El actor habla de su éxito en televisión y también de su vida sobre las tablas de un escenario
06 ago 2016 . Actualizado a las 05:00 h.Ha sido «La Marquesina», Lucas Castañón, Toño «el de El Chigre» o Agustín Fernández, pero en realidad se llama Alberto Rodríguez. Nacido en Mieres en 1972, se ha convertido en la última década en uno de los rostros más reconocibles de la escena asturiana merced a los personajes que creó para distintos programas de la Televisión del Principado de Asturias (TPA). Entre ellos destaca «El Folixeru», conductor de De folixa en folixa, espacio que actualmente graba su quinta temporada. Entre medias, Rodríguez anda enfrascado en sus monólogos, que compagina con las representaciones de El método Grönholm (Saltantes Teatro).
-El otro día le comenté a un amigo que tenía pendiente una conversación con el actor Alberto Rodríguez y él me preguntó: «¿La estrella de la tele?»
-Lo siguiente va a ser meteme en política [risas]. Yo siempre digo que soy un famosu de provincies, que ye una cosa muy ridícula y muy novelesca, ¿sabes? Ye una cosa tangible a nivel de que la gente te saluda y eso, pero tú sabes que pases el Pajares y como mucho puede conocete alguien que tien familia aquí. Eso pasa, ¿eh? Vinieron a venos unos catalanes que veraneaben aquí porque gustába-yos mucho De folixa en folixa y quisieron saludame. Pero bueno, ye too muy relativo. ¿Qué ye lo que te puede cambiar la vida? Tener muches perres o que se te muera alguien. Gracies a Dios, lo segundo no me pasó; lo primero, pues tampoco, porque sigo teniendo una economía de proletariado. Sigo haciendo lo que hice siempre, pero, en razón a eso que dices, dejé barba y toy muy cómodu porque yendo de aquí a casa ya no me para la gente mientras alguien al lau pregunta: «¿Y quién ye esi?».
-Una cosa muy de aquí?
-A mí gustaríame que Batman fuera asturianu, de Pola de Laviana, pa que cuando vaya a coger a un criminal y digan eso de «¿tú quién eres?», el responda: «Soy tu puta madre». La nuestra lengua ye muy violenta. Yo siempre digo que soy de un pueblu que se llama Rioturbio, y que cuando allí la gente pregunta «¿Qué tu puta madre haces por aquí?» lo que en realidad quieren decir ye: «Alégrome de vete».
-El primer personaje emblemático que se sacó de la manga en la televisión fue «La Marquesina», sólo que estaba tan bien caracterizado que mucha gente ni siquiera se enteró de que usted era usted.
-En realidad empecé en Mañana usted madruga, pero sí, lo que eclosionó fue La Marquesina, en Terapia de grupo. Fue un personaje que cogió muchu carisma y mucha entidad, hay otros que necesiten un desarrollu mayor en el tiempu. La imagen de La Marquesina entrando en el plató en una silla de ruedes con dos cachas llevándola era casi totémica.
-Pero en mi opinión el primer gran boom fue Lucas Castañón. Se creó a su alrededor un fenómeno casi inverosímil.
-Era el plan. A mí gústame mucho trabajar la parodia, pero no sobre personajes conocidos, sino sobre estereotipos. Siempre contamos la historia a la americana, con los mejores o con los peores, pero hay un montón de gente en el medio que faen coses, que les faen con fe ¡y que le faen mal! Son los personajes que más me gusten. Los mejores personajes, pa mí, son los personajes equivocaos. Homer Simpson, por ejemplo, ye un personaje equivocáu. A mí Lucas Castañón gustóme muchísimo. Era una creación mía, porque otros personajes vienen sugeridos por un guión, y a los responsables gustó-yos desde el principiu. Era muy carismáticu, muy tiernu, muy inocente? Y encima cantaba como Dios.
-Aún hay gente que lo echa de menos.
