Un grupo de arqueólogos excava un «pueblo vaciado» de la Edad del Bronce cuyos habitantes se marcharon sin dejar rastro

Hoy es un paisaje semidesértico, pedregoso, salpicado de hierbajos aquí y allá. Sin árboles. Pero hace 5.500 años fue un lugar fértil, una tierra rica que permitió el asentamiento de un poblado enorme -en términos de aquella época-, complejo y muy activo. Lo llaman Jebel Mutawwaq y está en Jordania, a unos 60 kilómetros de Ammán. En este exótico escenario excava pacientemente desde hace años un equipo en el que trabajaron muy recientemente los asturianos Juan Ramón Muñiz y Marta Corrada, y en el que también han participado otros colegas en anteriores campañas. 

La investigación posee un largo pasado y también un futuro. En cuanto a lo primero, el yacimiento fue catalogado en 1986 y, a partir de 1989, el investigador Juan Antonio Fernández-Tresguerres, de la Universidad de Oviedo, asumió la dirección. Él abrió la espita de la presencia española (y asturiana).

Juan Muñiz fue discípulo de Tresguerres, uno de aquellos jóvenes locos por las piedras antiguas que se convertirían con los años en experimentados (y jóvenes entusiastas aún) investigadores. Acaba de volver de Jebel Mutawwaq tras cinco semanas de campaña, aunque habitualmente esa labor le lleva siete u ocho cada año.

¿Qué han estado haciendo bajo el duro sol de Jordania Muñiz y Corrada con sus palas, piquetas y pinceles? «Seguir buscando vestigios de este poblado del Bronce antiguo, que era enorme: ocupa 13 hectáreas (en forma alargada, de un kilómetro de largo por 300 metros de ancho), bastante más que el Oviedo antiguo intramuros. Buscamos entender más de esa época tan interesante».

Y ese conocimiento pasa por sacar a la luz tanto estructuras de edificios como su contenido. Porque sus habitantes, que llegaron a ser 1.500 -como se dijo antes, una cifra asombrosa para la época- simplemente cerraron sus puertas y fueron abandonando el pueblo en un periodo relativamente corto de tiempo. Igual que lo que ocurrió en la llamada España vaciada.

«Las casas están intactas. Incluso dejaron dentro vasijas, enseres, herramientas… todo eso está bastante bien conservado». Entonces, ¿por qué decidieron coger lo imprescindible y dejar el pueblo un día? La explicación, según Juan Muñiz, podría ser que los recursos se fueron agotando.

«El periodo del que hablamos se sitúa justo en el límite de un cambio climático», explica Muñiz, que pasó de un confortable tiempo mediterráneo «como sería hoy el de Valencia» a una sequedad más extrema, que ocasiona de inmediato una escasez de recursos. Menos agua, menos cosechas, menos ganado.

Investigadores asturianos excavan en el yacimiento arqueológico de Jebel Mutawwaq, Jordania
Investigadores asturianos excavan en el yacimiento arqueológico de Jebel Mutawwaq, Jordania PROYECTO JEBEL MUTAWWAQ

Sería la hipótesis más plausible según los investigadores, una vez descartados hechos violentos como guerras, incendios u otros cataclismos de los que no hay indicios. En realidad, ni siquiera construyeron una muralla como tal, solo una delimitación del recinto. No temían amenazas externas. Simplemente, dejó de haber comida para todos.

Aceite y ¿queso?

Las preguntas son, ahora, cómo llegó ese pueblo a crecer tanto y dónde se metieron sus habitantes cuando el lugar se volvió inhóspito. La explicación de lo primero vuelve a ser práctica: el lugar era bueno. Pasa un río cerca, el Zarqa, y la lluvia permitía el desarrollo de una notable agricultura y una ganadería próspera.

Así, señala Muñiz, hallaron interesantes descubrimientos en torno a la actividad económica del pueblo: zonas donde los trabajos estaban especializados en favor de toda la comunidad.

