Mineros de mina blanca en el pozo negro

Carmen Liedo EL ENTEGO

CUENCAS

A la izquierda, Diego Zúñiga y Ricardo Guillén en la visita al pozo Sotón. En la imagen de la derecha, los castilletes del pozo Cabanasas en el que trabajan ambos
A la izquierda, Diego Zúñiga y Ricardo Guillén en la visita al pozo Sotón. En la imagen de la derecha, los castilletes del pozo Cabanasas en el que trabajan ambos

Un barcelonés y un entreguín, trabajadores de la explotación de potasa y sal de Suria, explican las diferencias con la minería del carbón y la dureza de ésta tras visitar el Sotón

29 jul 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

La mina en la que trabajan no tiene las estrecheces de cualquiera de los pozos de carbón asturianos. Al contrario, en la suya hay espacios de ocho metros de ancho por más de cinco de alto, con lo cual por dentro tienen que moverse en coches o camiones para aprovechar la jornada laboral porque al cabo de ella pueden recorrer muchos kilómetros. El mineral que le arrancan a las entrañas de la tierra es de un color rosáceo que nada tiene que ver con el negro antracita que sale de las profundidades de nuestras comarcas mineras. Y la faena que realizan no requiere tanto esfuerzo físico pese a ser tarea minera como la que supone el arranque del carbón porque la amplitud de sus galerías permite una mayor mecanización. Eso sí, cuando se está a 680 metros bajo tierra el negro absoluto es igual sea del color que sean sus paredes y el respeto a la mina se tiene igualmente porque «la mina sigue siendo mina con los mismos peligros». Las diferencias que hay entre una explotación de potasa y sal respecto a una de carbón las han contado a La Voz de Asturias Ricardo Guillén y Diego Zúñiga, un barcelonés y un entreguín que trabajan en la mina de Cabanasas, en Suria (Barcelona), y que estos días, aprovechando las vacaciones, han visitado las instalaciones del pozo Sotón.

Diego, hijo y nieto de mineros, y conocedor de la mina de carbón por haber trabajado puntualmente en el pozo Santiago antes de dejar la región reconoce que aunque las explotaciones asturianas no estuvieran cerrando no se ve trabajando en ellas por la dureza física que conllevan. Sin embargo, matiza que trabajar en las minas de potasa tampoco es un camino de rosas porque se sufre tremendamente «el estrés térmico» por el calor que se acumula en esas explotaciones, y apostilla que los riesgos pueden ser diferentes pero igualmente existentes cuando estás bajo tierra. Según dice, en las minas de potasa no hay grisú, pero una filtración de agua dulce puede convertirse en el peor enemigo de los trabajadores porque disuelve la sal. Además, se producen grietas en las galerías que tienen que controlar para evitar derrabes como el que en diciembre de 2013 dejó dos muertos en la mina en la que trabaja con su amigo y compañero Ricardo Guillén, a quien estos días hace de anfitrión presentándole la Asturias más profunda.

Ricardo, después de conocer las profundidades del Sotón, coincide con Diego en que, aunque es minero, no se ve trabajando en una mina de carbón. «La sensación que tenía era de agobio porque las galerías son muy pequeñas y aquí los mineros trabajan en un metro de galería», comenta Ricardo, para quien fue toda una experiencia conocer una explotación tan diferente a la que conoce desde hace siete años, cuando empezó a trabajar en la mina de Suria en la que ahora es rozador de minador continuo, puesto que según explica es «el que lleva la máquina que arranca el mineral». El mismo vuelve sobre los peligros que hay en las minas de potasa y sal relatados por su compañeros y añade que una de las cosas a las que hay que estar muy atentos es al movimiento de la mina, porque explica que la potasa y la sal son inestables y aunque tienen su sistema de entiba con pernos de hierro y resina, al cabo de cuatro o cinco meses, tras haber pasado el minador, las galerías se van cerrando, produciéndose grietas y, por tanto, riesgos de derrumbe. No obstante, ¿son más seguras las minas de potasa y sal? «Sí y no», comentan Ricardo y Diego, que argumentan que «en la mina en la que trabajamos tú ves la grieta en el techo y puedes controlarla, pero en las de carbón no ves si te viene un derrabe o te cae un costero». De todos modos, ambos señalan que cuando están explotando la veta de potasa, a la que acceden desde una capa inferior de sal, «es menos seguro porque el mineral puede rajar y caer». Por eso, saben que en la mina no deben descuidarse porque «hay muchas personas en el tajo».

