Kristen Stewart persigue fantasmas virtuales en «Personal Shopper»

josé luis losa CANNES / E. LA VOZ

CULTURA

YVES HERMAN | REUTERS

Almodóvar dice en Cannes que su participación y la de su hermano en los papeles de Panamá ni siquiera es de figurante

18 may 2016 . Actualizado a las 21:49 h.

Kristen Stewart es esa actriz que tanto ha tardado en aparecer en el gran angular de los críticos que nos educamos en los vampiros de Tod Browning, la Hammer o, en el peor de los casos, Paul Naschy. La totémica celebrity de la saga Crepúsculo ha irrumpido en el Gotha del cine de autor. En este Cannes protagonizó ya la apertura en su excelente trabajo para el Café Society de Woody Allen. Y ayer pasó ya a ser rostro esencial de este 69.º festival al aparecérsenos como protagonista absoluta de Personal Shopper, la nueva película de Olivier Assayas, quien ya la había dirigido en la más que notable Viaje a Sils María.

Es inmenso el mérito de Stewart aquí porque sostiene sobre sus hombros una trama que la rodea de espectros, de fantasmas de la red social, de ocultos interlocutores en el Whatsapp. Su soledad, en la arriesgada propuesta de Assayas -que recibió una bronca injustificada- es tal que, como si de un personaje especular de Brian de Palma se tratase, Stewart tiene que derivarse en un doble cuerpo, debe afrontar los miedos del fuera de campo narrativo, la zona de sombras en la que Personal Shopper se mueve, muchas veces de manera caótica pero siempre fascinante, con la actriz como médium capaz de traspasar barreras paranormales, de atrapar fantasmas de natural inasibles. La pirueta del filme de Assayas, que coquetea de manera radical con el disparate, no podría entenderse sin el aura mesmerizante de Kristen Stewart. Nació como celebridad teenager dentada. Pero es ya actriz primordial de nuestro tiempo.

Otros fantasmas, estos bien materializados, siguieron a  Almodóvar hasta la Croissete. Los Panama Papers saltaron, cómo no, en la rueda de prensa posterior al pase con acogida razonable -tampoco exaltada- de Julieta. Preguntado por el tema, el manchego se atribuyó, tanto a él como a su hermano, el rol de ni tan siquiera figurante en una función en la cual responsabilizó a la prensa española de empeñarse en hacerle protagonista. Le llovieron entonces los aplausos porque Cannes adora a quienes considera suyos. Y, como sucede con Allen, o aún en mayor medida, Almodóvar nunca echará de menos el afecto y aun los mimos de este festival de leyes de fidelidad en las querencias tan incondicionales.

Si antes me refería a la consolidación emergente de Kristen Stewart, asistimos también ayer a una resurrección en toda regla. Sonia Braga tuvo sus días de gloria hace tres décadas. Los momentos de fulgor donde todo era Gabriela, clavo y canela, cuando llegó a Hollywood con El beso de la mujer araña y compartió sonado romance con un Redford aún no masacrado por la cirugía. Como de la noche de los tiempos reapareció en Cannes la brasileña, protagonista plenaria de Aquarius, filme del casi primerizo Klever Mendonça Filho, que no entró en el bombo de la selección de casualidad, sino apadrinado por el peso pesado Walter Salles. Siempre hay en la Champion de Cannes bola caliente. Sonia Braga es aquí una espléndida mujer coraje que se empeña en no abandonar su apartamento, el único que se resiste a una poderosa inmobiliaria que la acosa hasta colarle un nido de termitas en la cocina. Es tosca de estilo pero muy defendible esta propuesta de Aquarius, que se presenta algo así como una relectura del clásico de Kazan de 1960 Río salvaje, trasplantado de Misuri a las playas de Recife. Y Sonia Braga, junto a Kristen Stewart, se enseñorea de una jornada de caudaloso crossover actoral femenino.