Investigadores asturianos excavan en el yacimiento arqueológico de Jebel Mutawwaq, Jordania
Investigadores asturianos excavan en el yacimiento arqueológico de Jebel Mutawwaq, Jordania PROYECTO JEBEL MUTAWWAQ

El análisis de la cerámica y otros elementos indica la instalación de una almazara. Se usaban aceitunas de acebuche para producir y almacenar aceite en grandes tinajas (han encontrado 21 de estas). También descubrieron restos de un derivado lácteo que Muñiz no se atreve a calificar aún como queso, a la espera de análisis posteriores, pero que probablemente podría ser eso, o una forma de requesón; en todo caso, quizá un método para aprovechar excedentes de leche. Igual que siempre se hizo en las aldeas asturianas.

En esta campaña de 2021 estuvieron excavando precisamente en esas zonas de producción, donde aparecen los restos de aceitunas y útiles cerámicos relacionados con la actividad. «Sabemos que las horneaban, las machacaban y vemos un sistema de trasiego entre cubetas», explica. Los análisis de carbono 14 y pólenes hacen otra parte del trabajo, dataciones y orígenes, cosas imprescindibles para documentarlo todo.

En cuanto a la ganadería, existía producción de carne y pieles, como indica el hallazgo de útiles hechos de hueso y herramientas para cortar o raspar las pieles.

No todo es comer

También hay rastros de la vida espiritual del poblado. De hecho, para el profano resulta chocante conocer la presencia de dólmenes como elementos funerarios en el desierto, decenas de ellos. En realidad, cuenta Muñiz, allí está el origen de las construcciones megalíticas: «La gente tiende a creer que los dólmenes vienen de las Islas Británicas, pero lo cierto es que a Asturias llegaron 2.000 años más tarde: el origen de esas estructuras está en el próximo oriente».

Arqueólogos españoles e italianos junto a un dolmen del yacimiento arqueológico de Jebel Mutawwaq, Jordania
Arqueólogos españoles e italianos junto a un dolmen del yacimiento arqueológico de Jebel Mutawwaq, Jordania PROYECTO JEBEL MUTAWWAQ

En esas zonas aparecen ajuares funerarios y restos óseos de varios individuos, «porque se da una actividad de enterrar y desenterrar que debía de ser común. Hay en una misma tumba huesos de cinco o seis personas diferentes, porque seguramente se llevaban los huesos de los antepasados de un lado a otro», señala el arqueólogo.

Vida espiritual y vida social, también. Donde había economía compleja, dice, «existió una clase dirigente y grupos destacados de población especializados. Surge ahí la clasificación social». Sin embargo, no será hasta más adelante, en la Edad del Hierro, cuando podamos hablar propiamente de tribus o grupos con nombre «como los que cita el antiguo testamento». Los de Jebel Mutawwaq se llamarían a sí mismos de alguna manera, todos los grupos humanos lo hacen, pero eso no ha llegado hasta nosotros.

Y adiós, mi pueblo

En un tiempo breve, apareció la sequía. Los habitantes del pueblo ya no podían sostenerse, así que se marcharon buscando seguramente tierras más fértiles. «Ahí perdemos el rastro. No sabemos dónde se pudieron ir», reconoce Muñiz. Este lugar era fértil, pero no se amparaba en un río tan poderoso como el Nilo o los de Mesopotamia, que generaron civilizaciones que perviven desde hace milenios.

El equipo que trabaja bajo la organización de la Universidad Pontificia de Salamanca y con financiación del Gobierno español seguirá investigando, pues aún quedan muchos secretos por desvelar en Jebel Mutawwaq. De Asturias no reciben financiación.

Existe, dice Muñiz, una muy buena relación con el Gobierno jordano, que se beneficia doblemente de la investigación, puesto que recibe y deposita el material que aparece en el yacimiento y aprovecha el atractivo turístico de este tipo de investigaciones bajo el sol, siempre presentes en el imaginario colectivo occidental. Después de dormir durante más de cinco milenios, el pueblo sigue escondiendo pacientemente sus secretos.