Una zona que también vive de la mina

Al igual que pasaba hasta hace unos años en las comarcas mineras asturianas, la zona en la que viven Ricardo y Diego es eminentemente minera y son muchas las familias que dependen de la mina. La de Cabanasas, en la que ellos trabajan, da empleo a 400 personas de forma directa, más los empleos que se generan de forma indirecta. Así, ambos explican que «la situación socio-económica es diferente» a la existente en nuestras cuencas y «allí todo el pueblo vive de un modo u otro de la mina». Eso así, advierte que «si se cerrara, el pueblo se moriría», comenta Diego, que como entreguín conoce perfectamente las circunstancias que ha generado en el territorio el progresivo cierre de las minas. No obstante, también especifica que ellos trabajan para una empresa privada y, por tanto, las problemáticas que pueden tener son distintas a las que tiene hoy en día tiene el carbón en las comarcas mineras, explotado por una empresa estatal y con otros condicionantes respecto al mineral que ellos trabajan.

Mientras en las comarcas del carbón la incertidumbre que se cierne es si habrá un futuro para el mineral en la reserva estratégica más allá de 2018 y el territorio sufre las consecuencias de una fallida reconversión, en la zona de las minas de potasa y sal el problema que tienen es la amenaza del cierre del pozo de Sallent por la falta de capacidad de la escombrera en la que vierten los residuos. Por lo pronto, la Generalitat de Cataluña ha concedido una moratoria a la empresa que explota dicha mina hasta el 30 de junio de 2018. En esa fecha se revisará la situación de la escombrera y entonces se decidirá si se concede otra moratoria o se obliga al cierre con el consiguiente traslado de sus 180 trabajadores a la explotación en la que están Diego y Ricardo. Lo que esperan es que si en un momento dado esa mina se tiene que cerrar, ese cierre sea lo menos traumático posible para la zona «porque en 1992 ya se produjo una reconversión con la clausura de la mina de Cardana», la cual explican dejó de ser viable porque el mineral ya se encontraba en capas muy profundas.

«No hay la misma unión que aquí»

Una diferencia que ve Diego Zúñiga entre los mineros del carbón y los de la potasa, como asturiano que es, es que el compañerismo y la solidaridad minera. «Allí cuando hay un problema muy muy gordo, hay unión, pero el compañerismo con mayúsculas como lo hay aquí, allí no se da. No hay la misma unión que aquí entre los mineros». Las palabras de Diego las corrobora su compañero Ricardo que señala que «es lamentable pero es así».

Satisfacción y crítica tras la visita al Sotón

Diego y Ricardo visitaban las instalaciones del pozo Sotón esta semana por segunda vez. En otra ocasión habían realizado la visita al interior del mismo y en esta aprovecharon para ver la parte  exterior del Centro de Experiencias y Memoria de la Minería. Sobre la visita al interior de la misma, ambos han mostrado su satisfacción por la experiencia que supone, sobre todo para el barcelonés que no conocía cómo eran las condiciones de un pozo de carbón, a diferencia de Diego que trabajó en el mantenimiento del pozo Santiago. Ricardo pudo comprobar entonces la dureza de la minería asturiana, la fortaleza física que requiere y que es una minería mucho más sucia en lo que a salud se refiere.

En estos días aprovechaban para conocer junto con sus familias la zona museística del Sotón, una zona que les llenado de historia minera asturiana. Sin embargo, ambos han mostrado su desagrado con la zona donde está el memorial a los mineros fallecidos: «la historia de la mina me gusta mucho, y esa zona impresiona pero no gratamente. Me ha resultado macabro», comenta Diego Zúñiga. Con él coincide Ricardo Guillén, a quien le ha dado la sensación de estar visitando «un cementerio americano con todas las placas así colocadas». A ambos les hubiera gustado más encontrar «un monumento que fuera de homenaje y de recuerdo a todos los compañeros muertos».