Woody Allen amansa el Hollywood rugiente en su filme «Café Society»

José Luis Losa CANNES / E. LA VOZ

CULTURA

Ronan Farrow, su hijo biológico, vuelve a acusar al director de abusos a su hermana

12 may 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Woody Allen se presentaba en Cannes como maestro de ceremonias al que le han subido el sueldo para su fiesta anual de bienvenida. No en vano, su Café Society, con que inauguró esta 69.ª edición, y es la tercera ocasión en que lo hace, está generosamente pagado con dinero de la multinacional Amazon, estresada en pleno desembarco audiovisual. El dólar nuevo no va a revolucionar a estas alturas el sello Allen. Pero es verdad que saca de pobre su diseño de producción, en los últimos filmes del director neoyorquino afectados por el low cost.

Para recrear el Hollywood rugiente de los años 30 cuenta aquí con el capo di tutti capi de la fotografía, Vittorio Storaro, quien embellece ese territorio del glamur tanto en la estrellada meca angelina de Errol Flynn y Joan Crawford como en las fiestas exclusivas de New York, escenarios entre los que transita esta dramedia de buen pulso que se asienta en un triángulo amoroso conformado por un ejecutivo del cine (Steve Carell), su sobrino, Jesse Eisenberg, y una secretaria encarnada por Kristen Stewart, quien será centro de atención por duplicado en este Cannes al protagonizar también Personal Shopper, de Olivier Assayas. Hay un poso escéptico, con guiños a El apartamento de Billy Wilder, en esa trama de amores traicionados a medias. Pero Café Society está presidida por una elegante liviandad. Es un Allen más de atmósferas que de gags geniales, más de rasguños sentimentales que de pasiones destructivas como la de su magnífica Irrational Man, presentada aquí en el 2015.

Café Society es emanación nostálgica de un tiempo en que la célula familiar era un núcleo duro y amable. Se asemeja en ello a otro Allen menor como Radio Days. No debe confundirse la impronta leve con la pereza o el aire desmañado de filmes de la última época. Hay en Café Society un vuelo, una armonía de fondo en este engarce de lentejuelas años 30 y chapuzas de gangsters, de la educación sentimental de un joven emprendedor y sus desengaños ante la jungla de los deseos y sus precios que hace recibirla como nuevo remonte en la carrera del octogenario.

Pero si la familia es zona de confort en la ficción, a Allen le salen al paso, en la vida real, los viejos demonios de las acusaciones de abuso sexual a su hija Dylan. Ronan Farrow, hijo biológico de Allen, realizaba en la primera página del Hollywood Reporter de ayer unas declaraciones durísimas en que recrimina a Amazon que invirtiese su dinero «con tipos tan poco recomendables» como su padre. Por fuera del Hollywood dorado terso y acogedor, le cae a Allen la del pulpo, un Hollywood Babilonia en su versión más cruenta. Es de esperar que esta nueva sobreexposición del episodio lúgubre no lleve a Amazon o a quien sea a cerrarle el grifo a este infatigable y sabio cineurgo que sigue en su estajanovista línea de película por año. Y alegrándonos el día.