Un viaje en bicicleta desde Roma a Boiro: Un Camino sin guerras, política y riqueza

Álvaro Sevilla Gómez
Álvaro Sevilla RIBEIRA / LA VOZ

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MARCOS CREO

Arturo Piñeiro encontró la paz durmiendo con refugiados en Italia, mientras recorría los más de 2.600 kilómetros que conectan Roma con Santiago. Esta es su historia y su filosofía de vida.

24 sep 2019 . Actualizado a las 21:34 h.

Con una pesada mochila a la espalda, un par de alforjas y una bicicleta, Arturo Piñeiro Rey (Boiro, 1970) se lanzó a la carretera. El punto de salida lo marcó en la Piazza San Pietro, en el Vaticano. La meta, en Santiago de Compostela. Entre medias, solo incógnitas, ni itinerario preparado, ni hotel reservado. En su planificación solo había un deseo: desconectar del mundo.

En 17 días, a razón de una media de 160 kilómetros al día, completó los 2.686 que conectan la capital del imperio romano con la figura del apóstol Santiago. «Buscaba paz. En el Camino no hay tele, no hay radio... Me despertaba a las siete de la mañana, salía a la carretera y llegaba al siguiente albergue a las nueve de la noche», afirma el ciclista boirense, cargado de filosofía de vida.

Piñeiro, en la plaza de San Pedro, en el Vaticano
Piñeiro, en la plaza de San Pedro, en el Vaticano

Sin conocidos a su alrededor, con gente que ni hablaba su idioma, reconoce que «me sentía bien conmigo mismo. Nos falta humildad. Cuando paras en un albergue no hay ni ricos ni pobres. Después de una etapa que te lleva todo el día, todos somos iguales, sudados y con ropa sucia. Allí compartimos la experiencia de la jornada sin saber quien es el que está a nuestro lado».

Piñeiro hizo un salto en el camino para visitar Pisa
Piñeiro hizo un salto en el camino para visitar Pisa

El Camino

Partió el día 1 de septiembre de la Cittá Eterna para recorrer la costa transalpina hasta pasar por Niza, Mónaco y Arlés. «En Francia me morí de pena con toda la riqueza que hay. Italia es un poco como España. Ves la pobreza del sur y mientras subes hacia el norte, ves como el país cambia. Solo con los lujos de Génova y Mónaco se acababa el hambre del mundo. Es triste, pero es así».

Tras dejar Francia, cruzó los Pirineos hasta Roncesvalles. Ahí comenzó la recta final de un viaje que había repetido en otras ocasiones. «He hecho el Camino unas 15 veces, desde Cádiz, Madrid, Barcelona, Irún, Lourdes... Si tuviera tiempo y dinero lo haría desde Jerusalén. Pero, yendo como un peregrino gasté unos 1.500 euros, durmiendo en albergues y comiendo precocinados de supermercado y sin lujos. Si no, imagínate».

«Se está atacando la esencia. Solo el 10 % de los peregrinos son nacionales. La gente que viene de fuera tiene mucho dinero»

Piñeiro reconoce que el Camino comienza a mercantilizarse. Abundan las agencias que gestionan las etapas, los hoteles. Que te recogen la mochila en el albergue y te la llevan al siguiente. «Se está atacando la esencia. Solo el 10 % de los peregrinos son nacionales. La gente que viene de fuera tiene mucho dinero».

Piñeiro, en la costa de mediterráneo
Piñeiro, en la costa de mediterráneo

El asesino de la tradición, de la meditación y de la búsqueda personal lo encuentra en las redes sociales: «A esta gente les gusta colgar las fotografías en la Red y decir que están haciendo el Camino. Pero no es lo mismo. Ni miran lo que gastan, ni lo que les vale un hotel. Para ellos son como unas vacaciones, pero andando. Ni llevas una mochila de 20 o 30 kilos, ni unas alforjas en la bicicleta que te lastran. Ni sales con lluvia, porque el día 23 no tienes que estar en casa de vuelta para ir a trabajar».

«Ni miran lo que gastan, ni lo que les vale un hotel. Para ellos son como unas vacaciones, pero andando»

Piñeiro sabía que su viaje tenía que ser diferente, llamando a la puerta de albergues y conventos en los que poder pasar la noche. En Italia le tocó dormir entre refugiados, «no creo que haya ningún animal doméstico que durmiera tan mal como yo ese día. Los baños, las duchas... Pasas dificultad al llegar. No dominas el idioma y cada día tienes que buscarte la vida para dormir».

Lección de vida

Pero es en la dureza de la incertidumbre, sin saber cómo será el día siguiente, donde el boirense «se siente feliz. No organicé ni un día, ni una etapa. Pero si tienes un objetivo y una ilusión, lo vives y lo consigues. Llegas cansado después de recorrer 160 kilómetros, pero te levantas al día siguiente para seguir».

Para la lograr la gesta, cada año hace una media de 18.000 kilómetros sobre las dos ruedas. «También soy aficionado a los ultramaratones, a las largas distancias. Sean 10 kilómetros o 100 voy a hacerlos al mismo ritmo», confiesa Arturo Piñeiro entre risas.

Credenciales de Italia, Francia y España
Credenciales de Italia, Francia y España

Asegura que le llevará unos días recuperarse. Después de 17 jornadas agarrado a un manillar, ha perdido algo de fuerza en las manos: «Y me cuesta un poco subir las escaleras, pero el lunes toca volver al trabajo».

Las vacaciones se han terminado para este boirense que recuerda al Siddharta de Herman Hesse, al mismísimo Buda. «Hago todo esto para desconectar del mundo y sentirme bien conmigo mismo. Me cansa la televisión, la radio. En el Camino no existe la política, ni las guerras ni la riqueza». Para Arturo Piñeiro, en la carretera solo existe la paz.