El olfato de Bastón, el perfil que le faltaba al Oviedo y los deberes para Ziganda

Pablo Fernández OVIEDO

AZUL CARBAYÓN

Borja Bastón, en la puerta 9 del Carlos Tartiere
Borja Bastón, en la puerta 9 del Carlos Tartiere Real Oviedo

El nuevo delantero carbayón ha cimentado su carrera a través del gol, pero sus últimos registros están lejos de los de hace años

12 ago 2021 . Actualizado a las 19:18 h.

Cuando Borja Bastón aterrizó en 2009 en el filial del Atlético de Madrid, cualquier aficionado colchonero que siguiese el día a día del club rojiblanco ya sabía quién era aquel delantero espigado. O al menos, seguro que había leído algún artículo en el que se hablaba de una capacidad goleadora pocas veces vista en la cantera del Cerro del Espino. 50 goles, por ejemplo, marcó Bastón en su temporada en el cadete B. Álvaro Morata, compañero generacional del ahora futbolista del Real Oviedo, tuvo que salir rumbo al Getafe ante tal competencia.

En el filial se encontró con Antonio Rivas, director de cantera carbayón, y no defraudó: 12 goles en 23 partidos en Segunda B, siendo todavía juvenil de segundo año. El debut en el primer equipo no se hizo esperar y en aquella misma 09/10, Quique Sánchez Flores le dio la alternativa en la última jornada de Liga, ante el Getafe. La desgracia se abrió paso y Bastón sufrió una grave lesión de rodilla. Su carrera, que iba directa a la más absoluta de las élites, se tomó un respiro.

Borja Bastón regresó y, a base de cesiones (Murcia y Huesca), demostró que las cicatrices eran compatibles con los goles. El delantero siguió marcando y tras amagar con explotar en el Deportivo (10 goles en el ascenso de los coruñeses), lo hizo una temporada después en el Real Zaragoza. 22 goles en 38 partidos en Segunda División. El 90% de todos esos tantos, por cierto, al primer toque. Bastón lleva el gol en las venas y domina casi todos los aspectos que se le pueden pedir a un delantero dentro del área, pero debe ser nutrido. Si ya no era autosuficiente cuando las piernas estaban en su mejor momento, con el paso de los años esas dificultades para ser parte del juego van a más.

En el Eibar, ya en la 15/16, vivió su última gran temporada a nivel goleador. En su debut en una plantilla de Primera División, el madrileño volvió a sorprender a todos y firmó 18 goles en Ipurua. Era el primer curso con Mendilibar en el banquillo y el técnico vasco diseñó un equipo que alimentaba a la bestia una y otra vez. Y la bestia no fallaba. Ander Capa, Keko Gontán, Inui y el exoviedista Saúl Berjón generaban continuamente ocasiones desde los costados y la línea de fondo que Bastón se encargaba de finalizar. Era el contexto perfecto. Eso sí, no solo esperaba dentro del área, también generaba sus propios espacios con desmarques letales en los últimos 15 metros de campo. Bastón no es rápido, pero sí es peligroso en las distancias cortas gracias a su intuición y un primer control exquisito.

El Swansea le llevó a la Premier previo pago de 18 millones de euros, pero la aventura no cuajó y Bastón regresó a España. En Málaga y Vitoria, el ariete no encontró el contexto adecuado. La Rosaleda vivió un mal año que acabó en descenso, mientras que en Mendizorroza, simplemente, vivió muy lejos de la portería rival. Con Abelardo en el banquillo, el Alavés era un equipo que esperaba en su campo al rival, comenzaba la presión casi en el centro del campo y se alimentaba de transiciones y del juego directo. Bastón, rematador a un toque como pocos en el fútbol español, veía de lejos al portero rival. 5 en 27 partidos fue el balance final.

Algo similar, aunque no tan evidente en lo que se refiere a la ocupación de espacios, le pasó la temporada pasada en el Leganés. Los de Butarque, favoritos al ascenso desde la primera jornada, tardaron mucho en carburar y generar ocasiones era un calvario para ellos. Ni con Martí primero ni con Garitano después, aunque el vasco si aportó orden a la estructura y pudieron acabar jugando el playoff. La frescura atacante, eso sí, nunca fue el fuerte del Leganés y Borja Bastón, que tampoco vivió un año muy lúcido en lo individual, ni se acercó a su mejor versión.

Crear un ataque fluido y fertil para que uno de los rematadores a un toque más consumados del fútbol español recupere su mejor nivel. Esos son los deberes que tiene por delante José Ángel Ziganda en el Real Oviedo. Algo que, por ejemplo, no acabó de conseguir con Blanco Leschuk la temporada pasada. El Cuco tiene a su ‘9', uno de un perfil que no existía en la plantilla azul, ahora tiene que alimentarlo.