Un recorrido por las razones que han promovido los distintos galardones Princesa de Asturias 2022, y que siempre tienen una conexión directa con las preocupaciones colectivas. Por Guillermo Guiter

GUILLERMO GUITER

A menudo resulta difícil encontrar el hilo conductor, la melodía común bajo este concierto coral de los Premios Princesa de Asturias, que dura todo el año y culmina como una explosión en unos pocos días, los de la semana de la ceremonia de entrega en Oviedo. Y, sin embargo, ese hilo existe. Los numerosos jurados nunca son ajenos al entorno, a la actualidad social, política y económica, aunque difícilmente podrían ponerse de acuerdo por separado en seguir una temática, un sentido lógico al conjunto.

Pero hay un halo común entre las artes con la ciencia, las letras con la cooperación o la concordia con los deportes. Casi imperceptiblemente, todos los años los premios se forjan como un reflejo de los deseos, temores e inquietudes de la sociedad. Esto se hizo muy evidente, para quien quiso verlo, durante las dos ediciones anteriores, 2020 y 2021, cuando la pandemia de covid-19 monopolizó las mentes y los corazones, y a los que los galardones asturianos no fueron ni mucho menos ajenos.

En estos años duros, reconocieron la labor de los científicos, los profesionales sanitarios y la cooperación, los tres pilares básicos para superar la crisis covid-19, o cualquier crisis de carácter sanitario. Fue un ejemplo de las tareas titánicas de las que es capaz la humanidad cuando se pone -más o menos- de acuerdo en algo, aún con sus voces discordantes, sus versos sueltos, sus dudas y errores. Es parte de nuestra naturaleza discrepar incluso en cuanto a lo más obvio. Muchas voces autorizadas habían advertido años atrás que algo así podía ocurrir y, de hecho, ya ocurre a diario con otras pandemias a las que no atendemos lo suficiente como la malaria o el cólera.

Nuevos tiempos, nuevas crisis

Pagamos un peaje terrible en vidas y también en economías por la pandemia, por no saber escuchar desde el principio. Por egoísmo, necedad o ceguera. Si aprendimos lo suficiente o no tras comprobar que el virus mataba a millones de personas que no deberían haber muerto en ese momento, el tiempo lo dirá. Y ahora pensamos que hemos superado, o al menos controlado, la pandemia del coronavirus, pero dirigimos la vista a otros mundos que quisimos ignorar hasta que estallaron: la satrapía de los países que, como Rusia, utilizan el chantaje energético para intentar imponer sus sueños megalómanos.

Pero Europa, esta vez y para sorpresa de sí misma, no se ha dejado ningunear. No puede permitirse, no debe hacerlo. Así lo piensa al menos el premio de Comunicación 2022, el periodista polaco Adam Michnik. Referente moral y práctico en cuanto a la lucha por las libertades en su país, Michnik luchó por la democracia contra la tiranía soviética igual que ahora lo hace contra un gobierno ultraconservador del que, dice, tenía precisamente como modelo al inefable zar ruso, Vladimir Putin.

Michnik hablará en estas páginas en una extensa entrevista sobre la encrucijada europea, sus retos y su futuro. El mensaje del veterano periodista, cuyo coraje y honestidad ha sido reconocida por la Fundación Princesa de Asturias, es claro: si hoy abandonamos a Ucrania, será un desastre moral y político que marcará generaciones. Así ocurrió con Polonia durante y después de la Segunda Guerra Mundial, y las consecuencias fueron nefastas, y no solo para los polacos. La realidad le da la razón y esperemos que sus peores vaticinios no se cumplan.

La clave planetaria

Esta enésima crisis energética global que ha desencadenado la infame agresión de Rusia a Ucrania ha puesto sobre la mesa un elefante: necesitamos cambiar el paradigma energético y de consumo, y lo necesitamos ya. Y no solo por un problema obvio de sentido común, de la sostenibilidad de la que tanto hablamos y que tan poco aplicamos. Es una cuestión de tiempo que la energía de origen fósil se agote y genere, si no estamos preparados, un colosal conflicto de lucha por los recursos. De guerra global, catastrófica, tal vez definitiva.

En este sentido y enlazando plenamente con el premio del que se habló antes, se plantea el de la Cooperación 2022, la fundación de Ellen MacArthur. La urgencia de aplicar la economía circular, de reutilizar, reciclar, no malgastar y cambiar por tanto los hábitos de producción como los de consumo, ha sido el leit motiv de esta británica que ha hecho de su vida un dardo dirigido a esa diana.

MacArthur nos explicará en una entrevista en qué consiste la idea de economía circular, por qué es urgente y qué están haciendo las sociedades por su aplicación. Comenzando por las propias empresas, que ya están tomando en consideración la reutilización de materias primas cada vez más caras y escasas. Algunas son pioneras y están orientando sus esquemas de producción.

También el premio de Deportes tiene mucho que ver con la crisis actual, con la guerra -de nuevo- ya no en las puertas de Europa, sino en Europa misma. Siempre creemos que es la última guerra del continente: no tantos lo creyeron de la Gran Guerra, muchos sí lo pensaron tras la inmensa devastación que supuso la Segunda Guerra Mundial. Pero inmediatamente, Churchill presintió la gelidez de la Guerra Fría, que estalló en una guerra caliente en los Balcanes de los sangrientos años 90 tras la autodestrucción soviética.

Entonces muchos se escandalizaron de que Europa no fuera capaz de frenar la masacre en su casa, y nadie pensó que algo así se podría repetir en el viejo continente, el «jardín en medio de una selva», como lo definió Josep Borrell muy recientemente. Un jardín con tenebrosos senderos sin desbrozar que llevan de Moscú a Kiev e incluso más allá.

