Hacerlo bien

Eduardo Muñoz
Eduardo Muñoz ÁREA PEQUEÑA

AZUL CARBAYÓN

03 nov 2016 . Actualizado a las 17:57 h.

Para la celebración de los partidos correspondientes al Campeonato del Mundo de 1982, en Oviedo se construyó un nuevo estadio que significó perder una oportunidad histórica. La falta de consenso entre las fuerzas políticas tuvo como consecuencia que se hiciese un campo pequeño (22.500 localidades de aforo), incómodo (sólo una de cada cuatro localidades era de asiento), sin la menor relevancia arquitectónica, y que tenía un grave problema con un césped que a punto estuvo de impedir que se celebrasen los choques mundialistas. Tras suponer el estado del terreno de juego un quebradero de cabeza, que el acontecimiento tuviese lugar en época estival permitió solventar la situación.

Pero la temporada siguiente el Carlos Tartiere sería un barrizal constante, por lo que en el tramo final de la misma se tomó la decisión de acometer la reforma integral del terreno, para lo cual los azules trasladaron sus últimos encuentros a distintos campos de la geografía asturiana. Así, con esas fechas ganadas al calendario, el verano, e incluso el primer duelo de la campaña siguiente, se pudo levantar todo y, a diferencia de lo sucedido con anterioridad, acometer la obra con todas las garantías (sin los avances actuales, el césped fue sembrado).

En esa ocasión sí se hizo bien, como confirmó el tiempo pues, con sus lógicos problemas en lo más crudo del invierno, el césped dejó de ser una preocupación presentando casi siempre el campo un buen aspecto. Y ello pese a que se utilizaba para entrenar como mínimo una vez por semana, además de  jugarse un encuentro todos los domingos pues, cuando no lo hacía el primer equipo, lo hacía el filial.

La chapuza de 1982 quedó evidenciada cuando, sólo tres lustros más tarde, se tuvo que afrontar la construcción de un nuevo estadio. Y lejos de aprender de los errores del pasado, algunos se repitieron. En esta oportunidad las desavenencias no serían entre fuerzas políticas sino entre el todopoderoso alcalde de la ciudad y el consejo de administración del club, claramente enfrentados, lo que llevó a que el primer edil, tras muchos cambios de opinión, decidiese unilateralmente acometer la construcción de un nuevo estadio. Escogió para ello una ubicación tremendamente desafortunada y resultó adjudicataria, ¡oh, sorpresa!, la propuesta que tenía como arquitecto a un viejo amigo. La consecuencia fue un auténtico despropósito de estadio que, entre sus múltiples deficiencias, tiene en su calamitoso césped la más evidente.

Después de pasar más de 15 años desde su inauguración, sólo con observar su evolución, ya no creo que haya nadie que niegue que el campo está mal porque no puede estar de otra manera al estar mal construido. Si encima, la insuficiente obra de lavado de cara acometida este pasado verano, se ejecuta con casi dos meses de retraso, el resultado no puede ser otro que el de un césped en lamentable estado que únicamente puede empeorar con la llegada del invierno.

Quizás la solución a semejante dislate sea inviable por una cuestión económica, pero no creo que haya que ser ningún experto para afirmar que la única solución sería levantarlo todo y hacerlo nuevo. Eso sí, haciéndolo bien en esta ocasión. Todo lo demás será una pérdida de tiempo y de dinero que no subsanarán una obra plagada de defectos de construcción.