Ken Loach, más golpes bajos emocionales con «I, Daniel Blake»

José Luis Losa CANNES / E. LA VOZ

CULTURA

REGIS DUVIGNAU

Bruno Dumont vuela libre en el delirio dadaísta «Ma Loute»69.º Festival DE CINE de Cannes

17 may 2016 . Actualizado a las 13:03 h.

Lleva la sección oficial de esta 69.ª edición ritmo de frenética y euforizante osadía en sus apuestas. A los soberbios filmes Sieranevada, del rumano Cristi Puiu, y Rester Vertical, del francés Alain Guiraudie, sobrevino ayer otro aldabonazo heterodoxo que amenaza con enviar al desamparo o a la melancolía a los críticos de la caverna. Bruno Dumont completa con Ma Loute su traslación desde el cine de la crueldad que personalizó a una feliz etapa presidida por una cosmogonía de lo extravagante, lo grotesco, lo dadaísta. Parecía esto una estación de paso, con la memorable P?tit Quinquin, pero la pantalla del Palais se vistió ayer de nuevo con Ma Loute de festín del humor y el nonsense desaforado con una Francia rural donde los garrulos lisérgicos, matarifes caníbales, se entreveran con su alimento natural, unos burgueses invertebrados a los que encarnan, a modo de guiñoles desopilantes, Juliette Binoche, Fabrice Lucchini y Valeria Bruni-Tedeschi. La figura de ese policía, muñeco inflable, el ya legendario inspector Machin, serpenteando el cielo de Bretaña, vale como heraldo de este filme que vive instalado en el delirio, en la nube gozosa del disparate narrativo autoconsciente. Y no se baja de él en las dos horas de locura y comedia bárbara capaces de hacernos creer que aquel Bruno Dumont, cineasta de lo sórdido, ha devenido loco egregio naíf, inventor de un humor felizmente descoyuntado. Hasta buena persona.

Todas las risas descargadas en cascada con Ma Loute compensan la nueva y ceniza filípica seudo-social del ya insufrible Ken Loach. En I, Daniel Blake, Loach nos somete a otro de esos rebozos de denuncia de la crueldad del neoliberalismo a costa de utilizar los golpes bajos emocionales más arteros e innecesarios. Todos estaríamos por empatizar con su ebanista víctima de la brecha digital y con su madre de dos hijos sin techo, ambos en paro, sin necesidad de que a él le falle el miocardio y de que ella se vea forzada a la prostitución. Loach, con otro guion incalificable de Paul Laverty, no hace ya cine-eslogan o panfleto. Lo suyo entra, superada la categoría del espray del pan, las rosas y el no nos moverán, en el nivel del borrón grafitero inmovilista y manipulador de sentimientos, del punzón de la era de los Picapiedra o de Altamira.