Cristina López del Burgo, autora de «El camino de la infertilidad»: «Lo que peor llevaba cuando no podía tener hijos es que otros se quejaran de los suyos»

ACTUALIDAD

«Entendí que mi vida podía ser fecunda, aunque no tuviera niños», asegura la médica y docente universitaria, que sufrió este problema en primera persona y se moja al afirmar que «no es necesario ser padre o madre para poder hablar sobre crianza»

09 abr 2024 . Actualizado a las 18:51 h.

¿Se puede ser feliz sin hijos, aunque los hayas deseado? Por supuesto. Ese es el mensaje que desprende el libro El camino de la infertilidad (Alienta Editorial). En él, Cristina López del Burgo habla como médica, como docente universitaria pero, sobre todo, como mujer a la que le ha tocado transitarlo. También de miedo, de soledad y de duelos invisibles. De preguntas inoportunas y comentarios que duelen. «Si tienes un problema de fertilidad, por mucho que te relajes, no te vas a quedar embarazada», señala.

—Tras un diagnóstico de infertilidad, parece que lo obligado es intentarlo a través de la reproducción asistida. Tu marido y tú decidisteis que no estabais dispuestos.

—Cuando nos casamos, queríamos tener hijos; y es más, familia numerosa. Vimos que no llegaba el embarazo, hicimos unas pruebas y supimos que lo teníamos muy difícil para tenerlos de forma natural, pero teníamos claro que no queríamos acudir a la reproducción asistida porque no nos daba garantías, y también por un tema ético. Como médico, conozco los tratamientos y son duros. No queríamos pasar por eso.

—También descartasteis la adopción. ¿Por qué?

—Sí. Hablamos con parejas que habían adoptado, leímos varios libros, nos informamos... Pero no lo veíamos claro. Vimos que no era nuestro camino. Y tengo claro que la adopción no es el premio de consolación para quienes no podemos tener hijos de manera biológica. Es una vocación más, y de hecho hay parejas que tienen hijos biológicos y que también se sienten llamados a adoptar. Después de leer, de reflexionar y de rezar, porque somos creyentes, vimos que ese no era nuestro camino. Dijimos: «Nuestro camino va a ser vivir sin hijos».

—Son muchas cuestiones sobre las que hay que decidir cuando los hijos no vienen solos.

—Sí, mientras te ves en esa situación, no te das cuenta de todo lo que implica la infertilidad. Yo invito siempre a las parejas a que se informen muy bien de todo y a que decidan sin sentirse presionados. Hay que fijar los propios límites y elegir de acuerdo a tus valores y a tus creencias de forma informada. Cada pareja tiene su camino, y yo conozco a muchas que han elegido cosas diferentes.

—¿El camino hacia esa elección es necesariamente de dolor?

—Es doloroso porque, al final, es pasar un duelo. La infertilidad es la pérdida del deseo de ser padres, de un proyecto vital, y como toda pérdida, implica un duelo que tienes que atravesar . Finalmente, llegas a la aceptación. En nuestro caso no nos duró mucho tiempo porque creo que la fe nos ayudó, y lo cuento en el libro sin ningún problema. Nos fiamos de Dios y pensamos: ‘Bueno, si estos son tus planes, ya nos irás diciendo cómo vamos a vivir esta vida sin hijos’. Pero la fe no quita el dolor. Dijimos: «No tenemos hijos, pero tenemos muchas cosas más. ¿Nos vamos a quedar en casa llorando y lamentándonos o vamos a vivir la vida que tenemos? Decidimos vivir. Con familia, hermanas, un montón de sobrinos, amigos... Normalmente, nos tendemos a fijar en lo que nos falta y se nos olvida darnos cuenta de todo lo que sí tenemos.

—¿Cómo se reorienta una vida cuando se tiene tan claro un instinto maternal que no va a materializarse?

—Entendí que mi vida también podía ser fecunda sin hijos. Una persona nos explicó que el amor siempre da fruto, y que nosotros estábamos llamados a dar fruto de otra manera que no es a través de nuestros hijos. Nosotros tenemos hijos de amigos que son como nuestros, y hemos podido participar en su crianza y en la de mis sobrinos. Yo, por ejemplo, que trabajo con universitarios como docente, el trato que tengo con algunos alumnos es también mi manera de dar fruto, de ir acompañándoles en su vida. Es cuestión de encontrar la manera cada uno. Ahora, con perspectiva, dices: «Uy, si hubiese tenido hijos esto no lo hubiera podido hacer». Eso da mucha paz.

—¿Está preparado el sistema para proteger a la mujer ante la infertilidad o la pérdida de un embarazo?

—Se desatiende mucho toda la parte emocional y psicológica. Aunque cada vez hay más psicólogos especializados en duelo gestacional y pérdidas perinatales, todavía a nivel médico se centra mucho todo en la parte física, y se descuida bastante la otra.