-Sí, a mí pídenmelu muchísimo: «Oye, ¿cómo no vienes de Lucas Castañón?». Pero no ye un personaje que extrapole bien fuera porque no tien mucho discurso. Toño, el de El chigre, tien mucho discurso, y el mi cantante de Rioturbio Agustín Fernández, que vive en Las Vegas y ye cantante, presentador y proxeneta del casino Caesar’s Palace, tien un discurso de la hostia. Son esos personajes los que mejor puedo defender en los directos, y también a mí mismu, que ye lo que más estoy haciendo últimamente, desde que la mi muyer [la dramaturga Marga Llano] me dijo que dejara ya el esmoquin y la peluca y fuera a los sitios como el que soy, Alberto Rodríguez.
-Máscaras fuera.
-Yo no era consciente de que eso podía ser así. Yo siempre hacía monólogos, que ye lo que más miedo me da, con el disfraz de Agustín Fernández: ponía una peluca rubia y un esmoquin y era un cantante casposu que funcionaba como soporte desde el que tratar asuntos cosmopolitas con el puntu de vista de un paisano de Rioturbio. Agustín Fernández ye un personaje que fue de mozu a los Estados Unidos, que trabajó pa la CIA y que mató a Kennedy sin querer porque conoció a Lee Harvey Oswald en las Juventudes Comunistas. Agustín Fernández hablaba inglés, asturianu y español, ¿qué más hacía falta pa luchar contra el comunismo, si comunistas hailos namás en China, en Rusia y en Pola de Laviana? Al final era una revisión del indianu, un indianu que en vez de ser de cabres y vaques tenía más glamour. Era costumbrismo punk.
-¿Y cómo cambia el chip cuando abandona todo ese elenco y sale al escenario sin disfraces y bajo sus propios nombre y apellidos?
Ye una muy buena pregunta. Tomar la decision fue complicada, dábame mucho vértigo. Cogimos el material que teníamos de Agustín Fernández, pulímoslu, añadimos material nuevu y empezamos a tirar de eso desde la perspectiva de Alberto Rodríguez, pero en realidad ye mentira también.
-En el fondo siempre hay una máscara, aunque no sea explícita.
-Claro. Lo que pasa ye que me daba miedo porque decía: «¿Cómo voy a subir yo al escenario? Que salga uno de mis personajes», pero luego dije: «Pues hazte tú personaje, que no tien que ser tan difícil; si lo hacen los demás, ¿por qué no lo voy a poder hacer yo?». Por eso digo que cuando pisé el escenario ya me resultó facilísimo, comodísimo e incluso un pelín vanidoso y cachondo. Aunque seas tú, no dejes de poner un cascu que te protege.
-Está grabando ahora una nueva temporada de De Folixa en Folixa, un programa que ha hecho fortuna en la parrilla de la TPA. ¿«El Folixeru» nació o le nacieron?
-No sabría decite. Yo llevaba dos años al paro después del trabajo con «La Marquesina» y llamáronme pa hacer esta movida. Cuando me lo propusieron parecióme algo que no iba a ningún sitiu, aunque también me fiaba del criterio del productor, Carlos Navarro. Al principiu pregunté cómo queríen que me vistiese y hablóse de ir en camiseta, pero después de da-y vueltes decidí llevar a les fiestes de los pueblos americana, corbata y unes playeres.
-A mí me agobia mucho ver las sudadas que agarra por ahí. Tiene que pasar un calor homérico.
-Mucho, mucho. De eso se trata. El clown funciona cuando estás sufriendo. La gente veme sudar la gota gorda con la corbata y metiéndome en les situaciones más ridícules bien vestíu y ye lo que gusta. Ye también una parodia de aquellos presentadores de la década de 1970, que diben siempre como pinceles y con una formalidad exquisita. Son referentes que tienes y que salen de forma inconsciente. También hubo coses, como el tema del sufrimientu o el bigote, que fueron desarrollándose de programa en programa.
-También está el desenfado a la hora de tratar asuntos de carácter serio o medio erudito.
-¿Qué más da que la información la tomes en serio o en broma, siempre que sea información de verdad? Si la iglesia ye del siglo XII, ye del siglo XII, ¿qué más da que yo diga que en el siglo XII el deporte preferíu era dar vueltes a los paisanos que decíen que Dios no existía o que la tierra yera redonda? A mí gústame meter gags en los discursos porque yo siempre me quedé mejor con les coses si me les contaben con gracia.
-El personaje tuvo un bautismo popular. Usted aparece en el programa como Alberto Rodríguez, pero el público empezó pronto a conocerle como «El Folixeru».
