Neil Young: la aguja que salva

Belén Suárez Prieto MADRID

CULTURA

Neil Young, en un momento de su actuación en el Mad Cool
Neil Young, en un momento de su actuación en el Mad Cool

El legendario rockero canadiense derrochó electricidad y autenticidad en La Caja Mágica de Madrid, durante su actuación en el festival Mad Cool

20 jun 2016 . Actualizado a las 09:50 h.

Sale Neil Young solo, a un escenario con todos los instrumentos extendidos, con la única compañía de doce hombres que manejan los focos subidos en cuatro pasarelas, suspendidas una por cada lado. Sale solo, piano y armónica, y guitarra, y enlaza After the Gold Rush, Heart of Gold y The Needle and the Damage Done.

Estamos en el festival madrileño, en su primera edición, Mad Cool, la noche del sábado se presenta primaveral y una luna casi llena y llena de poder nos vigila, con aprobación comprensiva. La Luna... que hubiera querido Harvest Moon, aunque Harvest Moon no sea hasta mediados de septiembre, y que no cantó Neil Young, aunque lo hubiéramos querido, pero así ha de ser, no cometer el error de querer recibir todo lo que deseamos.

Así ha de ser porque Neil Young ofreció un concierto majestuoso, cuya intensidad no bajó en ningún instante, empezó en lo más alto con sus himnos íntimos y estalló con canciones que alargó y alargó llenas de electricidad, sin importar nada que no terminaran, con la mirada de los jóvenes miembros de la formación con la que ahora gira sobre las manos del maestro sobre las cuerdas de la guitarra para saber si había que continuar la canción. Y siempre había que continuar.

Sale Neil Young a darnos una lección magistral de canciones populares con más de cuarenta años, con la banda Promise of the Real, de Lukas Nelson, joven hijo de Willie Nelson, en la que también toca su hermano, también joven, J. Micah Nelson, que no habían nacido cuando el maestro se sentó a contar nuestra vida, a contar lo que nos pasa, a usted, a mí, a los hijos de Willie Nelson, por qué la llamada del oro enajena, por qué necesitamos dejar a nuestras criaturas dormidas en casa tras salir de trabajar para bailar, si es que aún confiamos en el amor, por qué a veces es necesario cruzar el océano para encontrar corazones de oro, por qué la aguja hiere, abrasa, mata... Por qué ahora, tanto como siempre, es necesario el rock and roll para conseguir un mundo libre... O para creernos, en la comunión de dos horas y media de concierto, que podemos aspirar a él.

Neil Young, asignatura obligatoria

Gobierno que salga tras las elecciones del próximo domingo, cambie la legislación educativa, consensúe su derogación, su modificación con los grupos de la oposición. Y acuerden, acuerden incluir a Neil Young como asignatura obligatoria en la escuela. Acuerden, porque en Neil Young está todo, todo puede aprenderse gracias a su trabajo, que lleva dándonos desde hace cincuenta años el genio canadiense: ética, botánica, astronomía, literatura, lengua, música, inglés, política, métrica, oratoria, historia; ciencias naturales, ciencias sociales, lengua y literatura, filosofía de la composición, notas, armonía...

Gobierno, derogue el infame veintiuno por ciento cultural, facilite la música de Neil Young, beque, promueva, cree un fondo para que cualquiera, independientemente de sus medios materiales, pueda asistir a disfrutar de la única religión verdadera, para tomar la comunión juntas miles de personas que no dejan de cantar, de aplaudir, de bailar, de gritar, de llorar, de temblar, participando en lo común, rendidas ante el único dios que no necesita libro para sustentar su religión, sino que sus versículos son canciones que sigue oficiando, alto, pelo largo, sombrero, con la autoridad para que las obedezcamos, con la sencillez de vaquero para evitar el temor paralizante que provocan los autócratas.

Lo único que se acerca a la intensidad insustituible del placer sexual es el rock and roll; fuera paraísos artificiales, que solo enmascaran y equivocan y agujerean la piel y el cerebro. Neil Young nos condenó la noche del pasado sábado en el Madrid del sur, en el Mad Cool, en La Caja Mágica, a desear hacer el amor con su música, solo con ella. Nos inoculó, con la única aguja que no hiere, que salva aunque solo sea en las pocas horas del encuentro, aunque solo sea espejismo, la necesidad autoritaria de necesitar su música, solo ella, para compartir cuarto y pasión en la mejor forma de comunicación que el ser humano, atrapado en la doble articulación del lenguaje, posee.