Cautivos de nuestros liberadores

OPINIÓN

21 ene 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Erase una vez un mundo en el que los humanos habían sido doblegados por las máquinas, aunque ellos no eran conscientes de ello. Las máquinas «cultivaban» humanos como fuente de bioenergía. Para ello, los mantenían confinados en unas cápsulas de un volumen poco más amplio que el de un cuerpo grande, conectados a un sistema que les proporcionaba nutrientes para su desarrollo físico, obtenidos de la licuación de cuerpos ya «gastados», y un entorno virtual, que simulaba una sociedad «normal», para el desenvolvimiento de una actividad cognitiva cuyas expectativas se mantenían bajo contención por la inteligencia artificial que lo gobernaba todo.

Esta es la alegoría distópica que sirve de argumento central a la película Matrix, que es el nombre que recibe el entorno virtual en el que los humanos creen vivir físicamente. Morfeo le explica a Neo, el protagonista, que, sin saberlo, es esclavo en una prisión que «no se puede saborear, ni oler, ni tocar». Pero le ofrece la posibilidad de conocer. Ha de elegir entre dos pastillas: una azul, que le hará olvidar que se han visto para que pueda seguir en el mundo virtual tratando de alcanzar objetivos ajenos como si fueran propios; o la pastilla roja, que le permitirá conocer el mundo real tras el simulador. Matrix es un entorno de información generada desde el poder para mantener a la gente bajo control y convertirla en pilas del sistema. Y «mientras Matrix exista, la raza humana nunca será libre».

Es, pues, una alegoría de nuestro mundo, en el que el poder real, el económico, no el político interpuesto, controla una implacable maquinaria de discurso que tiene como objetivo controlar nuestras expectativas al inocular la creencia de lo que es posible y lo que no; lo que es deseable y lo que no.

Cuando los fundamentalistas del lucro indiscriminado nos prometen la libertad individual a través de un desregulado y exitoso intercambio de bienes y servicios, no están liberando a las personas, sino al mercado, que pasa a dominar todas las facetas de la vida y a parasitarlas. Así es como pretende su brazo político lograr la exoneración de la responsabilidad de establecer unas condiciones de vida digna para la ciudadanía. Y la ley del mercado, Rodrigo, «amigo», es la ley de la selva con la que se promueve la lucha fratricida por la subsistencia, y el abuso (bancario, por ejemplo).

En un mundo superpoblado por nuestra especie, dependiente entre sí e interdependiente con otras especies, que está depredando recursos limitados hasta el punto de alterar sistemas biofísicos globales, la libertad individual es un mito que sirve a los intereses de quienes nos quieren, no ya divididos e indefensos, sino enfrentados por los desechos de su obsceno festín.

Y es que somos una especie cuya evolución ha dependido en gran medida de las estrategias de supervivencia colaborativas. De hecho, es probable que la necesidad de vincularse afectivamente y organizarse en grupos haya sido más determinante en la evolución humana que la inteligencia abstracta.

Es una irónica paradoja que la libertad individual sea el espejismo que nos guía a un cautiverio en el que competimos precariamente hasta el colapso civilizatorio. Si la libertad es la erradicación de la servidumbre, ¿por qué estamos condenados a competir por sub-empleos con condiciones de esclavitud que apenas nos dan para que no nos echen de nuestras casas?

Como nos explica el filósofo coreano Byung-Chul Han, actualmente docente en Berlín, “libertad” es un concepto relacional. Nos recuerda que, en lenguas indoeuropeas, las palabras «libertad» y «amigo» tienen la misma raíz, y que ser libre no es otra cosa que realizarse mutuamente; la libertad se alcanza con una coexistencia satisfactoria.

En su libro Psicopolítica (2014), actualizando la biopolítica foucaultiana, nos traslada a una reflexión acerca de cómo, al pasar de sociedades disciplinarias (deber hacer) a sociedades del rendimiento (poder hacer), el sujeto neoliberal, sin amo percibido, se explota a sí mismo en la medida en que en su conciencia han sedimentado conceptos como rendimiento y optimización. «El neoliberalismo es un sistema muy eficiente, incluso inteligente, para explotar la libertad», porque el «deber hacer» se impone por la norma, tiene límites, es aversivo y genera resistencia, mientras que el «poder hacer» se impone por la expectativa, es ilimitado y aparentemente voluntario. Hemos pasado de una coacción explícita a una implícita; del control corporal (biopolítica) al control psíquico (psicopolítica).

Somos insignificantes cifras en la macroeconomía. Nuestro esfuerzo diario es poco eficiente para lograr nuestro bienestar, pero muy eficiente para los grandes accionistas. Cada vez trabajamos más por menos; y no es porque no haya dinero, sino que se lo quedan aquellos que pagan a los programadores de nuestro Matrix particular, a quienes nos quieren convencer de que no es posible vivir de otra manera.

Y sí, es verdad que es necesario identificar el problema para para resolverlo con conocimiento de causa, pero el pronóstico de Han no es halagüeño. El aislamiento al que nos lleva la «cultura del rendimiento» sabotea los vínculos necesarios para crear un «nosotros político» con capacidad para una acción común: «En esto consiste la especial inteligencia del régimen neoliberal. No deja que surja resistencia alguna contra el sistema».

¿Y la próxima semana?

La próxima semana hablaremos del gobierno.