Anatomía de una monstruosidad

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

13 mar 2018 . Actualizado a las 08:26 h.

Cuando Patricia Ramírez, la madre del niño Gabriel Cruz, pedía a sus «secuestradores» que dejaran a su hijo en cualquier lugar, que ella les perdonaría, posiblemente se refería a alguien en concreto. Quizá sospechaba ya de Ana Julia. Quizá tenía alguna indicación de la Guardia Civil. Quizá su instinto de madre le decía que Gabriel no estaba lejos. Yo creo que lo sabía, aunque lloraba como si tuviera la intuición de que Gabriel no estaba vivo. Y no lo estaba. La autopsia reveló que murió estrangulado el mismo día de su desaparición. Si lo mató Ana Julia -hay que decirlo así, en condicional, por la presunción de inocencia-, lo mató en una acción calculada y premeditada.

¿Por qué?, nos preguntamos todos, como si el conocer la causa del crimen añadiese un agravante o un atenuante al infanticidio. Y no: en el asesinato de un niño no puede caber ningún atenuante; en el asesinato de Gabriel y en quien lo cometió no cabe ni un agravante más. Lo que nos interesa saber es cómo cabe tanta maldad en un ser humano; hasta dónde llega su egoísmo para matar a la criatura que se interpone entre esa mujer y el hombre que quiere para ella en exclusiva; hasta qué punto almacena tantos celos que la conducen a la más horrenda de las acciones, o hasta dónde llega su capacidad de odiar. Eso es lo que buscamos en el interrogante de las causas, y todas pueden existir al mismo tiempo: los celos, el egoísmo, la negativa del padre a trasladarse a la República Dominicana, o la vulgar y espantosa necesidad de eliminar cualquier obstáculo en su vida.

Pero se ha pedido que no especulemos, y aquí detengo estas consideraciones. Quede constancia únicamente de que se ha vuelto a confirmar que el mayor porcentaje de asesinatos de niños se produce en el ámbito familiar y no hace falta recordar las dos criaturas muertas y quemadas por su padre, el tal Bretón. Baste recordar, mucho más cerca de nosotros, el caso de Asunta Basterra. Y quede constancia de que la maldad y la crueldad pueden adquirir niveles que una mentalidad normal no puede ni imaginar.

Y una anotación más: nuestros políticos están inmersos en una batalla por la derogación o no de la prisión permanente revisable. El PSOE quiere la derogación porque entiende que es contraria a la Constitución, pero tiene tantas ganas de humillar al Gobierno, que no es capaz de esperar la sentencia del Tribunal Constitucional y dicta su propia sentencia de partido. La prisión permanente revisable no va a impedir que se cometan estos crímenes. Pero produce repulsa que se ande en esta polémica cuando el cadáver de Gabriel está de cuerpo presente. Por lo menos, que se respete a los muertos.