Carrero Blanco, sin chistes

OPINIÓN

19 ene 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Hace unos años, con motivo de estar seleccionado para un premio literario en el bello pueblo de Santoña, paseaba por sus calles contemplando con esa mirada atenta con que nos enfrentamos a un lugar que pisamos por primera vez, cuando me encontré con algo que no pasaba desapercibido: un elaborado monumento dedicado al que fuese presidente del gobierno durante la dictadura, Luis Carrero Blanco. Dicho monumento se debía a que el almirante franquista era oriundo de la villa, además de hijo adoptivo desde 1967. Se trata de un monumento de veinte metros de altura, de granito y bronce, de 1976. Al parecer se había convertido en un centro de perenigración fascista, con homenajes y otros actos, hasta el punto que un concejal falangista de la localidad prometió, públicamente, defender si era necesario a tiros, con una escopeta que tenía guardada en su casa, junto a su camisa azul. Incluso en el ayuntamiento se aprobó una moción para que el entonces Príncipe de Asturias procediera a la inauguración oficial del monumento, con los votos favorables del falangista, PP y PRC, abstención de UPyD, y en contra del PSOE. Que yo sepa, hasta la fecha, la Ley de Memoria Histórica, no parece haber afectado al monumento, ni a las celebraciones.

José Miguel Beñarán, más conocido como Argala, fue un dirigente de ETA, que como Luis Carrero Blanco, murió producto de una bomba colocada en su coche, acto reivindicado por el Batallón Vasco Español. Durante algunos años una placa en una plaza de su pueblo, Arrigorriaga, llevó su apodo, hasta que la Audiencia Nacional ordenó al ayuntamiento su retirada. Cuando se ha intentado hacerle algún acto de homenaje o recuerdo, se ha prohibido o sus promotores han sido procesados. Por supuesto llamarle asesino, terrorista o cualquier otro adjetivo denigratorio, y menos hacer algún chiste sobre él, no supone ningún problema legal.

Tanto Luis Carrero Blanco, como José Miguel Beñarán, optaron por el uso de la violencia y murieron por el uso de la violencia. Uno lo hizo desde las estructuras de un estado fascista, el otro desde un grupo armado. Y no establezco comparaciones. Pero mientras si Argala hubiese sido detenido, habría sido juzgado por delitos de terrorismo y otros, es mismo orden jurídico y político, nada habría hecho contra Carrero Blanco. En aquellos países donde los sistemas totalitarios no gozaron de impunidad (Alemania por ejemplo), Luis Carrero Blanco se habría sentado en el banquillo acusado de crímenes contra la humanidad.

 El escritor Jorge Luis Borges, ante las evidencias de que los derechos humanos eran violados por la Junta Militar Argentina, manifestó que no podían existir todas aquellas desapariciones, torturas y asesinatos de los que se hablaba, pues el vivía cerca de la Escuela de la Armada (uno de los mayores centros donde se cometían tales prácticas) y se habría enterado. A parte de ciego, el brillante escritor, practicó esa particular sordera que es no querer enterarse o no querer saber del dolor de otros. Una sordera que han practicado sectores políticos, judiciales y sociales ante una violencia de estado, mientras tienen un oído muy fino para proteger a quienes fueron sus participes, que hasta un chiste banal en las redes, les molesta y debe ser juzgado.