Inmaculada dejó de estudiar en la ESO: «Trabajé planchando ropa en una fábrica y ahora soy catedrática en Nueva York»

Candela Montero Río
Candela Montero Río REDACCIÓN / LA VOZ

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Laura M. Lombardía (CNIO)

Inmaculada dejó de estudiar tras la ESO y se puso a trabajar. Tres años después, se matriculó en la carrera de Filosofía y acabó yéndose a Estados Unidos para investigar con una beca. Hoy da clase en una de las universidades más prestigiosas del mundo. A los jóvenes, les diría «que estén un año trabajando, para que entiendan lo que significa estar en el mundo sin estudios»

13 feb 2024 . Actualizado a las 14:07 h.

Pasó de planchar camisas en una fábrica textil a ser catedrática en Nueva York. Inmaculada de Melo-Martín es licenciada en Filosofía, cursó un máster en biología molecular y es catedrática de Ética Médica por el Weill Cornell Medicine College de Estados Unidos. Pero no estamos aquí para hablar de lo que cualquiera puede encontrar en Google sobre ella. Estamos aquí para contar cómo una asturiana, hija de minero y ama de casa, llegó a ser profesora en una de las universidades más prestigiosas del mundo después de abandonar los estudios al acabar la ESO.

Todo empezó al terminar la enseñanza obligatoria: «Cuando llegué al bachillerato decidí que no quería seguir estudiando», recuerda Inmaculada. ¿La razón? «La gente suele dejar los estudios porque no le gusta o se le da mal, pero ese no era mi caso. Sencillamente, en un momento dije que no quería seguir haciendo eso, que lo que quería era trabajar, ser independiente, tener mi dinero y mi libertad», cuenta.

Fue entonces cuando empezó a trabajar en una fábrica de ropa, planchando primero y empaquetando pedidos en el almacén después. Y ahí se dio cuenta, dice, de que tocaba dar marcha atrás: «Vi que, otra vez, no me gustaba lo que estaba haciendo, que quería dedicarme a otra cosa». Se convirtió entonces en una sisi y se matriculó en el bachillerato nocturno mientras, de día, seguía trabajando: «Limpiaba, cuidaba niños y cosas así, para poder tener algo de dinero para mí», relata.

¿Qué le hizo retroceder y volver a las aulas? Reconoce que fueron varios los factores que influyeron, pero hubo uno que fue clave: «Que no tenía poder». «Cuando en el trabajo alguien me pedía cosas que yo creía que no tenían que pedirme, sentía que me trataban como si no tuviese capacidad para dar argumentos», afirma. Es más, es capaz de recordar el día exacto en el que su cerebro hizo clic: «Fue en una conversación con mi jefe, donde él le pedía a una compañera, de una forma que me pareció un poco abusiva, que tenía que quedarse más horas, a lo que ella le respondía que no podía porque tenía que irse a cuidar a sus hijos», comienza a narrar. «Recuerdo que yo me dirigí a él —continúa—, para darle alguna razón de por qué debía dejarla ir, pero él simplemente me ignoró, diciendo algo así como "no eres nadie para decir estas cosas"».

«Tendré que hacer algo para que la gente me respete», fue lo que le hizo pensar ese «no eres nadie». Pero no fue el único detonante: «Lo de la independencia también me hizo volver a estudiar», afirma. ¿Qué es exactamente «lo de la independencia»? Lo explica ella misma: «Si me quería comprar unos pantalones de moda no podía, ¡éramos tres hermanos! Yo soy de clase trabajadora, mis padres a veces tenían dificultades para llegar a fin de mes», recuerda. Ellos también jugaron un papel clave: «Su deseo más ferviente era que nosotros estudiásemos, nunca nos dijeron el qué».

«Si me quería comprar unos pantalones de moda no podía, ¡éramos tres hermanos! Yo soy de clase trabajadora, mis padres a veces tenían dificultades para llegar a fin de mes»

Cumpliendo ese «deseo ferviente» terminó el bachillerato con matrícula de honor y empezó la carrera de Filosofía en la Universidad de Oviedo. Lo hizo siguiendo los pasos de su hermano: «Él estudió Filosofía, y recuerdo que un día llegó a casa con un libro de Platón y me fascinó. A partir de ahí pensé que eso era lo que yo quería hacer», relata Inmaculada. A eso, se sumó la labor de un buen docente: «Cuando entré en bachiller el profesor de Filosofía era extraordinario, de los mejores que tuve en mi vida».

