La novena es una de las etapas reinas del Camino. Con una longitud de 25 kilómetros, marca el ecuador del viaje y recorre parajes en donde batalló Alfonso II El Casto
31 jul 2016 . Actualizado a las 05:00 h.Lo que hay que hacer
Hay quienes aseguran que ésta es la verdadera etapa reina del Camino Primitivo y quienes piensan que no es para tanto. Lo cierto es que el trayecto que separa A Fonsagrada de O Cádavo ha de recorrerse en una jornada que resulta dura porque la orografía, en determinados trechos, se complica más de lo conveniente y porque en ella empezamos a abandonar los paisajes exuberantes que protagonizaron nuestra salida de Asturias para comenzar a acostumbrarnos a otros también bellos, pero en ningún caso tan espectaculares.
Quienes hayan pernoctado en A Fonsagrada habrán de recorrer el camino que les separa del albergue de peregrinos de la Xunta e internarse después en la parroquia de Padrón. En la fachada meridional de la iglesia, un relieve con una cruz de malta nos indica que éste fue territorio de la Orden de San Juan de Jerusalén, lo que explica entre otras cosas la titularidad del templo. En efecto, Padrón perteneció en concreto a la Encomienda de Portomarín, que estaba a cargo de la citada orden, cuyos miembros se encargaban de velar por la seguridad de las vías de peregrinación. Es importante señalar, por aquello de la simbología, que este pueblo constituye el exacto punto medio entre Oviedo y Santiago de Compostela, por lo que podemos decir que una vez aquí nos quedará por recorrer menos de lo que ya llevemos andado. Desde Padrón vamos siguiendo senderos que nos llevan por ambos lados de la carretera hasta la fonte do Pastizal, un buen lugar para rellenar la cantimplora, antes de dejarnos conducir hasta Vilardongo, primero, y Pedrafitelas, algo más tarde. Pasamos junto a un merendero y luego observamos cómo la senda se estrecha hasta encajonarnos y nos asciende lentamente hacia Montouto, desde donde emprendemos una nueva subida a cuyo término nos encontraremos con las ruinas del viejo hospital de peregrinos.
Toca ahora bajar por el paraje de Os Oteiros y atravesar un hermoso bosque hasta dar con las casas de Paradavella, donde es más que conveniente detenerse a repostar. Aún queda más de media etapa y puede decirse que aún no han empezado las complicaciones. Éstas empiezan a manifestarse en el tramo que, justo a continuación, nos lleva a la carretera y que, pese a su hermosura, es pródigo en incomodidades. Una vez superado el engorro, hay que bajar hasta A Calzada y de ahí llegar a A Degolada, que es la primera parroquia del municipio de Baleira. Pronto aparecerá ante nuestros pies una encrucijada que debemos solventar tomando el camino de la izquierda. De ese modo, bajaremos al rego da Pasadiña para subir después hasta O Couto, donde podemos detenernos unos instantes a observar un magnífico ejemplar de tejo. Justo después llega uno de los hitos inexcusables de la etapa y de todo el Camino Primitivo. La llamada A Costa do Sapo tiene una bien merecida reputación de ser, precisamente, un sapo difícil de tragar a estas alturas de la ruta. En realidad, ha sido mucho peor la subida al puerto del Palo, pero el cuerpo nunca está preparado al cien por cien para superar sin achaques estas pruebas. En cualquier caso, igual que nos ocurrió en la temida montaña asturiana, también la culminación del ascenso en el pueblo de A Lastra se ve premiada con una de esas impagables sensaciones de satisfacción que ofrece el Camino. También la iglesia de San Xoán de A Lastra fue encomienda sanjuanista, y junto a ella pasamos para subir por el Camín da Rodela hasta el alto de Fontaneira. Una vez aquí, nos queda poco más que una hora de caminata antes de llegar a nuestra meta. Los últimos kilómetros de la etapa discurren por una pequeña meseta llamada Campo da Matanza en la que, según la tradición, libró el mismísimo Alfonso II un encarnizado combate contra los musulmanes. Bajo ella, pero esto sólo lo averiguaremos cuando nos encontremos a punto de llegar, como quien dice, se levantan ya las casas de O Cádavo, capital del municipio de Baleira y punto final de una jornada, la de hoy, que quizás haya sido una de las más agotadoras de cuantas hemos ido superando.
