Nada ha cambiado en el Líbano un año después del alto el fuego

Pablo Medina MADRID / LA VOZ

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Una simpatizante de Hezbolá en Beirut.
Una simpatizante de Hezbolá en Beirut. Mohamed Azakir | REUTERS

El armisticio de Hezbolá pone en un aprieto al Gobierno y Tel Aviv no cesa los bombardeos sobre el sur del país árabe

27 nov 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Tras un año de intensos bombardeos sobre Beirut y el sur del Líbano, Israel firmó hace un año una tregua con Hezbolá. El partido milicia chií, que perdió gran parte de su poder miliar y vio caer a su legendario líder, Hasán Nasralá, enfoca ahora un posible desarme por parte del Gobierno del país árabe, que desea acercar posturas con Israel para garantizar su seguridad, mientras el Gobierno de Netanyahu no cesa en sus ataques en el sur del país y construye un muro de separación.

El documento que suscribieron Beirut y Tel Aviv tenía como eje central que «el Gobierno del Líbano impedirá que Hezbolá y todos los demás grupos armados que operan en el país realicen operaciones contra Israel, e Israel no realizará ninguna operación militar ofensiva contra objetivos libaneses, incluidos objetivos civiles, militares u otros objetivos estatales, en el territorio del Líbano por tierra, aire o mar». Además, el acuerdo preveía la desmilitarización de la zona sur del río Litani —zona operativa del partido milicia chií— para permitir la exclusiva presencia del Ejército libanés, que además debería hacerse cargo del control de las armas y la provisión de recursos a la milicia. Además, Israel se comprometía a respetar que la misión de la ONU (Finul) arbitrase el cumplimiento de estos puntos junto a una coalición internacional.

El inconveniente es que el documento también recogía como disposición la reserva de ambos países a la autodefensa, punto al que se suele acoger Israel para incumplir sus treguas. Y eso ha hecho en el último año.

Israel mató hace días en la capital libanesa a Haytham Alí Tabatabai, el líder militar de Hezbolá, y lanzó ataques contra Sidón y el campo de refugiados de Ein al Hilwe, el más grande del país, bajo la excusa de ser un «campo de entrenamiento de Hamás». Desde hace un año, estos ataques le han costado la vida a 300 libaneses, según datos de las Naciones Unidas. Incluso un destacamento español de la Finul se vio envuelto en un incidente con el Ejército de Israel. En total, son cerca de 10.000 las violaciones al alto el fuego de Tel Aviv, que aún impide el regreso de miles de personas a sus casas al sur del Líbano por los bombardeos.

«Pasamos muchas noches malas. Escucho el sonido de las ambulancias que llegan de noche al hospital incluso durante el día. Les da igual si las víctimas son de la órbita de Hezbolá o no, aquí llegan muertos que ni siquiera tienen edad de pensar qué ideología tienen», declara un trabajador de un centro sanitario de Ein al Hilwe bajo condición de anonimato por temor a más represalias y que, de paso, niega las acusaciones de que el campo esté vinculado a Hamás.

Si bien Israel mantiene estos días que continuará «defendiéndose» de las amenazas procedentes del Líbano y que seguirá dando caza a dirigentes de Hamás y Hezbolá, el contexto sectario del país árabe ponen en un serio aprieto a las opciones para pacificar el entorno. Chiíes, suníes y cristianos viven en un delicado equilibrio de poderes, y cualquier acción perniciosa sobre uno de los grupos suele ser considerado una agresión. Por eso, la tarea de desarmar a Hezbolá del presidente Joseph Aoun tiene una difícil ejecución. Aunque la brecha sectaria ya se ha abierto.

Equilibrios

El jefe del consejo ejecutivo de Hezbolá, Alí Daamush, destacó que pese a los procesos de armisticio o los intentos de relegar a su partido a un segundo plano, su formación continuará siendo una punta de lanza contra «el sionismo», la «principal amenaza» para la convivencia en el Líbano. «Aumentaremos la determinación y la perseverancia. Esto hará que nos ciñamos más firmemente a lo correcto de nuestra elección y decisión. No cambiaremos nada», añadió.

Sin embargo, esta semana, el propio presidente Aoun refirió que «no hay más opción» que negociar con Israel, porque aun siendo «enemigo», «el lenguaje de la negociación es más importante que el lenguaje de la guerra, que ya hemos visto lo que nos ha hecho».

El líder del partido cristiano del país, Samir Geagea, también aseveró que «Hezbolá debe aprender, sin duda, de lo que está sucediendo actualmente con Hamás. Esta es una razón más para que entregue sus armas al Estado lo antes posible». Pero estas afirmaciones solo se hacen en forma de petición y no de exigencia, ya que un enfrentamiento entre credos podría arrastrar al país a otra guerra civil.

Este paisaje, no obstante, es muy favorable para las políticas predilectas de los socios de Israel: la expansión. Durante estas últimas semanas, Tel Aviv prosiguió con la construcción de un muro de separación al sur de la Línea Azul, la frontera internacionalmente reconocida con el Líbano, entre la aldea de Avivim (norte de Israel) y el puesto militar de Jal al Deir. Esta delimitación, que según la Finul traspasa territorio libanés, podría abrir la puerta a, como dijo el investigador Hussein Chokr en una entrevista con TNA, un pretexto «para ocupar territorio» aprovechando la inestabilidad interna del Líbano.

El primer ministro Benjamin Netanyahu ha sido claro en reiteradas ocasiones sobre la postura de su Gobierno con respecto al contexto libanés y lo volvió a ser esta semana: «Mi política es clara: bajo mi liderazgo, Israel no dejará que Hezbolá recupere su poder y vuelva a constituir una amenaza».