía todo mucho más organizado que los de allí, porque, además del tráfico de la ciudad, al tener un puesto de responsabilidad, a veces echaba más horas, hacía una guardia al mes y, a mayores, tenía a su familia en Galicia y a su novio en Valladolid, así que cada fin de semana viajaba a algún lugar para encontrarse con sus seres queridos. «Me planificaba de tal forma que ya tenía la maleta lista el jueves para salir el viernes pronto», relata.

A pesar del ajetreo, todo iba sobre ruedas. María tenía una muy buena relación con sus compañeros de trabajo y disfrutaba mucho del contacto con los clientes en el hotel, pero la pandemia le hizo replantearse las cosas.

Regreso a casa

Cuando muchos aún pensaban que el covid no eran más que rumores exagerados, María ya sentía que lo que se venía no era una cosa menor. «Recuerdo que hablaba con mi mejor amiga y le decía que estaban pasando cosas muy raras. Estaban cancelando muchas reservas en el hotel, se estaba vaciando Madrid… Ella me decía: ‘¡Qué va!, si son todo cotilleos', pero yo insistía. A medida que nos cancelaban reservas, tuvimos que empezar a cerrar plantas. Tuve la sensación de que se hundía el Titanic, el hotel caía piso por piso hasta que se decretó el toque de queda y cerró por completo», relata.

Con el inicio del confinamiento, María viajó a Galicia. Siguió teletrabajando, pero, sin la necesidad de estar en el día a día del hotel, ganó calidad de vida. «Lo primero que noté es que empezó a crecerme más pelo, se me había caído por el estrés en Madrid, pero ni siquiera era consciente de ello», reflexiona.

También empezó a pasar más tiempo con su familia y amigos, a comer mejor, a hacer ejercicio y a disfrutar la naturaleza. Con tanta comodidad y, aprovechando el cariño de los suyos, cuando el hotel iba a reabrir y le pidieron regresar, María decidió pedir una baja voluntaria. «Cuando me ofrecieron volver, aunque me gustaba mucho ese trabajo, me di cuenta de que tenía que dejarlo. Dije que no a lo que supuestamente tenía que hacer, para poder cuidar a mi padre, que estaba enfermo. Puse a la familia por delante», explica conmovida.

Sin embargo, no fue una decisión sencilla. «En la empresa en la que estaba me valoraban muchísimo y les tenía muchísimo cariño a las personas con las que trabajaba, más allá de lo profesional, incluso. Fue la decisión más difícil de mi vida. Me costó muchísimo elegir entre seguir una trayectoria profesional muy bien encaminada y quedarme en mi casa. En ese momento no sabía qué iba a pasar después, dejé mucho atrás», dice. «Cuando tienes un buen trabajo, crees que renunciar a él implica perderlo todo, pero, tarde o temprano, siempre surgen nuevas oportunidades», asegura.

Con la decisión de quedarse en A Coruña, se abrió un abanico de posibilidades, y María tuvo que volver a elegir cuál sería el paso siguiente, así que decidió emprender. «Tenía esa espinita clavada. Veía el ejemplo de mi novio, que había montado su propia clínica de fisioterapia —él es fisioterapeuta—, y el de otra chica, igual que yo, que tenía su empresa. Yo pensaba: ‘Si ella pudo, yo también'. Así que decidí que era el momento», relata.

Aliarse con amigas

Encontró en su mejor amiga, Marta, y en su hermana gemela, Bea, el apoyo para su proyecto. Lo primero fue elegir qué hacer. Propusieron una lluvia de ideas y decidieron que lo mejor era crear una empresa de moda básica sostenible. «Surgió como una necesidad nuestra como usuarias. Si queríamos vestirnos más responsablemente, podíamos comprar casi cualquier cosa de segunda mano, pero los básicos no los encontrábamos, así que decidimos que ese fuera nuestro emprendimiento», relata.

Se pusieron manos a la obra, pensaron la marca, buscaron proveedores y, tras seis meses de trabajo y reuniones, el 1 de abril del 2022 lanzaron la web de Slow Basic, donde venden camisetas, diademas y coleteros orgánicos y éticos. En breve, tienen pensado lanzar también pantalones y ropa interior.

Primero, crearon un perfil de Instagram en el que hablar sobre sostenibilidad y, al inaugurar la web, empezaron a promocionar sus productos. «A la hora de montar un negocio, lo que más tiempo lleva es el lanzamiento, sobre todo si quieres que sea sostenible. Yo no quería algo que fuera solo para ganar dinero, sino que se alineara con mis valores. Si iba a hacer algo, quería poder aportar a la sociedad, a la gente», explica.

El primer obstáculo lo encontraron en el momento de buscar los proveedores. «Queríamos un taller que ofreciera trabajo digno a sus empleados, que utilizaran tintes ecológicos y buenas materias primas. No fue fácil encontrarlo, sobre todo, teniendo en cuenta que estos talleres suelen trabajar sobre unos pedidos mínimos, y nosotras, al no querer generar residuos, y ser una marca pequeña, no los íbamos a alcanzar», dice. Al final, lo lograron. Encontraron el hueco en el mercado, el proveedor perfecto en Vigo y la idea de negocio que encajara con sus valores.

No solo la empresa de María es slow, sino también su vida. Toma decisiones más conscientes, algo que el ajetreo de Madrid no le permitía, y su marca va acorde con eso. «La vida lenta es una filosofía donde tomas consciencia de tus actos, cómo te afectan a ti, al ambiente y a las demás personas. Desde reciclar una botella hasta comprar en comercios locales. Los emprendedores sostenibles somos el motor del cambio que queremos ver en el mundo», dice.

Sabe que es algo que también reconocen sus clientes, quienes agradecen que el producto sea 100 % gallego, y esté fabricado con materiales orgánicos. Incluso ya ha hecho uniformes y camisetas para algunas cafeterías especializadas de Ferrol y Santiago.

Actualmente, compagina su propia empresa con un trabajo en A Coruña, pero, así como la filosofía de la empresa es ir slow, ella también ha decidido dedicar las horas justas a su emprendimiento, asegurándose de que sean muy productivas, pero sin afectar su salud.

A pesar de que al principio tenía miedo, hoy reconoce que dejar su antiguo trabajo fue la decisión correcta. «El tiempo es el mayor tesoro que tenemos y sé que mi padre y yo tomamos esos últimos días como un regalo», explica emocionada. El resultado, al final, no solo fue emprender y contar con la compañía de su familia, sino, también, mejorar su calidad de vida.