Alberto & García: estallan los 'Voladores'

Belén Suárez Prieto REDACCIÓN

CULTURA

Alberto & García
Alberto & García Ramón Collado

La Salvaje, de Oviedo, acoge el día 20 la presentación del documental y disco de la banda formada por Alberto García, Víctor Gil, Álvaro Masó, Cristian Leiva y Dámaso García.

17 may 2016 . Actualizado a las 19:48 h.

La cita es en el Café Paraíso, al abrigo de la muralla ovetense poblada por salamandras. Una de las nuevas canciones de Alberto & García es Cualquier sitio. El Paraíso es ese sitio que siempre es mejor lugar. Esperan Alberto (letras, voz, guitarra acústica, mandolina, banjo, tres cubano, armónica, percusiones), Dámaso García (batería, percusión) y Cristian Leiva (bajo), argentino de Ciudad Evita, y silencioso. Para desterrar tópicos acerca del ser argentino. Faltan Víctor Gil, al que se le conoce como Vicho (guitarra eléctrica, dobro, lap steel, teclado, coros) y Álvaro Masó (guitarra eléctrica, acústica, coros). Hablamos en la terraza, con este mayo asturiano lluvioso y fresco. Tras la presentación en La Salvaje, la banda estará en Vegadeo y en Mieres, en San Juan aquí, otra de las canciones es San Juan. El 10 de junio será la presentación en Madrid, en la sala Maravillas, en Malasaña.

«Presentamos Voladores, un documental en el cual están grabadas en directo y recogidas en audio y vídeo diez canciones. En el documental está la historia del grupo, por qué se rodó donde se rodó, en Asturias, en los concejos de Colunga y de Caravia. Recoge diez canciones nuevas, del cual se extrajo un CD. El trabajo está visto como un todo, no como un disco convencional, con la particularidad de que está grabado en sitios que no son al uso, exteriores, faro de Lastres, playa de La Espasa, en el Sueve, en una casa indiana? Es lo más ambicioso que hemos hecho hasta ahora», explica Alberto García. La filmación se realizó en muy poco tiempo, tres días, con medios, pero poco presupuesto «el que podíamos, por eso fueron pocos días, hubo que hacerlo todo a la vez, sin poder grabar por pistas, estás grabando en el monte, haces tres tomas y dices, cogemos esto», recuerda Dámaso.

«El documental se rodó en un momento muy concreto, en que estábamos saliendo de Sony, una compañía grande. Quisimos contar qué significa la banda, qué significa para nosotros el lugar que aparece, qué significan los voladores. Esto, sobre todo, lo trabajó Gonzalo Cáceres, el director, y fue una de las cosas que más temíamos. Un documental de una banda, a no ser que sea consagrada, puede no tener interés, pero el resultado ha resultado muy digno e hicimos algo que puede ilustrar a quien se acerque por vez primera al grupo y permitir profundizar a quien ya nos conoce», relata Alberto.

En sus letras, estas y las anteriores, se reconocen dos relatos: el relato del temblor, ese estremecimiento que sentimos cuando el amor se acerca, y cuando se aleja, y el relato de la naturaleza, el relato de la tierra, del agua, del aire, del fuego: «La naturaleza, Atahualpa Yupanqui, las referencias que hay en el folclore sudamericano a ciertos elementos, en un momento dado lugares a los que se acude para recibir paz, pero sabiendo que la naturaleza te puede devorar, el río está, mucho, más como algo salvaje que como algo que fluye tranquilamente. Todo esto en el entorno en que lo grabamos se amplifica y cobra mucha más fuerza».

El año pasado, en su concierto en Cenera, en Mieres, Alberto & García adelantaron una cumbia que era una las primeras canciones escritas para lo que sería Voladores, Avalancha. En la panadería de Cenera, sala de conciertos en ese instante, el público acompañó con sus palmas aquella cumbia, como en cualquiera de las romerías que Víctor Manuel cantó tantas veces.

«Está lo popular representado en las fiestas, en el baile. En el nombre, Voladores, en la cumbia que se puede bailar en una fiesta de prao, en San Juan, una canción muy descriptiva que narra esto que llamamos aquí la Noche de los Fuegos, el día grande de la fiesta de cada pueblo, que son cuatro fuegos artificiales mal tirados que tienen una ternura y una estética, una imagen muy poderosa. El camino que había que tomar era ese. Estamos ganando en descodificación del mensaje, en que llegue», aseguran Alberto.

