El arqueólogo Alfonso Fanjul intenta en el libro «Que la tierra te sea leve» dar explicación a los ritos funerarios a través de la historia

Cuando afrontamos la muerte, la propia y la ajena, en algunos aspectos no hemos cambiado tanto respecto a nuestros antepasados prehistóricos. Así lo cree el arqueólogo asturiano Alfonso Fanjul, para quien «esa perspectiva mística» sigue teniendo un peso enorme en la sociedad e incluso en el abordaje, erróneo a su parecer, de algunas excavaciones arqueológicas. «¿Por qué hemos de hablar de prácticas funerarias en la prehistoria con resto de cuerpos que simplemente fueron arrojados a una fosa?», se pregunta.

Fanjul acaba de publicar el libro Que la tierra te sea leve (Glyphos publicaciones), un texto lleno de agudas observaciones que quiere hacer un  recorrido por la historia de los ritos funerarios desde la Edad de Piedra hasta la actualidad. El investigador deseaba saber qué lleva a las personas a actuar como lo hacen cuando muere un familiar, un miembro destacado de la comunidad o, también, alguien repudiado, sospechoso u odiado. A lo largo de 15 capítulos va desgranando la evolución de las ceremonias funerarias, desde los túmulos hasta los cementerios actuales.

El arqueólogo Alfonso Fanjul, autor del libro «Que la tierra te sea leve» sobre ritos funeriarios
El arqueólogo Alfonso Fanjul, autor del libro «Que la tierra te sea leve» sobre ritos funeriarios

Nada queda por tocar, no hay tabúes: menciona los sacrificios humanos, la guía de estigmatizados y los excluidos, aquellos castigados por infringir determinadas normas, a los que no se quiso enterrar con los demás y por qué fue así.

Polvo eres

En el capítulo La «mala muerte». Paganismo, brujería y miedo a las almas «retornadas», comenta el arqueólogo esos fallecimientos atípicos que tanto inquietaban (e inquietan) a los allegados. Se trata de los que no tenían una buena muerte, es decir, agonizaban y sufrían largo tiempo sin aparente explicación. «Se pensaba que el hecho de haber maldecido sin razón alguna, o haber sido maldecido, el no haber perdonado o recibido perdón por determinados malos actos, la práctica de la brujería o la presencia de genios malignos en torno al enfermo impedían una muerte rápida», y por lo tanto adecuadamente cómoda para el titular y su entorno.

Como remedio, existían ritos y ceremonias que intentaban aplacar ese mal augurio, que incluía el temor a que el alma del postrado quedara atrapada en la casa para horror de sus habitantes vivos. O peor aún, «el miedo a la vuelta del espíritu del fallecido, lo que se trataba de evitar cerrando puertas y ventanas y camuflando la casa, para que este no reconociese la vivienda de la que había salido».

Esas almas recalcitrantes de ida y vuelta siempre han sido motivo de honda tribulación en España, «una constante en nuestra historia», dice Fanjul, «si bien no con la misma intensidad que en otras culturas como la eslava, donde todavía hoy se realizan ritos post-funerarios» para evitar la irritante y desconcertante amenaza del retorno.

La cosa viene de antiguo. El mejor ejemplo, para el arqueólogo, son los yacimientos cántabros en cueva de La Garma, Las Penas y Riocueva, de entre los siglos VII y VIII, en un contexto visigodo cristiano «de fuertes raíces paganas». Explica Fanjul que «uno de los ritos más detectados dentro de prácticas post-sepulcrales relativas al “vampirismo” o “necrofobia” de época antigua es destrozar o quemar el cráneo». Doble muerte, por si acaso.

(Malos) presagios

También trata el investigador de la cercanía de la muerte antes de que ocurra. Presuntos avisos, indicios, apariciones y señales. «En Asturias tenemos el Güerco, o doble del que va a fallecer, quien se aparece a vecinos y conocidos del agonizante en diferentes situaciones», una especie de heraldo. El Principado es muy rico en tradiciones de este tipo, señala, como la aparición de la Guaxa, una vampira en forma de mujer vieja a la que se atribuye el adelgazamiento rápido y enfermizo de una persona, en especial si es joven. O la alarmante presencia de tres mujeres que, «después de acompañar a la futura persona que va a morir, desaparecen y no pueden ser vistas por dicha persona», la campana fantasmal, la mujer de blanco… el elenco es amplio (y bastante misógino), y da para muchas noches de invierno frente a la chimenea.

Un «club» con sus normas

Es poco conocida la existencia de todo un reparto de expulsados de ese eterno descanso del que gozan los justos: son los excluidos por distintos motivos, que ya existían desde Grecia y Roma y llegan al cristianismo, sobre todo desde la época medieval. La Iglesia «extiende la vergüenza pública post-mortem a un amplio número de colectivos como los blasfemos, los parricidas» y también suicidas, muertos en torneos y justas, ladrones, excomulgados, muertos en burdeles, usureros, profanadores o incluso toreros. En este curioso caso, porque se consideraba que, de alguna forma, jugaban con su vida al ponerse frente al toro y por eso merecían el ostracismo funerario. El catálogo es amplio y quedaba recogido en los directorios parroquiales con todo detalle.

Escudriñar ese «mundo mágico» es una forma, concluye Fanjul, de «aportar explicaciones a hechos arqueológicos para los que, tal vez, nos falte perspectiva si no nos ponemos en la mente de las sociedades que llevaron a cabo los enterramientos». Porque enteder la muerte, al final, es entender la vida.