La firma invitada: María Suárez, periodista en Agencia EFE
24 oct 2017 . Actualizado a las 11:38 h.La diagnosis a la que durante varias temporadas se ha sometido al Oviedo ha sido siempre inequívoca: algo pasaba con la médula espinal del equipo, y en concreto con el centro del campo. Y es que, como dice el técnico Juan Antonio Anquela, con la puerta a cero algo ya tienes ganado, la pedrea, o lo que es lo mismo, el empate.
Desde que se retornara al fútbol profesional se ha buscado confeccionar el equipo idóneo para armar un bloque, fijar una idea y llegar hasta el final dando el resto en playoff. No ha podido ser. Ya sea por problemas de vestidor o por falta de recursos técnicos, la realidad es que el Oviedo no ha logrado algo por lo que siempre ha tenido opción de pelear.
Si bien el fútbol se decide en las áreas, y es que es ahí donde los fallos son más clamorosos y las escuadras tienen menos margen para reaccionar, parece que es en el centro del campo donde se pierde o se gana el equilibrio, el temple y la fortaleza.
Al final es un buen mediocentro el que te da el último pase cuando juega adelantado o el que hace del repliegue y las ayudas un arte en todas las líneas del campo. Es el mediocampista el que siempre falta allí donde no hay una cobertura o el que llega a todas las segundas jugadas para disparar, finalizar o cortar una contra.
El centro del campo es la conexión entre las piezas, el enlace entre las líneas para que todos sean uno: para hacer al equipo bajar y para ser el apoyo que todo atacante necesita para romper, tocar de cara o que ese desmarque salga. Para subir con seguridad. Para tener tiempo a bajar. Son el pulmón.
El Oviedo ha tenido promesas -Torró, Cristian Rivera- y otros que han sido fijos en el puesto como un inamovible Erice o un veterano Vila, pero por muchas razones, y todas ellas muy distintas, no han acabado de erigirse como piedras angulares definitivas.
Por contra, parece que en esta ocasión el centro del campo ha sido una prioridad para la dirección deportiva tras el despido de Erice y el fin de la cesión de Torró. Ha sido una aventura de mercado veraniego y de tal calibre -aventurado- es valorar las incorporaciones para ese puesto debido a las lesiones. Pero si algo es cierto es que el domingo, ante el Córdoba, se redibujó en negro la figura del centrocampista, con unos perfiles marcados y duros, a la par que elegantes.
Mariga volvió tras su lesión para liberar a un agotado Folch que ha disputado casi todos los minutos, volvió para demostrar su oficio. Y es que el keniata no sólo habló con sus compañeros en el trivote constantemente -Rocha y Folch-, sino que dio una lección de cómo dosificar su físico, utilizar su cuerpo y saber dónde y cuándo estar, corriendo lo necesario y ni un metro de más.
La cabeza y el orden que Mariga aporta a la medular oviedista es algo tan novedoso como deseado en el Carlos Tartiere, donde no se lleva bien aquello de que los jugadores se escondan ante la responsabilidad. La experiencia de McDonald, al que habrá que mimar para que le respeten las lesiones, puede ser el complemento perfecto si se atiende al resto de posibilidades del equipo.
Aún tenemos ese sabor en los labios que dejó la miel de Cortina, al que el hombro se le salió de sitio en el peor momento, y que a tiempo está de demostrar que la cantera cuenta. Sin prisa, pero sin pausa. Aportando frescura, profundidad en los últimos metros y trabajo en los anteriores. Rocha, pese a su irregularidad el año pasado, ha sorprendido a propios y extraños con su buen golpeo de balón, y se desfonda en cada metro de campo, siendo correoso y arrastrando una imperiosa necesidad de aprender a dosificarse.
Folch, que no se complica, intenta llegar a todos los sitios y tiene la mente preparada para buscar la línea de pase fácil, ha hecho olvidar dramas pasados en esa posición, y agradece como el que más la liberación de la enfermería porque -junto con Cotugno- es el que más kilómetros acumula en las piernas.
Como para un roto vale un descosido, Anquela ha encontrado uno en Forlín, y es que el argentino, aunque no sea su posición, ha sabido imponer la ley de la destrucción por delante de la defensa y ha permitido al jienense respirar ante las bajas.
Y lo mejor, siempre y cuando la -mala- suerte no vuelva a cebarse con la enfermería, es que Patrick Hidi y Fabbrini estaban llamados a 'dirigir el cotarro' también, y hasta el momento, poco más que sus respectivas recuperaciones han podido encabezar.
El húngaro ha demostrado su potencial, y aunque le costó encontrar su sitio y adaptarse al ritmo del fútbol español, en el momento de su desafortunada lesión ya daba buena cuenta de su habilidad y profundidad en la medular del equipo. Algo así como lo que nos ocurrió con Fabbrini, rápido, desequilibrante, mediapunta anhelado por Anquela y que sólo con unos minutos en León ya demostró que su alocado pelo hacía justicia a su capacidad para improvisar entre los rivales.
Sí, quizá la victoria sea un buen bálsamo para hablar de las cosas buenas, pero quizá sea más que eso. Quizá haya que valorar las cosas en su justa medida, y la realidad es que la mejor noticia es que todas las pequeñas piezas de este puzzle vayan volviendo a su sitio, porque este año, más que nunca, todas van a ser importantes. Ojalá nuestro medicampo sea temido en un par de meses, eso significará que Manolo, el médico, ya no tendrá sus informes en la mesa.