Los primeros pasos hacia el fin del mundo: el Camino Primitivo de Santiago

CAMINO DE SANTIAGO

El Camino Primitivo, que emula el itinerario que siguió Alfonso II en el siglo IX en su peregrinación a Compostela, experimenta hoy un auge creciente refrendado por su reconocimiento como Patrimonio de la Humanidad. La Voz de Asturias inicia con esta una serie de quince entregas semanales que recorre en etapas desde Oviedo a Compostela el Camino original.

31 may 2016 . Actualizado a las 10:45 h.

Corren los primeros compases del siglo IX y el Reino de Asturias constituye el último bastión de la cristiandad en la península ibérica. El rey Alfonso II, en el trono desde el año 791, ha consolidado de una vez por todas la relevancia política de lo que se había empezado constituyendo como un pequeño núcleo de poder emanado de la victoria de Pelayo en Covadonga y establece relaciones con Carlomagno o se permite osadías tan memorables como la que conduce al saqueo de Lisboa. Oviedo vive tiempos de esplendor convertida en sede regia, y sus iglesias y palacios tratan de emular el orden gótico que imperara en Toledo antes de la invasión. En los últimos tiempos se han levantado iglesias y palacios que causan la admiración de propios y extraños, y cada día son más quienes llaman a las puertas de su muralla en busca de un futuro mejor lejos de los predios en los que en mala hora consiguieron asentarse los infieles. La Reconquista avanza, pero es ardua: pese a que las victorias del monarca han colocado a los árabes a raya, la suya es una amenaza que siempre está latente y ante la que no deja de acechar el peligro del desánimo. En medio de este contexto, de pronto, se obra el milagro.

No existe acuerdo en lo que atañe a la fecha concreta -hay quien sitúa los acontecimientos en torno al 814 y quienes los alargan hasta el 829-, pero sí en lo que se refiere al relato de los hechos. Un ermitaño llamado Paio o Pelayo, que deja pasar sus días en las proximidades del bosque de Libredón, observa una noche unas extrañas luces que parecen señalar un lugar extraviado entre la arboleda; al desplazarse hasta allí, descubre una serie de tumbas, una de ellas bastante más voluminosa que las demás, y da inmediatamente aviso al obispo Teodomiro, responsable de la diócesis de Iria Flavia, que dictamina que el sepulcro acoge los restos mortales del apóstol Santiago y que aquellos que los rodean no son otros que sus discípulos y algunos seguidores que, conocedores del enterramiento, quisieron hallar su última morada en los aledaños. Casi al mismo tiempo, una embajada sale para Oviedo a dar aviso a Alfonso II, entre cuyos dominios también se encontraban aquellas tierras cuyos acantilados constituían el último rincón del mundo conocido. El rey, una vez escuchada la noticia, no lo piensa demasiado y organiza una expedición hacia aquel campo estrellado o campus stellae que se convertirá en la primera peregrinación jacobea de la Historia.

¿Casualidad u oportunidad? Cuando han pasado más de mil años desde que sucediera todo aquello, hay tantas opiniones como sensibilidades. Pese a que la fe aún mueva montañas, se hace difícil pensar hoy no sólo que el apóstol Santiago hubiera podido predicar la buena nueva en los caminos y los pueblos de Gallaecia, sino que tras su muerte dos de sus seguidores estuviesen dispuestos a depositar su cuerpo en una barca y atravesar con él la inmensidad de los océanos hasta arribar a aquel confín donde ya entonces se asentaba el finis terrae, el lugar de los crepúsculos al que se cree que ya emigraban nuestros ancestros en pos de la clave que explicara el secreto de las oscuridades y la muerte. Sin embargo, parece ser que ya desde el siglo VI se venía hablando de esa predicación del hijo del Zebedeo por la península ibérica, y hasta Isidoro de Sevilla llegó a mencionar el tema en el tratado De ortu et obitu Patrum. Los descreídos, pese a todo, ven en el descubrimiento una maniobra bien sagaz de Alfonso II para refrendar su tarea bélica y política y hacer ver a todo el mundo, y aquí han de incluirse tanto aliados como enemigos, que la divinidad estaba de su parte. No deja de resultar interesante, a efectos de buscar argumentos con los que sostener esta tesis, que la primera juventud del monarca transcurriera en la corte de su tío, el rey Silo, donde oficiaba como confesor de la reina un religioso que pasaría a la posteridad como Beato de Liébana y a cuya pluma siempre se ha atribuido el himno O Dei Verbum, en el que casualmente se presentaba a Santiago como «cabeza refulgente y dorada de Hispania».

