Eugenia Rico resucita el «Lazarillo» para pintar «un fresco de la modernidad»

Pablo Batalla Cueto REDACCIÓN

CULTURA

Eugenia Rico
Eugenia Rico

La escritora ovetense presenta en la Librería Cervantes su último libro, «El beso del canguro», en la que actualiza la novela fundacional de la picaresca

26 may 2016 . Actualizado a las 17:29 h.

Eugenia Rico llevaba años dándole vueltas a la idea de escribir su propio Lazarillo de Tormes. La escritora ovetense ha hecho finalmente realidad este año ese viejo proyecto con la publicación de El beso del canguro, su última novela, que presenta en la Librería Cervantes de su ciudad natal.

En El beso del canguro -su primer libro desde la aclamada Aunque seamos malditas, con la que Rico consiguió un importante éxito en Alemania-, un joven atractivo llamado, también él, Lázaro, huye de su casa cuando, harto de las palizas que su padre propina a su madre, golpea a su progenitor y cree matarlo. Inicia así una errática carrera profesional a través de la cual Rico trata de pintar, en sus propias palabras, «un fresco de la modernidad»: Lázaro comienza como camarero pero acaba fungiendo como pastor, camello de hachís y esclavo sexual tanto de hombres como de mujeres y aun pasando por la cárcel. Va saltando, como su tocayo del siglo XV, de amo en amo y de ama en ama y demuestra así que, contra lo que pueda parecer, en el XXI sigue habiendo siervos y esclavitud, por más que no lo sean de ciegos e hidalgos sino de proxenetas o de la droga.

A Rico, el personaje de Lázaro de Tormes le ha fascinado siempre: mucho más, dice, que el de Don Quijote. «El Quijote, dijera lo que dijera Borges, es una obra inimitable: nadie puede copiarla», explica Rico, para quien «el Lazarillo, en cambio, ha influido en muchas obras de la literatura universal y sobre todo en el extranjero, particularmente en el mundo anglosajón. Hija del Lazarillo es Molly Flanders, de Defoë, es Oliver Twist, es Tom Sawyer, de Mark Twain y muy notablemente lo es la gran novela del siglo XX que a mí me gustaría haber escrito: El guardián entre el centeno, de Salinger. Holden Caulfield es Lázaro». La novela ha sido comparada también con dos películas emblemáticas: Lolita, de Stanley Kubrick y basada en la novela homónima de Vladímir Nabokov, y Cowboy de medianoche, de John Schlessinger.

En lo que respecta a influencias literarias españolas, la lista no se agota con el Lazarillo de Tormes. La primera frase del libro es una reminiscencia de La familia de Pascual Duarte, de Camilo José Cela, la cumbre de la corriente tremendista de la inmediata posguerra española. Si Pascual Duarte principiaba el relato de sus desventuras con un «Yo, señor, no soy malo, aunque no me faltarían motivos para serlo», el Lázaro de Eugenia Rico da comienzo al suyo explicando: «No soy malo, pero creo que he matado a un hombre». Entre las dos novelas media un lapso de casi ochenta años, pero una reflexión común sobre cuánto influye el ambiente, y particularmente los ambientes de crueldad, en el alma de las personas. Hay, de todas formas, diferencias que Rico explica así: «Mi protagonista nunca es malo de verdad, y a diferencia también de la novela de Cela, en la mía se transmite la idea de que siempre hay un resquicio de libertad y esperanza».

Para el Lázaro de Rico, ese resquicio mide ocho millones de kilómetros cuadrados y se llama Australia. Allí, en las antípodas de su España natal, buscará «la otra cara de la moneda; un mundo en el que lo blanco es negro, lo negro es blanco y la realidad no vapulea» y la encontrará en el peculiar mundo de los aborígenes del continente, gentes que parecen vivir una utopía prehistórica de libertad e igualdad en la cual los seres humanos se comunican por telepatía y son capaces de variar a voluntad la temperatura de su cuerpo. «Otro mundo es posible, piensa Lázaro, y yo también lo pienso», dice Rico.