Ucrania ha invadido ya en varias ocasiones territorio ruso, pero hasta ahora se trataba de pequeñas incursiones rápidas y efímeras dirigidas por el HUR (el servicio de Inteligencia militar), no por el ejército, y ejecutadas por unidades irregulares, generalmente voluntarios rusos disidentes. En definitiva, acciones de propaganda sin un objetivo estratégico ambicioso. La incursión transfonteriza de esta semana en la región de Kursk es otra cosa: una operación en toda regla del ejército regular ucraniano en la que pueden haber participado hasta varios miles de soldados con carros de combate y apoyo artillero, y que habrían conseguido internarse entre 10 y 20 kilómetros en suelo ruso. Es una iniciativa tan audaz que hace que muchos analistas se pregunten qué sentido tiene y si Kiev no estará dando un paso en falso en un momento en que toda su atención debería estar centrada en el Dombás, donde los rusos avanzan lentos pero seguros desde hace semanas.
El alto mando ucraniano no proporciona ninguna información, con lo que únicamente cabe especular. Algunos sugieren que el objetivo sería muy concreto. En Sudzha, la localidad más importante que han tomado los ucranianos, se encuentra la terminal por la que pasa la mitad del gas que importa Europa de Rusia y su destrucción privaría al Kremlin de una fuente de financiación importante. Sin embargo, el jueves el suministro todavía no se había interrumpido y es dudoso que los países de la OTAN, varios de los cuales dependen de este gas, permitan a Ucrania destruir la terminal. Otra posibilidad que se ha apuntado sería la toma de una central nuclear cercana para intercambiarla por la de Zaporiyia en Ucrania, que ahora se encuentra bajo control ruso. Pero esto supondría asumir la responsabilidad de atraer los combates a una instalación nuclear, algo que tampoco se vería con buenos ojos en Occidente que, casi con toda seguridad, tiene que haber aprobado esta incursión.
Es más razonable pensar que el objetivo real, más que táctico, es estratégico: obligar a los rusos a retirar fuerzas del frente del Dombás, lo que aflojará la presión que están ejerciendo sobre las ciudades de Pokrovsk y Sloviansk. En una hipótesis más atrevida, los ucranianos podrían estar incluso pensando en establecer un colchón en esa zona para proteger mejor la ciudad de Járkov, que los rusos han vuelto a amenazar últimamente, dificultándoles de paso el camino hacia Kiev a través de Sumy. Sabremos que esta es la pretensión del alto mando ucraniano si en los próximos días refuerza esta línea con muchas más tropas, porque está claro que Rusia utilizará toda la fuerza necesaria para desalojar a los ucranianos de su territorio. Pero esta última suposición parece demasiado audaz. Los ucranianos ya han debilitado su propia línea de defensa en el Dombás retirando para esta operación unidades de dos de sus brigadas de élite (la 82 de Asalto Aéreo y la 22 Mecanizada). Sacar más tropas del frente podría provocar el derrumbe de sus líneas en torno a Donetsk.
Otro objetivo más obvio es el psicológico: conseguir titulares favorables en un momento en el que se suceden las malas noticias para Kiev y demostrar a la OTAN que Ucrania tiene todavía capacidad para luchar. Esto sería especialmente importante para el comandante en jefe ucraniano, general Oleksandr Syrskyi, cuyo nombramiento el pasado febrero en sustitución del popular general Zaluzhny fue polémico y al que se ha acusado de ser demasiado cauto y poco imaginativo en su manera de dirigir la guerra.
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