Putinismo para siempre

Michael Kimmage / Maria Lipman

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María Pedreda

La invasión de Ucrania fue un paso decisivo para fortalecer al presidente de Rusia, Vladimir Putin, que lleva 25 años en el poder y se mantendrá en él hasta el 2036

19 mar 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

En el 2012, Vladimir Putin, después de cuatro años como primer ministro, volvió a ser presidente de Rusia. A muchos rusos no les pareció bien su regreso planeado: antes de las elecciones presidenciales del 2012, «Rusia sin Putin» había sido una de las pancartas más populares en las manifestaciones de protesta. Su descontento tenía algo que ver con la figura de Putin y mucho que ver con la evolución del sistema político de Rusia. No había ninguna institución o cláusula en la constitución rusa que pudiese limitar a Putin. Nadie se interpuso en su camino.

Las primeras etapas del putinismo estuvieron marcadas por una mezcla de complacencia e indiferencia. La complacencia surgió cuando la economía rusa se expandió entre el 2000 y el 2008, los primeros ocho años de la presidencia de Putin, lo que permitió el auge de una clase media rusa. La indiferencia, la misma que el Kremlin inculcó en parte al desalentar la participación pública en la política, contribuyó al régimen autoritario. No se tenía que querer a Putin, era suficiente con que no importara cómo se mantenía en el poder. En el 2022, Rusia había llegado a algo nuevo: el putinismo en tiempos de guerra. Era totalmente autoritario y parcialmente movilizado para la guerra, pero aún dejaba espacio para niveles de complacencia e indiferencia.

El pasado fin de semana se celebraron de nuevo unas supuestas elecciones presidenciales en Rusia. Se sabía que las formalidades de candidatos, campañas y las urnas mismas no afectarían al resultado predeterminado por el Kremlin. Tras 25 años en el poder, Putin continuará otro mandato de seis años. Cuando termine, será de nuevo candidato y extenderá su reinado hasta el 2036.

Con un control estricto, el Kremlin ha intentado que la cita transcurriera lo más tranquila posible. Aunque Putin probablemente ganaría unas elecciones justas en el 2024, unos comicios no controlados fomentarían una auténtica contestación política y la crítica del presidente, lo que el Kremlin ha evitado durante mucho tiempo. Una crítica significativa abriría la puerta a otra posibilidad: que los edictos de Putin no reflejaran la voluntad unida del pueblo ruso y que él no estuviese destinado a gobernar el país en perpetuidad.

En su cuarto de siglo en el poder, Putin ha perseguido dos objetivos distintos. El primero ha sido crear una gran maquinaria de represión, eliminando cualquier fuerza que se opusiese a él o tuviese el potencial para hacerlo. Este proceso ha terminado con el asesinato de periodistas, el arresto de oligarcas lo insuficientemente leales y la persecución de cualquier alternativa política viable a Putin. El político liberal Boris Nemtsov fue asesinado frente al Kremlin en el 2015. El activista político Vladimir Kara-Murza es prisionero desde el inicio de la guerra en Ucrania. Y después de mostrar un coraje político implacable, el líder de la oposición Alexéi Navalni murió a los 47 años en una cárcel en el Ártico. Había sobrevivido a un intento de asesinato por envenenamiento en el 2020. Un año después, tras recibir el alta médica en Alemania, volvió a Rusia, consciente de los riesgos que estaba corriendo.

El otro objetivo de Putin ha sido privar a la mayoría de los rusos de su capacidad de imaginar un futuro sin él. Como es imposible contrarrestarlo hoy, se piensa, será imposible hacerlo mañana. Sin un parlamento, una constitución o una oposición política, Putin está en la cima de su poder. La idea predominante de «putinismo eterno» da a muchos rusos la sensación de estabilidad, es la continuidad política lo que ellos mejor conocen. Para una minoría, provoca rabia o desesperación.

Un putinismo eterno tiene sus vulnerabilidades. Cualquier régimen que prometa vivir para siempre, no puede permitir ser percibido como un fracaso. Para perdurar, el régimen de Putin debe mantener la ilusión no solo de su inevitabilidad, que ya lo ha conseguido, sino también de su propia inmortalidad, que no puede conseguir. La presentación de Putin de sí mismo como un salvador omnipotente, el único que puede dirigir el futuro de Rusia, presenta un riesgo para el régimen.

La invasión de Ucrania en el 2022 fue un paso decisivo en la construcción de un putinismo para siempre. La guerra ha fortalecido al líder ruso menos al aumentar el ya gran poder del Kremlin que al disminuir radicalmente las posibilidades de la sociedad civil. Mientras que hasta hace poco las élites políticas tenían un cierto poder a la hora de tomar decisiones, la guerra las ha convertido en las ejecutoras de Putin, meras ayudantes del generalísimo.

Hoy en día, las instituciones rusas no pueden servir como vehículos para cuestionar la política oficial. Se supone que deben mostrar su compromiso con el esfuerzo de la guerra. Cualquier expresión de disidencia respecto a la guerra ha sido criminalizada. Muchos rusos aceptan ahora seguir las siguientes proposiciones como verdades doctrinales: Putin está luchando una guerra necesaria, Putin es el único que puede guiar a Rusia y a Putin le pertenece el futuro político de Rusia. Cualquiera que sugiera lo contrario, lo hace corriendo un gran riesgo.

Sin heredero, las luchas por el poder seguirán a su salida

Cuando Joseph Stalin murió en 1953, después de décadas de tiranía, la batalla por la sucesión fue caótica y sangrienta. Su sucesor, Nikita Jrushchov, reemplazó a sus rivales y ordenó ejecutar al mejor de ellos, Lavrentiy Beria. Jrushchov fue más tarde derrocado por su propia élite. Lo sucedió Leonid Brézhnev, que abrazó el principio del liderazgo compartido. Lo que sobrevivió, cuando cambió el liderazgo, fue el Partido Comunista, el pilar de la Unión Soviética. También lo hizo la ideología soviética, el Ejército soviético y las muchas instituciones administrativas que existían con el gobierno soviético. La Unión Soviética de las décadas de los cincuenta y los sesenta no cayó en una guerra civil. No se rindió en la Guerra Fría y no desapareció del mapa.

Este es un patrón que el putinismo eterno podría replicar. Como Putin no ha designado ningún sucesor, una lucha por el poder bien podría seguir a su salida de escena. Los que participen en la batalla, si pueden evitar un baño de sangre, tendrían muchos incentivos para perpetuar el sistema existente. Mantendrían el control de los poderes del ejército y los servicios de seguridad. No querrían que las luchas internas pusiesen en peligro la posición geopolítica de Rusia y no querrían abandonar las construcciones ideológicas que Putin ha asentado. Esto plantea la posibilidad de que el putinismo para siempre, que ahora gira en torno a un solo hombre, pueda durar más que el mandato del propio Putin. Él ha hecho lo suficiente para garantizar que cualquiera que lo siga se convierta probablemente en su heredero.