Las series se rifan al mayor atracador de bancos de Galicia: «Soy muy bueno haciendo de malo porque lo fui, salí de la cárcel hace 4 años después de estar 18»

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Marcos Miguez

¿Quién mejor que un delincuente para supervisar que las series de narcos, cárceles o atracos se filmen sin gazapos? La industria televisiva cuenta con los servicios de uno de los mejores. Asaltó más de 40 bancos

07 abr 2024 . Actualizado a las 10:11 h.

José Félix Garea, antes de ser un hombre cándido, fue hasta hace poco un tipo malo. A él no le va a parecer mal que se digan esas cosas porque es el primero en reconocerlo y contarlo. Un delincuente desde las cejas al talón de Aquiles. De esos malandros capaces de sacarle las espuelas a un caballo al galope o robar los calcetines sin sacarte los zapatos. Un tronco de tío que hace cuatro años, cuando salió de la cárcel, juró no volver a las andadas y ahora igual lo encuentras alicatando el aseo de un marqués, fabricando un mueble, clavando en el cine el papel de un sanguinario, asesorando a la industria televisiva, diciéndole a su hijo que no haga nada de lo que hizo él o pastoreando dos ovejas porque quiere ser ganadero y un buen padre de familia.

Se acabó eso de ir dando palos, se acabó aquella vida de bandolero cuando se pavoneaba de ser uno de los mayores y respetados atracadores de bancos y joyerías de Galicia. Perdió la cuenta de las veces que entró con pasamontañas y peluca, armado hasta los dientes y gritando: «Todos al suelo, esto es un atraco». «Debieron de ser 40 golpes», calcula.

 Ahora se levanta temprano por las mañanas, le da un beso a su pareja y se va a trabajar. Antes era de esos hombres de los que resulta conveniente guardarse muchas cosas. YES contará algunas de sus perrerías, porque el periodismo lo exige y a él nada le importa que se sepan, pues, según dice: «Ya pagué la condena». Habrá gente que cuando gire la mirada a la derecha y vea la fotografía que le hizo Marcos Míguez lo recordará como el tipo que le hizo tal cosa, le robó tal otra o lo puso de rodillas contra una pared. Desde aquí les pide perdón de corazón. Lo más asombroso tras una charla de tres horas con José Félix es que haya alcanzado la inmortalidad en el ramo del hampa por el que trepó. «Me han intentado matar siete veces», cuenta como si contara Los tres cerditos. Su vida corrió peligro en la calle, en la cárcel y en Bosnia, donde peleó como Boina Verde. Una etapa militar con dos récords opuestos. Ser el soldado de Sarajevo con más arrestos y a la vez más condecoraciones. Le salvó la vida a un capitán y las liaba parda en el batallón. Se fue del Ejército o lo invitaron a irse porque en aquella época las hacía de todos los colores. Cuenta que en un permiso, vestido de soldado, frente a él hubo un accidente de moto. Se acercó haciéndose pasar por amigo del herido, le sacó todo lo que llevaba en los bolsillos y se hizo con varios miles de pesetas y gramos de cocaína. Aquella noche hizo del cuartel un tugurio de mala muerte. «Todos puestos», recuerda.

Apretó por primera vez un gatillo cuando tenía 11 años. Lo relata con detalle. Llegó a casa a las tres de la tarde y se encontró a su padre dándole una paliza a su madre. A él ya le había roto dos dientes de un puñetazo. Lo habitual en aquella humilde casa del barrio coruñés de la Sagrada Familia. Con más miedo que autoridad, cogió la escopeta que el maltratador guardaba bajo la cama, le apuntó al pecho y le dio al percutor. No lo mató porque el arma estaba descargada. Su padre, un hombre que se desayunaba una botella de 103, lo miró aterrado y se fue. Desde aquel día no volvió a verlo más. «Yo pensaba que tenía cartuchos porque él siempre guardaba el arma con munición. Mi intención era matarlo», recuerda ahora a sus 48 años. «Mi madre no me podía cuidar. Trabajaba todo el día limpiando», dice. Así que hizo de la calle su hogar. De chiquillo se atrincheró en la delincuencia y no salió de la zanja hasta hace cuatro años, cuando cumplió una pena de cárcel de 18 años del tirón.

No presume de semejante biografía. Ni la blanquea. Salpicada de detalles de una crueldad infinita, asume que muchos niños que se criaron como él o peor salieron adelante y fueron hombres de provecho sin causar mal alguno. La culpa de su horripilante pasado no la tiene «su infancia» ni haber sido un niño revoltoso. «La tengo yo y nadie más que yo». José Félix salió así, y punto. Lo bueno es que ahora se instaló a este lado de la ley. Son, en fin, ideas que se entremezclan cuando nos hallamos ante los enigmas de la supervivencia.

