Juan Manuel Bonet pasea por todos los paisajes de Miguel Galano

Juan Carlos Gea GIJÓN

CULTURA

Por la izquierda, Rubén Suárez, Juan Manuel Bonet, Miguel Galano y Nicolás Egido en la galería Cornión
Por la izquierda, Rubén Suárez, Juan Manuel Bonet, Miguel Galano y Nicolás Egido en la galería Cornión

El crítico de arte y el pintor tapiego presentaron en la galería Cornión la muy esperada monografía sobre el artista publicada por la editorial Hércules Astur

21 jun 2016 . Actualizado a las 13:06 h.

Dice Juan Manuel Bonet que fue la contemplación de Nieve en Fozaneldi, un portentoso paisaje de Miguel Galano, el que le confrimó que ahí «había un pintor con una obra propia, una obra de las que cuentan». Para que cuente, y para contarlo, el crítico de arte, escritor, ex director del IVAM o del Reina Sofía y actual director del Instituto Cervantes en París, se comprometió con un trabajo que le ha llevado más años de los esperados y que ayer, finalmente, se dio a conocer en Gijón. Con las obras del propio Galano colgadas en la galería Cornión como escolta, Bonet, el también crítico de arte Rubén Suárez, el editor Nicolás Egido y el propio Galano -aunque él, como de costumbre, aportando más silencio que discurso- presentaron la esperada monografía sobre el pintor de Tapia de Casariego editada por Hércules Astur: dejando aparte las no muy abundantes muestras de Galano, quizá la mejor manera de hacer que, efectivamente, su obra cuente también en el panorama internacional, al que «accederá sin duda algún día». según Bonet.

Si hay fecha precisa para el nacimiento, también la hubo para el inicio de la gestación: un 4 de agosto de 2009, cuando en una visita al estudio tapiego de Galano y en presencia del entonces alcalde de la localidad, Bonet decidió que había que escribir la monografía. Lo recordó en sus palabras de introduccion Nicolás Egido, que narró la accidentada producción del libro y no dejó de hacer sus reproches a quienes, a su entender, dejaron el proyecto «con el culo al aire» en un par de ocasiones. Pero finalmente, la obra salió adelante incluso más crecida de lo previsto, pasando del centenar de folios comprometido por Bonet a los casi 200 que finalmente entregó el autor. 

El resultado, en palabras de Rubén Suárez, es «un libro emocionante y precioso» que, con «un tejido literario exquisito», realiza una «revisión en profundidad de la obra de Galano en función de la peripecia artística y biográfica» y muestra «cómo va sucediéndose la obra a la par de la vida» de un artista que Suárez describió como hombre «de pocas palabras y de conceptos profundos». No dejó el crítico asturiano de agradecer efusivamente a Bonet, por cierto, su condición de «militante en la lucha en favor de la pintura» y su dedicación a los artistas asturianos, sobre los que -aseguró- «nadie ha escrito más o mejor».

El sistema Galano

Pero, ¿qué es eso que hace, para Juan Manuel Bonet, que la obra de Galano cuente y que haya que contarla? Lo que vio por primera vez en Nieve en Fozaneldi: la existencia de  un «sistema galano», no solo la excelencia técnica sino la capacidad del tapiego para «universalizar lo que tiene más cerca, la comarca, la provinciia, la región» (en el sentido de «territorio mítico» que Benet confirió a su Región literaria) mediante una pintura que es «alquimia y reconstrucción de la realidad en la memoria» de los mundos del Occidente asturiano y «de Asturias por extensión».

A partir de ese meollo, como el paseante simbolista de uno de los parques que gusta de pintar Galano, Bonet arma lo que él mismo considera una divagación por la vida, los paisajes (los biográficos y los pintados), los temas y las referencias artísticas, literarias o musicales que de un modo un otro se arremolinan en las brumosas atmósferas galanescas. El libro habla de Galanín, el niño y joven «Galano antes de Galano»; de su formación, de sus experiencias y aprendizajes en el Madrid de la Movida, de sus viajes europeos, de sus maestros y sus devociones -desde Morandi, Hopper o Corot hasta los discretos asturianos Luis Fernández, Aurelio o Armando-, de sus ciudades y sus climas -Oviedo, Madrid, Cracovia, Barcelona, París, el atlántico cantábrico y el atlántico caribeño-, de su permanente conexión con la poesía o con la música, de lo que el pintor y el crítico llaman la «familia» de Galano. Una familia a la que Bonet le ensancha, además, la genealogía echando mano generosamente de su perpetuo tesoro de neometafísicos, postsimbolistas, semiolvidados maestros nórdicos o italianos y oscuros literatos de provincias, con los que rodea de ecos los profundos silencios galanescos.

La presentación de esta divagación literaria de Bonet concluyó en Gijón con una profecía: la de la internacionalización de la obra de un pintor que, como otros, escogió lo que el autor describió como «la vía de los difíciles». Un artista que, como Morandi, ha pasado toda su trayectoria «hciendo lo que uno tiene la real gana de hacer». Y haciéndolo bien, y en silencio, para mayor mérito suyo y disfrute del resto.