El galardón a la Fundación y el Equipo Olímpico de Refugiados enlaza con este drama y todos los que generan las guerras. Ambos organismos, promovidos por el comité Olímpico Internacional (COI) y el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) tienen como objetivo, según el presidente del COI, ser «un símbolo de esperanza para todos los refugiados del mundo», concienciar sobre una de las crisis más importantes a las que se enfrenta la comunidad internacional y utilizar el deporte como vía para la ayuda humanitaria, la cooperación y el desarrollo de las personas afectadas por conflictos.    

La tarea de la Fundación Olímpica es titánica, según recoge la Fundación Princesa: coordinar organizaciones internacionales, empresas del sector privado, organizaciones no gubernamentales y otras fundaciones para establecer y fomentar programas de cooperación a través del deporte. Y sus líneas de trabajo, «proteger a los jóvenes de la violencia y la exclusión social, fomentar el acceso a la educación, la sanidad (con especial atención a la salud mental en sus últimas iniciativas) y la práctica deportiva». Casi nada. Esto se ha desarrollado de momento en ocho países afectados directa o indirectamente por conflictos: Colombia, Jordania, Kenia, México, República Democrática del Congo, Ruanda, Turquía y Uganda.

Los atletas refugiados forman una peculiar comunidad deportiva: personas que han tenido que abandonar sus países. No son apátridas, pero están lejos de sus banderas. ¿Cómo era posible, por tanto, que participaran en la más alta y antigua competición mundial? La solución fue un crisol de diez hombres y mujeres que provenían de distintos países y habían sido seleccionados entre 43 precandidatos, y que participaron en los juegos de Río de Janeiro 2016.

Las personas afectadas por desastres y sus condiciones de vida también son el motivo de que un arquitecto haya conseguido el premio de Concordia 2022, el japonés Shigeru Ban, por su idea de crear refugios baratos con materiales poco convencionales como el cartón, destinados a albergar a esas personas temporalmente.

Esperanza frente a barbarie

En este escenario de agobio económico global, de cambio de paradigma energético y de lucha contra la injusticia de la guerra, brillan de nuevo luces de esperanza: la que encienden los que investigan y los que crean belleza para que toda la humanidad pueda disfrutar de esos dones. Entre los primeros, si en ediciones anteriores conocíamos el trabajo de los creadores de las vacunas y de relevantes matemáticos, este año ha reconocido a un grupo de investigadores punteros -aunque también veteranos- en el desarrollo de la alta tecnología de Inteligencia Artificial.

Escueto y un tanto impaciente ante las sencillas preguntas del entrevistador, el científico Geoffrey Hinton se muestra convencido de que conseguiremos máquinas que imiten hasta tal punto la inteligencia humana que serán capaces de aprender por sí mismas de su experiencia y, por tanto, resolver problemas más rápido y mejor que nosotros mismos.

El reto es monumental y ha llevado al propio Hinton, junto a Yann LeCun y Yoshua Bengio a ser considerados como los padres del deep learning o aprendizaje profundo, o desarrollo de redes neuronales para el reconocimiento de voz, la visión por ordenador y el procesamiento del lenguaje natural. Estos dispositivos regidos por algoritmos matemáticos quieren convertir el delicado proceso de la mente humana en algo aplicable a los microprocesadores.

Hinton nos hablará de los algoritmos de retropropagación que inventó para entrenar las redes neuronales y el proyecto GLOM, un modelo teórico para vectorial para procesar la información visual.

El cuarto co-premiado en este área es Demis Hassabis es CEO y cofundador de DeepMind, una de las mayores compañías de investigación en inteligencia artificial del mundo.

Memoria contra el mito

El premio de Ciencias Sociales de este año ha recaído con toda justicia en el gran historiador y arqueólogo mexicano Eduardo Matos Moctezuma, un ejemplo claro de cómo el estudio del pasado y entender de dónde venimos ayuda a mejorar el presente. Pues de mitos, malentendidos y odios antiguos provienen algunos de los peores males del panorama político actual, incluyendo espinosas relaciones internacionales.

Matos hablará en estas páginas de su historia de amor con el subsuelo -es decir, con las raíces- de México. «Querido amigo, todo México es un gran yacimiento arqueológico», le explicaba a este periodista a través de videoconferencia. Desde el hermoso salón de su casa, atestado de libros, como no podía ser de otra manera, Matos disertaba con enorme lucidez, paciencia y amabilidad, pausadamente, adornado del acento cantarín de su gente. Durante la entrevista, un perrito saltaba desde el sofá y curioseaba un poco, tal vez acostumbrado ya a las numerosas conferencias de su amo.

La redención del arte

Por último, y en absoluto menos importante, en el campo de la creatividad artística los galardonados este año han sido el dramaturgo Juan Mayorga (Letras) y las flamencas María Pagés y Carmen Linares (Artes). Si el arte debe funcionar como un medio para denunciar la injusticia o un bálsamo para los dolores mundanos, quizá para Mayorga no sea ese el dilema. Porque el teatro, su disciplina, contiene eso y mucho más simultáneamente.

El dramaturgo, que comparte podio con otros premiados anteriormente como Arthur Miller y Francisco Nieva, podrá comprobar que la ceremonia de entrega es, como dijo el día que tomó posesión del sillón M de la RAE, un acto eminentemente teatral. Un día que hace converger las miradas y que quiere destilar lo mejor que hay sobre las tablas. 

Pagés y Linares estarán en un lugar destacado de esas tablas por mérito propio y de su mundo, el del arte flamenco, al que los premios rinden homenaje como parte esencial de la cultura universal. Al igual que Mayorga, ambas están acostumbradas a recibir el aplauso en un teatro, pero en menor medida por el motivo que el viernes 28 de octubre los reunirá en la capital asturiana.

Los premios están servidos.