Carlo Padial, pionero en la creación de vídeos virales: «La única cultura que hay en España es gente hablando en terrazas, el fútbol y la comida»

Carlos Peralta
C. Peralta REDACCIÓN / LA VOZ

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Carlo Padial, guionista, director de cine y autor del libro «Contenido».
Carlo Padial, guionista, director de cine y autor del libro «Contenido». Cecilia díaz Betz

El escritor, autor de «Contenido», explica cómo Internet cambió la forma de entenderlo todo a través del apabullante, pero breve éxito del medio digital Playground 

12 ene 2024 . Actualizado a las 08:52 h.

Carlo Padial (Barcelona, 1977) reconoce que vive inmerso «zigzag neurótico» que define su productividad como director, escritor, guionista y locutor de pódcast. En todas sus facetas hace contenido. «Esa palabra asquerosa», dice, con la que ha titulado su tercer libro (Contenido, Blackie Books, 2023). En él reflexiona, a través de la historia del joven Moisés, sobre el auge y caída de un internet que, pese a existir hace tan solo una década, está casi en las antípodas del mundo online actual.

­—¿Por qué se animó a escribir Contenido?

—Es un libro escrito desde un sentimiento de desamparo y de decepción.  Venía con una sensación de que el mundo antiguo, por decirlo de alguna manera, era poco permeable a las ideas y a la creatividad. Cuando entro a trabajar en medios digitales, me lo tomo como una oportunidad muy potente, pero esa decepción viene cuando te das cuenta de que lo que te han vendido como un mundo nuevo, como una refundación utópica de la sociedad, no es posible. Lo que acaba generando esta nueva realidad es parecido a lo que había, y puede que peor por cómo te expone. Cualquiera que se dedique a generar contenido se puede sentir identificado con el libro.

—¿Plantea una comparativa entre los medios tradicionales y los digitales?

—No quería que nadie se sintiera fuera. Cuando estaba en Playground, el resto del mundo que se dedicaba a hacer contenido hablaban del fenómeno  con una cierta superioridad, pero, cuando luego escarbabas un poco en su profesión, estaban sujetos a las mismas cosas a las que estaban ridiculizando y, sin embargo, había una necesidad muy grande por parte suya de desautorizar eso. Cuando preguntabas un poco estaban ninguneados completamente, las condiciones eran pésimas, la inestabilidad laboral era total. Quería que al dejar el libro el lector tuviera un sensación inquietante, como de una pesadilla divertida, pero una pesadilla. Era importante que el libro incluyera el mundo antiguo y el mundo nuevo a la vez y que se vea que ambos se están hundiendo, pero de formas diferentes.

­—Usted fue el artífice de muchos vídeos virales cuando aún no teníamos tan interiorizado ese término.

—Volvía a casa y observaba en el metro a gente viendo vídeos que hacíamos mi equipo y yo. Había una especie de adicción al éxito, de la que ahora creo que viven los youtubers o los streamers. Cuando veías que no tenías uno de esos éxitos te empezabas a preocupar. Comenzabas a generar ideas como un loco. Se generaba una adicción a las ideas. Yo lo he vivido y todavía lo vivo. He conseguido sacudirme el estrés tan bestia que tenía en Playground, pero todavía siento esa sensación de tener que leer más o tener que ver más cosas. Hablamos de adicción a internet o a las redes sociales, pero no hablamos de algo que creó este mundo nuevo: la adicción a la creatividad. Casi todo el mundo que conozco que se dedica a esto tiene que generar tantas cosas que está un poco desquiciado. Está siempre buscando referentes. Es un signo de los tiempos muy interesante.

—¿Cómo lograba llegar a esa creatividad para hacer los vídeos?

—Nadie sabe porqué un vídeo funciona. Cuando hice el vídeo de Quiero ser negro [cuenta con dos millones de reproducciones en YouTube] nadie los quería publicar. Estuvieron semanas y semanas en una carpeta de una community manager guardados. Cuando lo pusieron las cifras fueron un escándalo. Era difícil diseñar un hit. Y eso generaba un cierto estrés. Cuando llevabas un tiempo sin tener un vídeo con impacto. El impacto que te pedían, muy grande. Mínimo un millón de visualizaciones. Se consideraba un éxito dos, tres o cuatro millones. 

­—También reflexiona sobre una serie de dudas existenciales.

—Hay una frase de Contenido que dice «tenemos mucha suerte de dedicarnos a lo que nos gustaba». Me gusta mucho lo que hago, pero a veces veo que no es viable, y no es una cuestión financiera, es una cuestión cultural y social. Jugamos a ser periodistas, directores, pero ¿es viable hoy? Si hago una serie, a la semana siguiente pienso que está perdida dentro de un algoritmo de una plataforma. El aluvión de novedades es como un agujero negro. Se lo traga todo.

­—­¿Considera que su obra abarca varios temas que están de actualidad?

—Sale en un momento muy clave, a finales del 2023. Ha sido el año en el que ha habido un cuestionamiento general de las tecnológicas. Un hartazgo general a cómo estamos viviendo pospandemia. A las redes sociales, a la relación que tenemos con internet. La gente se cuestiona cómo está trabajando:¿tiene sentido el teletrabajo? ¿El trabajo que escogí? El libro plantea, en forma de comedia, temas que están ahí.

­—¿Vivió en Playground una pesadilla y a la vez un oasis de libertad?

—La principal gratitud que tengo a estos medios digitales es que en un primer momento hubo una gran capacidad de experimentación. Hay un montón de vídeos que solo los podríamos haber hecho con ese grado de libertad que enseguida se acaba. Primero aparece el branded content, luego aparecen los publicistas. Y después la politización y la polarización de la sociedad, el deseo de cualquier ente online de estar politizado, que es el internet en el que estamos todavía hoy. Y la presión de las tecnológicas. El desembarco de Facebook, en el caso del libro, pero también de Twitter o Instagram con sus políticas opresivas que hacen que casi todo sea considerado algo que infringe las políticas de publicación. Todo era considerado discurso de odio, era terrible, una distopía absoluta. Es algo que vive cualquier youtuber hoy. Nadie entiende nada.

­—¿Tanto ha cambiado internet desde su primer día en Playground?

—Internet cambia cada dos años o tres. Casi totalmente. La realidad actual no tiene nada que ver, está mucho más fragmentada. En Playground, en el 2014 todo el mundo compartía un imaginario. Cuando regresó a finales del 2018 eso ya no sucedía. La gente vive en internets diferentes y tiene referentes distintos. Cada vez existe menos la idea de mainstream. No es una cosa que pueda desaparecer, sigue estando Taylor Swift o las películas de Marvel, pero cada vez son menos. No existe un centro ya. Lo nuevo ya no te viene por Facebook. Lo hace por mil sitios. La realidad es más compleja, pero más curiosa.

—En su pódcast Media Offline habla de otro fenómeno: gente con la camiseta del rapero Tupac que ni le conoce.

—Me flipa cómo la gente pone una foto, no sé, del Quijote, y eso es todo. No hace falta leérselo. Tengo una necesidad de ver qué falla, y tiene que ver con una naturaleza humorística. Luego hay una cuestión más de fondo, que tiene que ver con una especie de cruzada mía casi contra España en términos culturales. La única cultura que hay en España es gente hablando en terrazas, o el fútbol y la comida. Luego está la fantasía en la que vivimos algunos de nosotros. Los libros o el cine son un espejismo. De esa frustración o enfado salen muchas de las cosas que señalo.