La guerra perdida de los taxistas

Manel Loureiro
Manel Loureiro PRODIGIOS COTIDIANOS

OPINIÓN

05 ago 2017 . Actualizado a las 10:12 h.

Cada vez que lo veo me hierve la sangre. Es un vídeo de poco menos de un minuto grabado en Barcelona, en una de las últimas movilizaciones del gremio de taxistas. En medio del habitual corte de tráfico que organizan estos cada vez que sacuden el árbol de las protestas hay un vehículo de Cabify, uno de los objetos de su ira. El coche de marras está parado en el atasco con su chófer a lo suyo, seguramente aguantando con paciencia, como el resto de los conductores retenidos, el secuestro virtual al que está sometido. 

De repente, entre los pitos y bocinazos de la protesta, se ve cómo un taxista se acerca al vehículo y sin mediar palabra descarga un golpe seco y certero contra la ventanilla trasera. El cristal estalla en mil pedazos, bañando en pequeños trozos de vidrio a sus aterrados pasajeros, una mujer y un niño de muy corta edad, sentado en una sillita de bebé. El taxista se aleja, ufano y con una mirada de suficiencia, contento de haber golpeado al enemigo. Así aprenderán, parece pensar. Ni que decir tiene que ni el conductor ni los pasajeros del Cabify se bajan del coche, sabiendo sin duda que la jauría que los rodea, espoleada por el momento, les podría brindar un trato aún peor.

Muchos dirán que es un hecho aislado, que una golondrina no hace verano y que un descerebrado no representa a todo un colectivo. Pero el que les escribe, que tiene memoria, recuerda los nueve coches de Cabify incendiados por taxistas en Sevilla a principios de año. Y las imágenes de huevazos y baños de ácido a los coches de otras empresas por parte de taxistas en su primera gran huelga del año. Y, sin embargo, no es capaz de recordar, por mucho que lo intente, una condena clara por parte del colectivo a todos estos hechos, más allá de algunas voces sensatas (pero minoritarias). Y la cosa tiene pinta de empeorar, con portavoces como Nacho Castillo, alias Peseto Loco, que afirma lindezas como que los taxistas «morirán matando».

Lo cierto es que pintan mal las cosas para el mundo del taxi. La llegada inevitable de nuevos modelos de negocio, como Uber o Cabify, hace temblar un sistema que pudo tener su sentido hace décadas, cuando comprar un vehículo era una inversión de tal calibre que tenía que ser protegida por el Estado de alguna manera -las licencias-, pero que hoy ya no tiene razón de ser, más allá de proteger a los propios taxistas que han aceptado pagar una burrada para comprar una licencia varios miles de veces por encima de su valor real.

El asunto requiere una solución que satisfaga a todas las partes: taxistas, nuevas empresas y, sobre todo, a nosotros, los clientes. Por mi trabajo tengo que tomar cientos de taxis al año y puedo decir que he visto de todo. Desde inmaculados y excelentes profesionales (algunos incluso ya son amigos) a taxis que parecen sacados de una escena de Mad Max con conductores maleducados y soeces. El mundo del taxi tiene que evolucionar para mejor si no quiere morir a manos de sus nuevos competidores. Es así de brutal y así de sencillo. Darwinismo puro.

Pero mientras la solución llega, cada competidor debe tomar la mejor posición posible en el tablero y en ese sentido el mundo del taxi lo está haciendo rematadamente mal. Están perdiendo la batalla más importante, la de la opinión pública, que, con hechos como los que les contaba, ve cada vez más a los taxistas como tipos enrabietados, violentos y hostiles. Y esa opinión pública son sus clientes. Mira, los mismos que se están pasando en masa a Uber y Cabify. Da que pensar.

El mundo del taxi tiene que evolucionar para mejor si no quiere morir a manos de sus nuevos competidores. Es así de brutal y así de sencillo. Darwinismo puro