Los cristianos temen su exclusión en Siria

Ricard G. Samaranch DAMASCO / E. LA VOZ

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La iglesia de San Elías, en Damasco, donde un atentado el pasado 22 de junio se cobró la vida de 25 personas.
La iglesia de San Elías, en Damasco, donde un atentado el pasado 22 de junio se cobró la vida de 25 personas. Ricard G. Samaranch

El atentado suicida en la iglesia de San Elías de Damasco, que causó 26 muertos, supuso un duro golpe para esta comunidad en el país

27 jul 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

El brutal atentado suicida en la iglesia de San Elías del pasado 22 de junio, que dejó un balance de al menos 26 muertos, ha asestado un duro golpe a la comunidad cristiana de Siria, que antes del inicio de la guerra civil, en 2011, representaba algo más del 10 % de la población del país. «Ni tan siquiera durante la guerra hubo un solo atentado contra las iglesias. Hemos de remontarnos hasta los incidentes de 1860 para encontrar un nivel de violencia parecido», comenta el padre Anasthasios, encargado de oficiar algunos de los funerales para las víctimas del atentado.

La Iglesia de San Elías, situada en el viejo Damasco, pertenece a la Iglesia Griega Ortodoxa de Antioquía, la denominación que cuenta con más fieles entre la docena de confesiones cristianas con raíces en Siria. Tras la masacre, el patriarca lanzó un duro mensaje al nuevo Gobierno que fue aplaudido por la entera comunidad cristiana. El padre Anasthasios reitera en una entrevista unas mismas ideas: «Desde la caída del régimen, hemos enviado muchos mensajes a las nuevas autoridades diciéndoles que queremos colaborar con ellos en construir una nueva Siria. Pero, hasta ahora, nos han ignorado».

El presidente del país, Ahmed Sharaa, era el líder de HTS, la más potente de las milicias islamistas ultraconservadoras que derrocó a Al Asad. «De momento, [el presidente Sharaa] ha traído a su gente de la provincia de Idlib para gobernar. ¿Pero hasta cuándo le bastarán? Al Asad hizo lo mismo, y ya vimos cómo acabó», desliza el clérigo, un joven alto que ejerce de consejero del patriarca.

Enseguida, el Gobierno atribuyó el atentado al autodenominado Estado Islámico —o ISIS, por sus siglas en inglés—. Horas después, la policía desmanteló una célula a la que presuntamente pertenecía el terrorista suicida. Sin embargo, al día siguiente, un oscuro grupo llamado la Saraya Ansar al-Suna reivindicó el ataque, sembrando las dudas sobre su versión. «Dicen que fue el ISIS, pero yo creo que es alguna de las milicias vinculadas al Gobierno. Nos odian, nos ven como unos infieles», espeta Jamal, un joven de una distinguida familia del barrio cristiano de Damasco. Su opinión parecía representar la de una mayoría de cristianos en los días siguientes a la masacre, que desconfían profundamente del nuevo Gobierno.

Siraj Deeb, párroco del obispado de la iglesia maronita, bajo la tutela del Vaticano, expresa una opinión más moderada y rechaza cualquier implicación del Gobierno en el atentado: «El discurso del presidente Sharaa sobre la tolerancia hacia las minorías es positivo, el problema es su aplicación [...] No será fácil, pero espero que el futuro nos traerá una Siria mejor». Según este clérigo culto, con un doctorado en Antropología recién completado, el temor de los cristianos se centra no tanto en su exterminio, como en su exclusión política y social de la nueva Siria. «El presidente Sharaa dice tener un proyecto para todos los sirios, pero a mí, como cristiano, no me ha dado una razón para soñar. Y eso es necesario, porque una nación no es otra cosa que un colectivo con un sueño común», sostiene Deeb.

Repartidos por todo el país

En Siria, los cristianos están esparcidos por todo el país, tanto en algunos barrios de las grandes ciudades, como en pueblos y aldeas. Durante la guerra, miles de cristianos se exiliaron del país, pero es difícil dar una cifra precisa del éxodo. En Alepo, muy golpeada, se calcula que se ha ido un 90 % de la comunidad, pero en Damasco, la cifra se aproxima a la mitad. «Si pudieran, casi todos los cristianos se marcharían. En Siria no hay futuro», apunta Jamal con amargura.