Sus influencias son claras: el glorioso pasto de la música americana, del Norte y del Sur, canciones que asimilan, hacen suyas de un modo absolutamente personal, en un tono inconfundible. Y los instrumentos de cuerda: «Tienen que ver, sobre todo, con el padre de Dámaso, que tiene infinidad de instrumentos», dice Alberto, y Dámaso apostilla: «Una butaca en medio del salón llena de instrumentos, uno encima de otro; como toques uno, se cae el resto. Un charango, un ukelele, un timple, un cavaquinho, un cuatro, la guitarra... Creemos que por ahí empezó todo. Cada instrumento tiene un lenguaje completamente diferente. Hay algunos complejísimos, que estamos aprendiendo a tocar. Y tenemos la suerte de tener un bajista de Ciudad Evita, que ha mamado todo eso».

Y además está su propio nombre, el hecho de que se llame precisamente así en honor al músico cubano-mexicano Dámaso Pérez Prado, el rey del mambo: «Si llegas a otra formación y dices que vamos a hacer una chacarera lo tienes que explicar, pero en este caso Dámaso las lleva escuchando toda la vida», precisa Alberto, y Dámaso lo confirma: «De pequeño hacíamos viajes de no sé cuántas horas y escuchábamos nueve discos de Los Chalchaleros. Y un día escuchas a Los Chalchaleros y dices mira qué hacen estos. Y Atahualpa, la cinta eran Los Chalchaleros y Atahualpa. Y Mercedes Sosa».

Voladores es una obra casi manufacturada, como detalla Dámaso: «El disco, carteles, todo es obra nuestra, como se hace un cesto de mimbre, el diseño, todo. Menos la pura y dura fabricación, el diseño, la cartelería, los diseños digitales son nuestros. Lo hicimos en un principio por osadía y por presupuesto, nos llevó tres meses, pero cada detalle está pensado decidido por nosotros».

El micromecenazgo hizo posible ese trabajo. Alberto García lo considera una «experiencia muy positiva. En nuestro caso, algo absolutamente necesario, si no no hubiéramos podido sacarlo adelante de una forma digna. La campaña nos permitió dar un paso gordo, fue una bocanada de aire muy grande para un momento en que estábamos muy apurados. Al final es lo mismo que comprar el disco de una manera anticipada, quienes participaron lo iban a comprar tarde o temprano, las recompensas las trabajamos para que merecieran la pena y se recibieron pronto, hubo agilidad».

Toda esta actitud forma parte de un «ideal: ser autosuficientes al cien por cien». Pero, en cualquier caso, puntualizan los músicos, «la gente que participó la sentimos como parte del proyecto y como productores ejecutivos, si no no hubiéramos podido. Necesitamos que estuvieran allí, necesitamos la ayuda», admite Alberto. Una ayuda que se requiere también después, ante el directo, físicamente, porque persiste el miedo a las salas vacías. «Miedo antes de cada concierto, a que no vaya gente. Es un miedo que siempre tenemos». Y los ensayos, muchos, tanto para las canciones como para el directo. Y la promoción, que «bendita promoción, es más difícil».

Respecto a las canciones, son el motor de esta historia, el motor de tantas historias. «Somos inquietos y nos gusta ir cambiando las canciones. En ocasiones, el ritmo totalmente. A veces, es imprescindible para poder seguir tocando una canción, después de tocarla infinidad de veces. Pero las canciones tienes sus límites. Y hay gente que quiere escucharlas como en el disco. Y a alguien que está viviendo un momento especial en un concierto tienes que tocarle la canción que está esperando», explican Alberto García.

Ese momento en el que hay que defender las canciones, en pequeños bares o en grandes auditorios, concentra la experiencia de la música al fin en directo, única, repetida e irrepetible, según Alberto: «Para los conciertos llevamos lo que nos funciona en el local. Hay cosas que probamos en directo, pero no vamos con dudas. Vamos con canciones que están más tiernas que otras, pero sin dudas. Parece que en directo sale todo bien, pero hay mucho trabajo detrás. Y mucha concentración en ese momento, de todos a lo mismo».

 «Es como un trance, desde que empieza hasta que acaba. A no ser que haya algún músico incómodo por algo, que se identifica enseguida, porque se oye mal o lo que sea, y ya no es cómodo para ninguno. Pero desde que empieza hasta que acaba el concierto no te enteras muy bien, pasa volando. Cuando estás tocando, el cerebro está en un sitio muy raro. Es un estado de concentración absoluto, y a muchas cosas a la vez. La cabeza va muy rápida y muy lenta. Sientes las letras y la música muchísimo».

Alberto & García tienen claro que todo esto es una cuestión de dedos que acarician: «Seguiremos mientras nos dejen los dedos».