El hermano mediano. Nos marcó la caída del Muro de Berlín, estrenamos los primeros pecés en casa, escuchamos a Nirvana en la MTV y fuimos al estreno de «Reality Bites». Entre los «boomers» y los «millennials», la generación X tiene mucho que contar
28 nov 2025 . Actualizado a las 16:48 h.«Por última vez, no soy una boomer», le dice Pamela Adlon a su hija en la serie Better Things. «Soy generación X, somos la generación más genial, sabemos cómo dar cambio sin usar una computadora, usamos papel, somos analógicos. Somos la última generación dorada». El episodio es antiguo, pero resume muy bien la reivindicación que, desde hace años, defienden los nacidos entre finales de los sesenta y 1980. Aunque en España los límites son más complejos, porque el baby boom llegó casi una década tarde. Si en el resto del mundo el consenso marca que los boomers nacieron entre 1946 y 1964, y los X entre 1965 y 1980, en España los sociólogos sitúan a los boomers entre 1958 y los primeros años 70. Los X españoles habrían nacido a partir del 72, aproximadamente. Eran unos críos cuando murió Franco, vivieron el golpe de Tejero del 81, el Mundial del 82 y Naranjito. Seguramente, sus primeros recuerdos olímpicos son los de Moscú o Los Ángeles. No entienden la televisión sin La bola de cristal, saben gritar, con la voz de Pancho, «¡Chanquete ha muerto!», y recuerdan los últimos años de la Guerra Fría y todos los chistes del ministro Morán. Aunque como en todas las generaciones, la diferencia entre los mayores y los más jóvenes del grupo puede ser inmensa, y de ahí la etiqueta xennials que se acuñó para englobar a los que nacieron en 1980 y los primeros años de aquella década, y los millennials de pleno derecho.
Pero si aquella generación era (es) tan guay, ¿por qué se ha quedado en un limbo que no reconocen los millennials y no digamos ya la generación Z? En una especie de síndrome del hermano mediano, a la generación del grunge, el hip hop, la EGB y el cine independiente no le queda más remedio que asomar la patita para recordar que también está (estamos, hay que confesarse) aquí.
Un estudio de Sigma Dos para Renault ofrece un dato sobre la generación X en España que resume muy bien el carácter de este grupo de edad: uno de cada dos lleva las entradas en el móvil, pero las imprime «por si acaso». A caballo entre lo analógico y lo digital, así se han movido siempre los X, los primeros en tener pecés en casa, los que alquilaban películas en VHS en el videoclub del barrio, los que descubrieron internet ya mayores y aprendieron a utilizarlo sin mirar atrás. ¿Que no son nativos digitales? Cierto. ¿Que han conseguido utilizar la red como una herramienta de trabajo más sin ningún tipo de trauma? También. Así que antes de asumir que tus padres, tus tíos o tus compañeros de oficina son boomers, muestra un respeto. Porque nosotros conocimos a la madre de Will en Stranger Things mucho antes que tú.
UNA RENTABLE NOSTALGIA
La semana pasada, las salas de cine se convirtieron en un ejemplo muy evidente del peso de la cultura audiovisual en la generación X: si fuiste con tus hijos al cine al reestreno de Regreso al futuro, no hay duda: eres uno de ellos. Marty McFly también lo es, los boomers son sus padres. Y seguramente, has puesto a tus sufridos hijos todas las películas con las que creciste en los 80. De E.T. a La princesa prometida, pasando por Star Wars, En busca del arca perdida y Los Goonies. Porque sí, los X fueron los primeros en ver todo aquello en el cine y no hay nada más rentable que explotar la nostalgia con una sesión de aniversario en pantalla grande. Los que tengan ya hijos un poco mayores estarán calculando si ya están preparados para ver algunas de las películas adultas que retrataron a los jóvenes de los 90.
¿Cuántos años tenías cuando se estrenó Reality Bites? ¿Cuántas de las preocupaciones de aquel grupo dirigido por Ben Stiller eran las tuyas? ¿Tenías edad para cortarte el pelo como Winona Ryder o para vestirte como Ethan Hawke? En una época sin redes sociales, en la que la imagen llegaba a través de la televisión, los vídeos musicales y el cine, resulta extraterrestre pensar cómo en ellos dos se condensa de una manera tan clara la imagen colectiva de una década. Ryder está en el Drácula de esta generación (el de Coppola), es la Jo March de los noventa (Mujercitas, Gillian Armstrong, 1994), y de su mano nos enamoramos todos de Eduardo Manostijeras (Tim Burton, 1990). Cómo explicar a los Z de este siglo que ver a Winona con Sean Astin (el Mickey de Los Goonies) en Stranger Things fue, para los X, como un flashback al colegio y al instituto al mismo tiempo. Todo a la vez y en todas partes, versión X.
A Hawke le ocurre algo parecido. Para los que nacieron a finales de los setenta, hay pocas películas que marcaran tanto como El club de los poetas muertos (Peter Weir, 1989). Y ahí estaba él, un crío todavía. Después se bajaría del tren en Viena con Julie Delpy en Antes del amanecer (Richard Linklater, 1995), y ambos se convertirían en un reflejo de las relaciones de pareja en todas las etapas. Desde los años noventa a los 2000, desde las perspectivas de la vida por delante a la rutina amorosa y familiar, veinte años después.
ANTES DE TODO ESTO
Dice la escritora estadounidense Maggie Smith en Podrías hacer de esto algo bonito (una crónica de su separación) que después de torturarse con «canciones bajoneras en bucle», se sorprendió a sí misma volviendo al «rock indie de principios de los noventa». Y sigue: «Era como si quisiera recordarme a mí misma quién era antes; la mujer que precedió no solo al divorcio, sino también al matrimonio. La música me recordaba que yo precedí a toda esta mierda, y que la sobreviviría». Tal vez esta sea una de las claves para entender a una generación que vuelve a esos años no con una nostalgia blandengue, sino como un recordatorio de lo que algún día fue.
En lo que escuchábamos o veíamos en aquellos años nos reconocemos como éramos antes de todo lo demás. Del trabajo, las parejas, los hijos. Quiénes éramos antes de todo esto está grabado en los conciertos desenchufados de la MTV, en el estreno de Tesis y aquel «me llamo Ángela, me van a matar», en las letras de Los Planetas y el descubrimiento de Pearl Jam. En Clerks, Mallrats y Persiguiendo a Amy, las primeras películas de Kevin Smith. En Eduardo Noriega y Aitor Merino colgados del Puente de Segovia en Historias del Kronen bajo la atenta mirada de Juan Diego Botto y Jordi Mollá. En el descubrimiento de que había otra generación también haciendo cine en este país (Julio Medem, Juanma Bajo Ulloa, Álex de la Iglesia), y que se podía hablar de traumas familiares (Alas de mariposa) o del anticristo (El día de la bestia) con un lenguaje que era el nuestro.