-Ye verdá. Pero mira: Carlos Navarro dijo desde el principiu que iba a dejar de ser Alberto «el de La Marquesina» pa ser Alberto «el Folixeru», y tuvo toda la razón. El programa generó una inercia enorme a todos los niveles.
-Recuerdo dos casos, en Tineo por el Día de Asturias y en Arriondas cuando el Descenso del Sella, en los que había gente paseando a ver si veía por allí al «Folixeru». Era casi una parte más de la fiesta.
-Sí. Hay fiestes en les que la foto conmigo ye casi una parte más del show. Ye una pasada. De hecho, esti añu estoy oficialmente en algunos programas de actividades. Y mira que yo soy de Mieres y estaba ya fartucu de salir por ahí. Menos mal que el programa limítase a les celebraciones diurnes. Hay partes de la fiesta en les que nos integramos y partes en les que no, pero siempre nos integramos tratando de explicar que en realidad no formamos parte de ella. No somos guays, contamos les histories de la gente guay.
-También hay un juego muy interesante en el salto de la cuarta pared, esa interlocución constante con el cámara.
-Eso fuimos trabajándolo entre David Pando [el cámara] y yo, porque congeniamos desde el principiu muy bien. Ye uno de los tíos más talentosos que vi, así que pudimos ir tirando de esa relación que también fue evolucionando poco a poco. La escena final del maleteru, por ejemplo, ye un homenaje muy claru a Pulp Fiction. Luego un elementu que siempre recuerda la gente ye el párrafu final con puntu de vista marchando. Cuando empezamos grabábamoslu en cualquier parte más o menos chula, pero luego dímonos cuenta de que como funcionaba realmente era con esa línea de fuga. Hasta que descubras lo que verdaderamente quies contar, tienes que probar con todo.
-El programa marcó estilo. Quizás sea impresión mía, pero parece como si el éxito de De folixa en folixa hubiera inspirado una serie de programas basados en el mismo formato.
-Yo sentíame como Bad Religion cuando triunfó Greenday [risas]. Siempre que algo funciona, acaba versionándose.
-De folixa en folixa tiene un cariz casi antropológico.
-Ye la nuestra idea. Nosotros vamos a conocer a la xente, y la xente en la folixa está un poco más suelta, no están preocupaos del día, sino de lo que son. En realidad, la folixa ye el momentu en el que la xente reflexiona sobre ella misma. Reflexionen comiendo juntos, jugando al huevu, tirando de la cuerda o con una orquesta de 10.000 pavos que ni miren pa ella.
-Quinta temporada. ¿Da para tanto la folixa? ¿No hay miedo a la repetición, al agotamiento de las fórmulas?
-Al final de la tercera creí que íbamos a caer, pero en la cuarta volvimos a levantar el vuelu. Ye el únicu programa que aguanta bien siempre la embestida de los competidores gordos, los Gran Hermano y demás. En cuanto a la insistencia en el formato, un partido de fútbol ye siempre el mismu formato, pero triunfa igual. Nunca repetimos folixa, con la excepción de les piragües y San Xuan, que tienen una entidad especial, aunque ya no sabemos qué contar de elles y Martina Bueno [la productora ejecutiva] desespérase. Al final lo importante ye la xente. Hubo fiestes piquiñines que lo petaron mucho más que otres que en teoría teníen más empaque.
-La TPA cumple diez años. ¿En qué ha influido a la hora de revitalizar el sector escénico de Asturias?
-Muy poco.
-Y lo dice usted, que la TPA le ha cambiado la vida?
-A mí sí. Ye verdá que la TPA, además de cambiar la mi vida profesional, permitió que una parte importante de Asturies se sintiese o se sienta visibilizada. De toles maneres, ye muy poco que la TPA sólo-y cambie la vida a un actor. ¡Y con curro discontinuo! A mí cuando alguien me diz: «Oye, tengo que preguntate yo una cosa de la TPA», siempre respondo: «Pues pregúnta-y a la TPA». No entienden que yo no trabayo en la TPA como si trabayara en Hunosa. El mi casu ye más bien como si la TPA fuera el Alimerka y yo el encargáu de llevar el bonito.