 Sea como fuere, el desplazamiento de Alfonso II hasta la supuesta tumba del apóstol marcó el nacimiento de un fenómeno, el de las peregrinaciones a Santiago de Compostela, sobre el que se han venido vertiendo ríos de tinta desde entonces. No podemos precisar la ruta exacta que siguieron el rey y su séquito hasta extraviarse en las profundidades de Galicia, aunque es lógico pensar que utilizaron el único camino estipulado como tal y, por lo tanto, posible: la calzada romana que unía las localidades de Lucus Asturum (donde ahora se encuentra Lugones) a Lucus Asturi (la actual Lugo). Esa misma vía habrían usado los primeros peregrinos que optaron por seguir sus pasos en cuanto la noticia se fue divulgando y el mundo cristiano empezó a dirigir sus ojos hacia aquel lugar que pronto empezó a conocerse como Compostela. Durante al menos una centuria, lo que hoy se conoce como Camino Primitivo no fue tal, sino el único Camino de Santiago que podía ser llamado de tal modo. Luego, el avance de la Reconquista, traducido en la liberación de territorios meridionales que podían repoblarse con ciertas garantías, hizo que la ruta jacobea también fuese mudando su itinerario hasta que el llamado Camino Francés suscitó las preferencias de los caminantes y todos los demás itinerarios posibles quedaron relegados a un segundo o tercer plano, cuando no a la desaparición completa. Si Asturias no llegó a perder su importancia en estas lides fue gracias a dos monarcas que, curiosamente, compartían nombre con aquél que hizo de artífice del fenómeno. Alfonso VI promovió la apertura del Arca Santa y dio con ello nuevo empuje a aquella famosa coplilla que aseveraba que quien iba a Santiago sin rendir honores al Salvador visitaba al criado pero olvidaba al Señor y que atraía desde León a no pocos fieles que, una vez en Oviedo, se dirigían a Galicia bien por la costa o bien por el que fuera recorrido inaugural de los cultos al apóstol; Alfonso IX, por su parte, dejó estipuladas las hijuelas del Camino Primitivo y aprovechó para dictaminar que no podrían decir que habían ido a Compostela quienes no pasaran antes por lugares como Tineo, Obona o Grandas de Salime.

Pero nada es eterno y también el Camino de Santiago -esa «Calle Mayor de Europa», como lo definió el emperador Carlos V- habría de languidecer víctima de su propio éxito. Tras el siglo XVI el auge de las peregrinaciones decayó hasta casi extinguirse y los desplazamientos a Compostela, en determinadas épocas, llegaron a ser vistas como una especie de excentricidad. No obstante, seguía presente la impronta cultural dejada por los romeros y también la conciencia de que, además de un sendero espiritual, el Camino se había convertido en una herramienta de progreso, convivencia y apertura a ideas nuevas que provenían de otras tierras y que hallaron cauce y destino en las veredas que llevaban a Galicia. «Europa se hizo peregrinando a Compostela», sentenció Goethe en una frase lapidaria, y no le faltaba razón. Y aunque todo ese reconocimiento no sirvió para revitalizar el gusto por unas prácticas que comenzaban a considerarse trasnochadas, lo cierto es que la apoteosis resurgió de sus cenizas cuando nadie se lo esperaba. Unos aseguran que fue gracias a Juan Pablo II y el grito, hermano de la frase goetheana, que profirió en las entrañas del Obradoiro -«Europa, vuelve a encontrarte, sé tú misma, descubre tus orígenes»- y otros que tuvo que ver con las precauciones ante el final del milenio y el temor a lo que pudiera aguardar al otro lado. La cuestión es que el sepulcro apostólico se puso otra vez de moda, hubo quien tuvo olfato para oler la jugada y cuando llegó el Año Santo de 1993 la marca Xacobeo y una ágil campaña de promoción por parte de la Xunta de Galicia hicieron el resto y el Camino de Santiago pasó de ser la Calle Mayor de Europa a erigirse en una suerte de Ruta 66 de la cristiandad.

