El Roto/Rábago: el que pinta/dibuja en el umbral

J. C. Gea GIJÓN

CULTURA

'Pintor', obra de Andres Rábago
'Pintor', obra de Andres Rábago

El pintor y autor de viñetas satíricas conviven en «Inventario», la doble muestra de sus dos facetas que hoy se inaugura en el museo Juan Barjola de Gijón

28 may 2016 . Actualizado a las 19:38 h.

Andrés Rábago/El Roto pidió expresamente que el montaje Inventario, la doble exposición de la obra del exquisito pintor y el reverenciado dibujante satírico que hoy se inaugura en el museo Barjola de Gijón fuese «lo más sencilla posible». Así se hizo: dos de las paredes de la primera planta del centro están dedicadas a los óleos de Rábago, casi todos ellos en gran formato vertical, y la tercera, junto a las ventanas de la fachada, a 26 originales de las inconfundibles viñetas de El Roto. Además, se proyecta en el rincón junto a la escalera la entrevista de casi 25 minutos con Félix Pérez de Hita que acompañó, en 2012, la muestra Un viaje de mil demonios (y un par de ángeles) en el Centro de Arte Santa Tecla, de L'Hospitalet.

Pero aún hay algo más en la exposición. Algo que no se ve. Un umbral invisible que a la vez separa y pone en contacto las dos facetas de este artista que es dos y que, a su vez, está convencido de que su obra pictórica tiene algo de frontera entre mundos -el de las visiones cotidianas y otro que algo tiene de sagrado- y de que sus viñetas son también un límite de papel entre la propia conciencia y la conciencia colectiva, entre quien las dibuja y el meollo de su tiempo.

De todo ello habla largo y tendido Rábago en su entrevista filmada y en la que incluye el catálogo de la exposición; o más bien las entrevistas con el estudioso e historiador Felipe Hernández Cava: una con cada personalidad del artista (tan rigurosamente separadas que incluso Rábago se permite hacer algunos reproches a El Roto sobre la superficialidad con la que cada año, puntualmente, se emplea contra la feria ARCO).

En ellas, no obstante, se percibe algo de lo esencial que comparten el imprescindible viñetista satírico de El País y el exquisito pintor de enigmas y silencios, y que también compartiría sin duda el inolvidable OPS, primer heterónimo que manejó el artista, y con el que rompió miradas y cerebros bajo los aullidos setenteros del ya lejano Hermano Lobo. Todos ellos son constructores de imágenes que, como coinciden en decir El Roto y Rábago, «crean sentido», suscitan estados de conciencia, construyen mundos y configuran miradas.

En el caso de El Roto, casi todos los lectores de prensa españoles saben bien cómo: igual que en los quince ejemplos seleccionados para Inventario. Con un prodigioso don de síntesis, un fino uso del lenguaje que da la vuelta a la banalidad del lenguaje del poder (sea el poder que sea), un cuidado formal que deja claro hasta qué punto El Roto concibe en el fondo cada una de ellas como un trabajo único y autónomo -como una obra de arte- por mucho que vayan a ser multiplicadas por millones en la rotativa y recicladas en su mayor parte antes de que se publique la siguiente.

De lo individual a lo colectivo

Quizá la clave sea, con todo, el afán de El Roto por crear imágenes que valen tanto más cuanto más se alejan de lo individual y se acercan a lo colectivo, por vía del afecto y la empatía, y cuanto más son capaces de combinar la parte destructiva de la sátira con su parte constructiva; imágenes que cuentan algo de la actualidad pero que no se dejan arrastrar de inmediato por ella... habida cuenta de que El Roto considera que «actualidad» es un término perfectamente aplicable a lo que ha sucedido «en los últimos veinte años». Lo cual, sin dida, explica la innegable tensión hacia la perduración de viñetas que en el fondo buscan «dar estructura a las ideas volátiles frente a la malformación de la opinión pública», según confiesa El Roto a Hernández Cava.

Y luego está la otra forma de crear sentido e inducir estados: los limpios, rigurosos y misteriosos óleos de Andrés Rábago, cada vez más preocupado por mostrar a la mirada que se introduce en sus cuadros cómo habría que mirar el mundo al salir de ellos, y en revelar una imagen tras otra el gran misterio que transparentan sus escenas  con personajes sin apenas rasgos, bosques silenciosos, edificios iluminados y haces de luz por todas partes: que «la riqueza visual del mundo ordinario es infinita» y que el arte es un contínuo que debería seguir aspirando a la unidad indivisible entre imagen y símbolo que, para Rábago, ya practicaron los egipcios.

Nada de esto debería de extrañar en un autor que, en resumen, cree que su trabajo consiste en manejar la luz. Y en manejarla, además, en un tiempo que considera «clave» en «la lucha de la luz contra la oscuridad». Da la impresión de que El Roto y Andrés Rábago coinciden en decirlo de la manera más literal; sin metáfora.