Lo que nunca pensó es que terminaría siendo catedrática, y menos fuera de España: «Jamás de los jamases», sentencia. «A menudo, cuando estoy haciendo cosas de mi trabajo, cuando viajo a dar charlas o algo así, pienso que si me hubiesen dicho a mí o a alguien de mi familia que un día iba a estar en Nueva York dando clases en una de las mejores universidades del mundo, nunca me lo habría creído», añade. Sus planes cuando terminó la carrera eran bien distintos: «Mi idea inicial era acabar dando clases en un instituto, que era una muy buena salida en aquel momento». Buscaba, de nuevo, seguir los pasos de su hermano, afincado en el concello coruñés de Miño, después de trabajar como profesor de filosofía en un instituto gallego durante toda su vida laboral.

Pero finalmente estos planes no llegaron a cumplirse. Cuando terminó la carrera empezó un doctorado y le concedieron una beca que le permitía marcharse a investigar fuera de España durante tres meses. A regañadientes, se fue a Pensilvania: «Yo no quería ir a Estados Unidos, tenía muchos prejuicios y creía que era un sitio horrible, pero resultó ser una experiencia fantástica», dice.

¿Si podía imaginarme que algún día llegaría a donde estoy hoy? Jamás de los jamases”

Fue tan positivo que, cuando regresó, ella misma fue la que pidió que le cambiasen la beca por una que le permitiese irse al extranjero. Se la concedieron y volvió a América: «Me fui a Florida, a trabajar con una profesora que trataba cuestiones de filosofía de la ciencia, y esa mujer fue mi directora de tesis». De nuevo, la experiencia no defraudó: «Desde el tiempo, hasta los compañeros de tesis y el trabajo», concreta.

¿Cómo terminó en la Nueva York? Primero pasó por Texas, donde le ofrecieron un trabajo como profesora de filosofía en una universidad. Allí estuvo ocho años y se convirtió, por segunda vez, en una sisi: «Mientras, estaba haciendo un máster en biología molecular, porque muchos de los ámbitos en los que yo trabajaba eran del área de la filosofía de la ciencia y versaban sobre cuestiones de genética. Me di cuenta de que necesitaba algún tipo de educación formal en el ámbito de las ciencias por cuestiones de credibilidad», relata. Esa formación fue, precisamente, la que la llevó hasta su puesto en el Weill Cornell: «Salió esta plaza, donde una de las cosas que buscaban era a alguien que tuviese formación en filosofía y ciencias», cuenta. Y allí lleva ya 18 años.

«Sigo siendo muy crítica con muchas cosas que pasan en Estados Unidos, igual que lo soy con muchas cosas que pasan en Europa», cuenta, antes de explicar qué fue lo que le hizo cambiar su visión: «Cuando llegué aquí me encontré con la gente real. Me di cuenta de que eran personas maravillosas, que compartían muchas de las críticas que podíamos tener sobre el país».

La mayor oferta de oportunidades también la animó a emigrar. Algo que, asegura, sigue siendo «la asignatura pendiente» de España: «Aunque en los últimos años la situación ha mejorado, las posibilidades siguen estando por detrás de Estados Unidos y de otros países europeos», sentencia. «Las opciones que se pueden tener fuera son todavía mayores que las que se tienen en España. Especialmente para la gente que hace ciencia, que en muchos casos no tiene los recursos que puede encontrar en lugares en los que les dan más dinero para los laboratorios, para contratar...», añade.

«No me arrepiento»

«No me arrepiento porque estoy muy contenta con las cosas que he hecho», responde, con contundencia Inmaculada a la pregunta de si a día de hoy habría hecho las cosas de otra manera.

No se atreve a aventurar qué habría sido de su vida si esos tres años que estuvo sin estudiar los hubiese pasado en las aulas, pero sí cree que el cuento habría sido bien distinto: «Soy consciente de que si hubiese seguido el curso normal con mis estudios, a algunas de las personas que fueron más incluyentes en mi vida para hacer lo que estoy haciendo ahora no las hubiese conocido», reconoce.

Aun así, a aquellos que se lo estén planteando, les recomendaría que no dejasen de estudiar: «Estaría abierta a que estén un año trabajando, para que entiendan lo que significa estar en el mundo sin estudios. Pero creo que formarse es muy importante, no solo porque me dedique a dar clase, sino porque me parece que es una forma de saber lo que está pasando en el mundo y contribuir a mejorarlo», concluye.