Los independentistas se asoman al abismo tras el pinchazo histórico en la Diada

Xavier Gual BARCELONA / E. LA VOZ

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Uno de los manifestantes por la Diada, este jueves bajo la lluvia en Barcelona.
Uno de los manifestantes por la Diada, este jueves bajo la lluvia en Barcelona. Bruna Casas | REUTERS

El desplome del apoyo social y la irrupción de Orriols cuestionan la hegemonía de Junts y Esquerra

13 sep 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

La debacle sufrida por el independentismo en la Diada del pasado jueves es de tal magnitud que su digestión llevará tiempo a aquellos que hoy todavía se resisten a dar por muerto el procés. En especial, Junts, formación obligada a aferrarse cada vez con más fuerza a sus siete diputados en el Congreso para sobrevivir. Si en tiempos de Artur Mas los herederos de la antigua Convergencia fueron capaces de convocar en torno a 1,5 millones de personas de forma sostenida a lo largo de años (con el pico de 1,8 millones en el 2014), abducidos por la promesa de una Cataluña emancipada de España, el jueves apenas 41.000 respondieron a los llamamientos de la ANC de Lluís Llach y Òmnium. Una participación que es la mitad que la del año pasado, la menor desde el 2011, por debajo incluso que la registrada en la pandemia.

Muchos prefirieron irse de puente antes que desafiar a la lluvia bajo las mismas consignas de siempre: el expolio fiscal, la desnacionalización, la defensa del catalán… Ni siquiera el fallo del Tribunal Superior de Justicia contra la inmersión lingüística en las escuelas fue capaz de espolear a la deprimida parroquia indepe en sus horas más aciagas. Pocos y mal avenidos, porque al ya inherente mal rollo que impregna las relaciones entre Junts y Esquerra (de poco parece haber servido la reciente foto del reencuentro de Junqueras y Puigdemont en Waterloo) se suma un nuevo actor, la islamófoba Aliança Catalana de Sílvia Orriols, desatada en las encuestas, que ha irrumpido en la fiesta sin pedir permiso a nadie. Porque nadie la invitó.

La «normalización» de Illa

La desorientación del universo separatista ha llevado a Esquerra a cambiar la línea gráfica, a ver si así, con «un lenguaje más claro, entendedor y directo», les va mejor. Hasta han dejado atrás su color corporativo, el amarillo chillón, adoptando el naranja de sus archienemigos de Ciudadanos, huérfano tras la caída de los de Rivera y Arrimadas. Dicen que es un color «más de izquierdas».

El gran beneficiado del nuevo statu quo podría ser Salvador Illa. Aunque su posición sigue siendo de extrema fragilidad, zarandeado en el Parlamento autonómico por unos y otros, a merced de sus socios en cuestiones como el concierto económico o la política lingüística, al líder del PSC los sondeos no le van mal. Poco a poco, a base de repetirlo hasta la saciedad, va calando el mantra de la «normalización» en aquellas capas de la sociedad catalana que antes sucumbieron a la política de gestos torpes y grandes aspavientos. Aunque queda mucha legislatura por delante y lo mejor todavía está por llegar.