 SU ESTRENO EN EL CINE

Nada más poner un pie en la calle en el 2020 juró no volver más. Había que buscar un trabajo, y un modelo que había conocido en prisión le propuso hacer un casting para una serie que se empezaba a rodar entonces. Allá se fue y con esa cara que la cárcel y la mala vida le cincelaron, le dieron un papel de malo en Operación Marea Negra, la exitosa producción dirigida por Daniel Calparsoro basada en el semisumergible de construcción artesanal que atravesó el océano Atlántico con tres toneladas de cocaína hasta la costa gallega. Félix Garea comenzó haciendo de matón colombiano. Pero la productora pronto lo ascendió a asesor. Cada vez que empezaba a rodarse una escena, sentía vergüenza ajena. «¿Cómo se os ocurre que los presos en los locutorios de una prisión metan moneda en los teléfonos? ¿No os dais cuenta que eso no existe? ¿Que una moneda de 50 céntimos puedes afilarla contra el suelo y convertirla en un cúter y rebanarle el cuello a alguien? ¿O meter varias en un calcetín, cogerlo por un extremo, hacerlo girar como las aspas de un helicóptero y endiñarle a alguien en la sien?». Dicho y hecho. Le dieron las gracias y cambiaron la escena. En otra se veían los barrotes de las celdas poco gastados. Era un decorado de madera en la Fábrica de Armas de A Coruña, donde se rodó la parte carcelaria, y la imagen no ofrecía credibilidad. Así que cogió una botella de cola, la vació sobre las celdas y pasó un trapo. Aquello ya parecía San Quintín. Lo mismo ocurrió en mil escenas más. José Félix paraba el rodaje y decía lo que estaba bien y lo que estaba mal. Como que el comedor tuviera sillas de hierro. A modo de ejemplo, rompió una contra el suelo, cogió una pata, la levantó y dijo: «¿Qué pasaría si le doy a alguien con esto?». O que hubiese pistolas con el punto rojo en el cañón, pues esa marca solo las tienen las de fogueo. Y así otra y otra. El director se le acercó un día y le dijo: «Oye Félix, por favor, cada vez que veas algo que no encaja, cualquier error, háznoslo saber». Y así fue como empezó a compaginar su papel de secundario con el de asesoramiento y la serie quedó de cine, sin errata alguna, muy real. Nada que ver con esas que pasaron a la historia en la que se veía a soldados romanos con un reloj en la muñeca.

También tuvo un papel en la serie de la TVG Matalobos. Tal fue el éxito de sus consejos que se quedaron con su nombre. Y su cara. Ahora tiene por delante otra superproducción. Volverá a hacer de malo y de asesor. A esa cara que Dios le dio, le sacó petróleo. Porque aunque nada le tiene que pedir a las musas para parecer un capo sanguinario, le enseñaron a actuar. Ya sabe poner los gestos precisos que acompañen las palabras, cambiar la mirada y ser capaz de sacar su lado tierno y al segundo su gesto más diabólico. «A veces tenía que amenazar a alguien en la serie y al director no le gustaba cómo lo hacía. Me daba un golpe en el pecho o me gritaba y, por instinto, ponía esa cara que pongo cuando alguien me reta. Él se reía y me decía: ‘Ves, así es como quiero esa cara. La escena salía perfecta'», recuerda orgulloso. También le enseñaron a pegar puñetazos después de que en una escena le diese a su compañero de reparto uno de verdad.

José Félix se las vio y deseó para contener la hemorragia de errores y descontentos que amenazaban con dejarlo caer. Fueron muchas las razones para decir que está vivo de milagro. A los 12 años cometió su primer atraco. «Me puse una careta del llanero solitario, cogí un cuchillo de la cocina y fui a una tienda. Le obligué a la señora a darme todas las panteras rosas», recuerda. A partir de ahí, no paró hasta el 2002. Fue su último atraco. «Yo andaba en aquella época sirviendo de taxista de prostitutas. Me daban 60 euros por viaje. Una tarde llevaba a una chica en coche, vi una joyería y me apeteció darle un regalo. Bajé, entré, la dueña me puso una manta de oro delante, se dio la vuelta y me metí cuatro anillos en cuatro dedos sin que me viese. Salí y me quedé pensando que aquel negocio sería un golpe fácil. Volvió a la semana con un coche robado y un amigo. La desvalijamos. A los pocos días cogieron a su compinche y en su pistola encontraron balas con mis huellas».

A la manera de blindar sus gestos gracias a las ventajas del cargo que ocupó en el hampa y a un sinfín de delitos a la carta, le saca ahora provecho. No se puede descartar tampoco que su entrada en el cine estuviese inspirada además por un deseo sincero de evitar volver a empuñar un arma. Pero de esto último no hay pruebas, y de lo otro, muchas. ¿Tiene miedo a algo un hombre como Félix Garea, hoy rehabilitado? «Sí, a llegar a viejo y estar solo».