—Pero no existe una baja motivada por un aborto, o por los efectos que puede acarrear un tratamiento de reproducción asistida.

—Como no se habla de estos temas, la gente no se hace cargo de lo que es perder un bebé, aunque sea de pocas semanas. Le quitan importancia, y el dolor por la pérdida de un hijo no se mide por el tiempo que haya vivido. Para una mujer que lleva años intentando quedarse embarazada y que lo consigue por fin, si de repente lo pierde, el sufrimiento es el mismo. Y si ese embarazo todavía no se había comunicado a nadie, o solo lo sabían las personas más allegadas, esa pérdida es aún más invisible. Hay mucho desconocimiento sobre cómo impacta todo esto. Para poder acompañar hay que saber lo que supone la infertilidad.

—¿Parte de ese tabú tiene que ver con el intento de protegerse de los comentarios inoportunos?

—Es que la gente no es consciente. Hay gente que te hace comentarios para intentar animarte, pero que en realidad te está haciendo más daño. Lo típico de «cuando te relajes, te quedarás embarazada». A ver, el estrés puede influir y afectar a la ovulación, pero eso pasa cuando hay un estrés crónico. Es normal que estés preocupada y agobiada cuando no llega el embarazo, pero si tienes un problema de fertilidad, como puede ser una obstrucción en las trompas, por poner un ejemplo, por mucho que te relajes, no te vas a quedar embarazada a no ser que te lo arreglen en quirófano. Eso la gente no lo sabe, y les tienes que explicar: «No digas esto, porque desgraciadamente la infertilidad es por muchas causas, no es solo por estar estresada».

—Y se sigue poniendo el foco en la mujer. A ella se le dice que cuando se relaje, llegará el embarazo. Pero nadie le dice al hombre que cuando se calme, la calidad de su esperma mejorará.

—Sí, y es muy frecuente que el problema sea en los dos. El porcentaje de causas en mujeres y en hombres es muy parecido, es un 30-40 % más o menos. Es verdad que al hombre se le tiene abandonado, pero en todos los ámbitos, tanto en causas como a nivel emocional. Los hombres también sufren por la infertilidad, sufren por ellos y porque sus parejas tengan que someterse a tratamientos, venga o no de ellos la causa. Y aguantan comentarios del tipo: «¿Qué pasa, que tengo que enseñarte cómo se hace?». Muchos confunden fertilidad con masculinidad.

—¿Cómo responder a la cantidad de desconocidos que se lanzan a preguntar: «Y los niños para cuándo, vosotros no os animáis»?

—La gente no debería hacer esos comentarios, igual que no debería meterse con la familia que tiene cuatro hijos, por ejemplo. Yo recomiendo a las parejas que se sienten a hablarlo y decidan cómo van a responder. Dependiendo de en qué fase te encuentres, lo harás de una forma u otra. Yo, cuando me preguntan, no tengo ningún problema en contestarles: «Nosotros queríamos, pero no pudimos». Punto. Y a veces lo que les tienes que contestar es: «¿Y a ti qué te importa?». Nosotros sabíamos que íbamos a decir abiertamente que no podíamos tenerlos, precisamente para hacer un poco de pedagogía, pero sin dar más explicaciones. Depende de cómo seas y de quién te haga la pregunta.

—¿Y qué reacciones veíais?

—Cuando no te conocían mucho, se quedaban un poco cortados y se daban cuenta de que no tenían que haberte hecho esa pregunta, y se acababa el tema. Si preguntaban por qué, decíamos que no íbamos a contar más. Pero si preguntaban por qué no optamos por la reproducción asistida o la adopción, sí que explicaba mis motivos. Cada uno que responda lo que quiera, pero el tenerlo hablado y pensado, ayuda.

—Cuentas en el libro que es normal que cueste digerir embarazos ajenos.

—No hay que pensar que eres mala persona porque te dé envidia que tu amiga o tu hermana se haya quedado embarazada, o porque no puedas soportarlo. Es normal, porque te recuerda que no puedes conseguirlo, aunque te alegres por ellas. Conseguirás alegrarte, pero es como una herida abierta. Cuando cicatriza, puedes tocarla sin dolor. Hay que quitarse la culpa. En mi caso, no me dolían los embarazos de mis amigas o de mis hermanas, quizás porque mi padre fue ginecólogo. Lo que llevaba fatal era cuando se quejaban de los hijos.

—¿Es necesario ser madre o padre para opinar sobre la crianza de los hijos?

—No hace falta ser padre o madre para poder hablar sobre crianza. Yo siempre digo que como médicos, tampoco experimentamos todas las enfermedades, pero somos capaces de tratarlas y de entender al paciente cuando viene con ellas. Yo tampoco tengo mucha información sobre el tema de la crianza, puedo opinar solo de algunos temas que he estudiado en profundidad. Pero hay gente muy formada a la que no debemos desautorizar porque no tenga hijos. No hace falta vivir todo para hablar de un tema. Eso sí, si no sabes, no hables.