La ola no se ha detenido. En julio de 2015, el Camino Primitivo, aquella ruta primigenia por la que Alfonso II se dirigió al sepulcro de Santiago aventurándose por los territorios que conformaban el mismísimo fin del mundo, fue distinguido por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad. Ese reconocimiento ha propiciado que los viajeros se interesen aún más por una ruta que en los últimos años ha venido experimentando un éxito creciente entre los peregrinos. Quienes se han hecho expertos en esto de transitar por sendas y veredas hacia los dominios del apóstol aseguran que la ruta que une Asturias y Galicia es mucho más bonita que el Camino Francés, que ya había sido declarado Patrimonio de la Humanidad en 1993, y conserva mejor lo que se supone que son las esencias de la peregrinación: soledad, entornos silenciosos y rincones propicios para el recogimiento. Hay datos, a ese respecto, que hablan por sí solos. El primer albergue que se abrió en Tineo para dar acogida a los romeros recibió en su primer año a 53 personas, mientras que a lo largo de 2014 fueron 5.300 los caminantes que ocuparon alguna de sus literas. Basta con visitar alguna de las localidades dispersas por el itinerario para percatarse de la importancia que en sus rutinas diarias ha ido cobrando el Camino y todo lo que conlleva. La hospitalera de O Cádavo, a unos treinta kilómetros de Lugo, lleva varios años dedicada a esto y tiene sobrada autoridad para afirmar que «el Primitivo va a más».

Si nos alejamos de fundamentos espirituales, hay una razón clara que explica esta apoteosis: de todos los itinerarios jacobeos, el Camino Primitivo es el único que se puede recorrer entero, de principio a fin, en un lapso de 15 días, lo que hace que se adapte con facilidad a los periodos vacacionales. Es también el que, según quienes han tenido ocasión de comparar, se asoma a los paisajes más hermosos y arroja al paso los trances más difíciles. El más duro, pero también el más gratificante. Importa poco que se persiga el favor de la divinidad o que tan sólo se esté buscando uno a sí mismo. En cuanto se camina por las mismas sendas por las que un rey acudió en busca de un apóstol, y por las que posiblemente habrían caminado mucho antes sus ancestros persiguiendo las últimas luces del crepúsculo, no tarda en llegar el momento en el que se descubre que lo único importante es caminar. Adelantar un pie, y luego el otro, y no cejar en el empeño de dirigirse hacia el oeste, hacia el oeste, hacia el oeste; pase lo que pase, siempre, siempre hacia el oeste. Siguiendo, como en su día hizo el buen Paio, el rumbo que en el cielo lejano han dejado escrito las estrellas.

LAS ETAPAS:

1. Oviedo-Grado

2. Grado-Salas

3. Salas-Tineo

4. Tineo-Campiello

5. Campiello-Pola de Allande

6. Pola de Allande-Berducedo

7. Berducedo-Grandas de Salime

8. Grandas de salime- A Fonsagrada

9. A Fonsagrada- O Cádavo

10. O Cadavo-Lugo

11. Lugo-Ferreira

12. Ferreira-Melide

13. Melide-Pedrouzo

14. Pedrouzo-Santiago de Compostela