Cataluña. Mossos

OPINIÓN

05 sep 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando un mayor de la policía apunta al portador de una noticia (noticia: hecho relevante para el lector cuya veracidad está al margen de toda duda), algo va mal. Muy mal. El mayor de los Mossos, Josep Lluís Trapero, apuntó con el dedo acusador al periodista de El Periódico de Catalunya, y al director del diario, por publicar que, más de dos meses antes de los atentados del 17 de agosto, los servicios de inteligencia de EE.UU. habían avisado a la policía autonómica de que los yihadistas pretendían cometer una matanza en las Ramblas de Barcelona, una información que, por otra parte, era perfectamente imaginable. No hicieron nada. Ni siquiera tras la explosión de la casa de Alcanar, una pista que asombra por su abultamiento.

Con su acción, Trapero se comportó como un policía político. Un policía, el responsable de 17.000 agentes, que se posiciona con su conseller de Interior, Joaquin Forn, y con el presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, en la proclama secesionista, es un calco del jefe policial de Venezuela o de Guatemala. Instiga a las masas radicales a linchar a los periodistas, y a todo aquel que no comulga con el catecismo sagrado. A la par, elude su propia responsabilidad y la consiguiente dimisión por no haber evitado los atentados, y también hace de la mentira la verdad revelada. A los nacionalistas no les interesa la verdad. Solo el fin. Esto recibe el nombre de totalitarismo, o caza de brujas.

Los Mossos nos ofrecieron en los últimos años su perfil. Maltrato a detenidos, que fueron vejados, humillados, insultados, golpeados. Y, siguiendo pautas de los policías blancos estadounidenses contra los negros, llegaron al asesinato. El Gover capitalizó las balas de sus guardias, que acabaron con varios terroristas, para, más que para demostrar que no les hacía falta la Guardia Civil o la Policía Nacional, que ningunearon, para atraerles a la defensa armada del referéndum próximo. Que un solo mosso acabara en Cambrils con la vida de cuatro yihadistas que portaban cuchillos, y a distancia, no es una heroicidad, especialmente si ese mosso fue un legionario; o sea, entrenado para matar. Un (ex) legionario es un español. Da igual que sea un extranjero (español o marroquí); se le adoctrina. Pero matar a sangre fría, en medio de unos viñedos, al último, al que condujo la furgoneta de las Ramblas, es una ejecución. Encubierta pena de muerte. Supondré que recibieron órdenes, y, tal vez, se desahogaron de lo lindo. Policía como poder ejecutivo.

Ninguna otra policía en España tuvo un comportamiento igual. Hay que remontarse al franquismo. Cataluña es hoy una tierra fascista disimulada. Cuando se ondea la bandera de la Patria, todo está perdido. El enemigo es malo no por ser intrínsecamente malo, sino por ser enemigo. El patriotismo, como el capitalismo, es, más que nada, una prueba contundente de analfabetismo.

Tengo familia en Barcelona. Algunos, incluso sin haber nacido en Cataluña, son nacionalistas. Es una necesidad zoológica. Una banda de simios toma un territorio y lo hace suyo. La diferencia de los simios con los animales humanos es que estos poseen una cognición que les permiten ir más allá de las conductas meramente animales. Pero no lo hacen. Mis familiares radicales son, de hecho, simios, porque mutilan sus capacidades mentales. Abrazan una tierra que creen suya porque necesitan una identidad que no alcanzan desde sí y por sí, y pagan un peaje: ser monigotes de los intereses mercantiles de la burguesía autóctona y soldaditos en primera fila de los maoístas catalanes. Sin los primeros, los segundos serían nada.