Lo que hay que ver
Hay que echar un vistazo a la iglesia de San Xoán de Padrón, datada en el siglo XVIII, que conserva valiosos herrajes en su puerta principal y una pintura del pintor lucense Alejandro Donato, fechada en 1855, en el ático del retablo mayor. El siguiente gran hito monumental de esta etapa lo encontraremos superado el caserío de Montouto. Una vez recorrido el ascenso a la Serra do Hospital encontraremos una recoleta capilla erigida en 1997 en honor al apóstol Santiago y muy cerca de ella, a unos 30 metros, hallaremos las ruinas del Real Hospital de Santiago de Montouto. Escribía Juan Uría Riu, en su ya citada Las peregrinaciones a Santiago de Compostela, que «un privilegio del Archivo de Simancas de 1586 dice que en la montaña de Montouto se halla un hospital en el camino de los peregrinos que van a Santiago y en tierra despoblada donde fallecían los pobres de frío y nieve». En verdad, sobrecoge imaginar cómo tuvo que ser la vida en estos parajes hace cinco o seis siglos, y la impresión es todavía mayor cuando se piensa que lo que hoy vemos no son sino las ruinas del segundo hospital, ya que el primero se encontraba más cerca de la cumbre y desapareció por completo cuando, ya en el siglo XVII, más concretamente en 1698, se edificó en una zona más baja y por lo tanto de climatología más apacible, dentro de lo que cabe, se erigió el edificio cuyas ruinas ahora contemplamos. El Hospital fue fundado por el rey Pedro I de Castilla alrededor de 1368, aunque el monarca cedió pronto su administración a Rodrigo Yáñez Palmero, que se instaló allí con ocho familias más que se comprometieron a contribuir al mantenimiento del complejo con cuarenta fanegas de rentas. Se eximía a los colonos de este enclave de pagar cualquier otro tributo, pero en contrapartida debían limpiar el camino de nieve para garantizar el buen caminar de los peregrinos. Esos privilegios fueron confirmados por los Reyes Católicos en 1498, cuando al Hospital aún le quedaban unos tres siglos de vida. Su final llegó el 27 de abril de 1771, cuando en cumplimiento de la Orden del Real y Supremo Consejo de la Cámara del rey del 20 de diciembre de 1769, el obispo de Oviedo ordenó la transferencia de los bienes del Hospital -en el que se habían detectado una mala gestión y algún que otro problema de seguridad- a la parroquia de Santa María da Fonsagrada. En ese momento quedaron vacíos estos muros entre los cuales podemos pasear ahora y entre los cuales sobrevive hasta un pequeño estanque que a buen seguro aprovecharon en su día los peregrinos que aquí encontraron comida y posada. Desde las ruinas del Hospital se obtiene una perfecta perspectiva del Dolmen de Montouto o de Pedras Dereitas, que procedente del neolítico mantiene aún en pie sus lajas verticales de piedra para asombro de quienes lo contemplamos desde este lado del tiempo.
La iglesia parroquial de San Lourenzo da Degolada conserva a sus pies los restos del antiguo retablo, que se esculpió en el último cuarto del siglo XVII en honor a Santa Bárbara. Del mismo modo, también en San Xoán Bautista da Lastra se aprecian en el retablo mayor, del siglo XIX, dos tallas barrocas que proceden de un conjunto anterior y otra de la Virgen María que podríamos fechar alrededor del siglo XV. La iglesia de Santiago da Fontaneira, por su parte, se reconstruyó en 1802 y cuenta con un retablo barroco datado entre 1768 y 1779. También en Fontaneira estuvo la llamada Casa del Hospital en el solar que hoy ocupa la Casa de Bortelón. Según la tradición, en el hospital residían un cura ciego, que escuchaba la misa desde una ventana de la Casa del Hospital, y dos monjas que fueron enterrados delante del altar mayor y cuyos restos aparecieron en la reforma que en 1980 se llevó a cabo en la iglesia.
Dicen que en el llamado Campo da Matanza tuvo lugar, allá por el año 813, una gran batalla en la que Alfonso II y sus tropas vencieron a un ejército musulmán. La leyenda dice que la sangre corrió ladera abajo hasta llegar a la iglesia de Esperela. En realidad, es difícil contrastar estas afirmaciones porque ni siquiera está claro que el rey asturiano combatiera contra sus adversarios mahometanos en estos parajes. Lo que sí es cierto es que en algunas excavaciones arqueológicas sí se han descubierto aquí armaduras, espadas y otra clase de armas.
Comer y dormir
En la entrada de Paradavella, al pie del Camino, la Casa Mesón-Parrillada Argentina sirve bocadillos, café caliente, tostadas y, como su propio nombre indica, manjares más contundentes. Vale la pena hacer un alto aquí: habremos bajado ya del Hospital de Montouto, tendremos que superar aún la temida Costa do Sapo y es mejor superar determinados trámites con el cuerpo y el alma debidamente reconfortados, lo que hace más llevadero lo poco que a esas alturas nos quedará ya de caminata. Del mismo modo, cabe la opción de detenerse, una vez superada la mencionada cuesta, en el bar Casa Miranda de A Lastra, donde los peregrinos son siempre bien recibidos.
El Albergue de Cádavo Baleira (c/ Campo da Feira, s/n; tfno: 636 947 117) es moderno y tiene unas instalaciones confortables. Si las plazas se encuentran ya llenas a nuestra llegada (los albergues públicos, como se sabe, no admiten reservas), los caminantes pueden probar suerte en el Hotel Moneda (avda. de Baralla, 46; tfno: 982 354 001; e-mail: info@hotelmoneda.com) o en la Pensión Eligio (rúa da Feira, 2; tfno: 982 354 009). Ambos sirven menús para peregrinos y cuentan en su carta con especialidades de la zona.