Para lograr un mundo mejor

Graciano García

ASTURIAS

Combo de fotografías de la princesa Leonor, durante su primer discurso en la ceremonia de entrega de los Premios Princesa de Asturias 2019, y de su padre, el entonces Príncipe de Asturias Felipe de Borbón, durante su primer discurso en la entrega de los Premios Príncipe de Asturias 1981
Combo de fotografías de la princesa Leonor, durante su primer discurso en la ceremonia de entrega de los Premios Princesa de Asturias 2019, y de su padre, el entonces Príncipe de Asturias Felipe de Borbón, durante su primer discurso en la entrega de los Premios Príncipe de Asturias 1981 BallesterosManuel H. de León | Efe

22 oct 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Se celebra un año más el acto de entrega de los Premios Princesa de Asturias. Como en años anteriores y antesala de este gran acto, durante la semana previa miles de personas participan en las actividades organizadas con los galardonados en distintos lugares de Asturias. Llenan los auditorios y los salones de actos para escuchar a los premiados, conocer su obra, acercarse a su trabajo e ideas, entrar en las emociones y sacrificios que han sentido, muchas veces en soledad, a lo largo de sus vidas. Es una silenciosa manifestación, única en el mundo, de la admiración por nuestros premiados y del ansia por conocer que alientan nuestros galardones. Es un privilegio que tienen los asturianos, y cuantos vienen de otras tierras de España, de escuchar y conocer a quienes son gloria de la Humanidad.

Así, y en el Teatro Campoamor, se cierra con su entrega el intenso trabajo del ilusionado y muy valioso equipo de la Fundación durante todo un año.

Cada edición evoca en mí recuerdos de la primera vez que se entregaron los galardones, en 1981. Aquella solemne ceremonia, bajo la presidencia de SS.MM. los Reyes y del Príncipe Felipe, que, con trece años, pronunció su primer discurso público, hizo realidad nuestros mayores anhelos, la culminación de unos años muy difíciles. 

Uno de los más reconocidos historiadores de la Antigua Grecia empezaba su más importante libro diciendo que lo escribía «para que ni los sucesos de los hombres con el tiempo lleguen a extinguirse ni las obras grandes y admirables queden no celebradas». Con ese deseo de exaltación de la ejemplaridad nació la Fundación Príncipe de Asturias y fueron creados nuestros Premios. Para honrar y premiar a los mejores, como también con sabias palabras nos había encomendado Jovellanos a los asturianos casi dos siglos antes.

La Fundación empezó su camino en 1980, cuando España vivía momentos de renovada esperanza con la libertad recién recobrada. Aprobada la Constitución, los españoles sentíamos renacer la posibilidad de convivir en democracia, en concordia, superando desgarros y heridas, mirando confiados al futuro. La Carta Magna recuperaba al mismo tiempo dos instituciones centenarias que hasta entonces habían tenido una existencia apenas testimonial durante siglos: el título de Príncipe de Asturias para el Heredero de la Corona y, por extensión, el de Principado para nuestra Comunidad Autónoma.

Con el objetivo de fortalecer los vínculos entre el Príncipe y el Principado y con el propósito de contrarrestar esa estéril y dañina tendencia de olvidar lo mejor que hemos heredado de nuestros mayores, pues es un olvido que nos empobrece a todos, nacía la Fundación. Es decir, nacía en un contexto de ilusiones, dispuesta a hacer su camino luchando sin desmayo por lo que creíamos que era un hermoso y digno proyecto.

Iniciamos nuestro camino con humildad, con escasos recursos y con la ayuda de un equipo muy reducido de personas. Creo que, como escribió mi admirado poeta Miguel Torga, para que los milagros sean reales es preciso que alguien crea en ellos y sé por experiencia propia que lo más importante de una idea no es quién la tiene, sino quienes se arriesgan al apoyarla y a darle vida con su compromiso y su esfuerzo.

Así, poco a poco, fue fraguándose lo que se ha llamado «el milagro de la Fundación», al conseguir lo que parecía imposible y hacer realidad nuestra contribución al servicio de la cultura. Hemos conseguido lo que ya hoy es un espléndido patrimonio de todos los españoles: tener los Premios más importantes del mundo tras los Nobel.

Desde sus inicios, la Fundación ha contado con el decisivo apoyo de la Corona. Es de justicia recordar hoy el relevante papel que desempeñó mi querido e inolvidable Sabino Fernández Campo, que en aquellos años era Jefe de la Casa de S.M. el Rey. Sin su apoyo decidido, la Fundación no habría nacido. Lo sé muy bien. También los presidentes sucesivos que ha tenido la institución: Pedro Masaveu, Plácido Arango, José Ramón Álvarez Rendueles, Matías Rodríguez Inciarte y ahora Luis Fernández-Vega. Y el apoyo y generosidad de tantas personas, instituciones y entidades que nos han ayudado de manera definitiva y desinteresada desde el Patronato.

La Fundación siente un justo orgullo hacia las mujeres y los hombres que han sido premiados a lo largo de todos estos años y que forman, como han sido llamados, un cuadro de honor de la humanidad. Todos ellos son quienes, a veces de manera solitaria y sacrificada, hacen posible un mundo mejor. Los Premios —en los que se reconoce el mérito de ese esfuerzo callado y desinteresado, el no renunciar nunca a la hermosa utopía, que hemos hecho nuestra, de que nadie se sienta solo en la búsqueda del progreso, la belleza y la libertad—, concentran lo mejor del ser humano.

Arropados por el cariño y la consideración de los asturianos, alentados por el interés que los españoles muestran hacia nuestras actividades y por el reconocimiento de la institución más allá de nuestras fronteras, y seguros de nuestra contribución al éxito de estos ideales y a la mejora de la institución, nuestro trabajo se hace más fácil. Nuestro mayor deseo es seguir ofreciendo una imagen de Asturias y de España como una tierra sensible, moderna, abierta al futuro, en la que se valoran y se reconocen la cultura, la paz y la solidaridad.

El prestigio de nuestros premiados en esta edición y el de quienes los precedieron en ediciones anteriores son los artífices del elevado reconocimiento de que gozan los Premios en la escena internacional. El interés por nuestros galardonados no ha parado de crecer exponencialmente en los últimos años y parece que nunca se acaba de tocar techo ni de cerrar las puertas a la sorpresa que supone el fallo de alguno de los Premios en cada edición, lo que pone de manifiesto una vez más el acierto de los jurados. Basta para certificarlo el seguimiento de los medios de comunicación de todo el mundo, y de sus informaciones, opiniones y comentarios sobre todo lo que rodea a los Premios. Una repercusión que también permite comprobar su vigencia y su elevada consideración en los circuitos científicos, culturales y humanísticos de todo el mundo.

Y desde otra perspectiva más ligada a su repercusión en Asturias, los Premios mantienen su compromiso con la comunidad que los acoge desde sus orígenes. Una tierra que cada mes de octubre proyecta su imagen al exterior, eleva su autoestima y se sitúa en positivo ante el mundo como centro de producción intelectual y de intensidad cultural. Y ello sin contar con la repercusión, de carácter netamente asturiano, que tiene la entrañable entrega del Premio al Pueblo Ejemplar de Asturias, un galardón que se otorga a los pueblos o grupos humanos en reconocimiento a su defensa de valores sociales, ambientales, patrimoniales o comunitarios.

Así, año tras año, defendemos nuestra convicción de que las sociedades que no reconocen la ejemplaridad no tienen futuro, porque en ellas subyace el mayor de los males: la injusticia, la falta de generosidad y de grandeza.

Graciano García García es director emérito vitalicio de la Fundación Princesa de Asturias