Las vidas malditas y el jazz de Miles Davis y Chet Baker conquistan el cine

H. J. PORTO REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

Dos biopics abordan la conflictiva y genial carrera de ambos trompetistas, marcada por las drogas

08 ago 2016 . Actualizado a las 07:35 h.

Las vidas de los trompetistas de jazz Miles Davis (Alton, Illinois, 1926-Santa Mónica, California, 1991) y Chet Baker (Yale, Oklahoma, 1929-Ámsterdam, Holanda, 1988) están llenas del poder seductor que posee (exige y persigue) el cine. Su condimento trágico refuerza unas biografías marcadas por la genialidad, el éxito prematuro, las drogas, el descalabro, la autodestrucción y los intentos de renacimiento. Por poner un ejemplo gráfico, los dos sufrieron durísimas palizas de camellos y narcotraficantes de medio pelo que les dejaron serias secuelas en el rostro y, para más detalle, en boca, labios, dientes y mandíbulas, que, en su caso, son herramientas fundamentales para desarrollar su trabajo creativo: en algún momento ambos tuvieron que volver a aprender a tocar la trompeta -por los daños físicos padecidos- después de estas serias agresiones.

Precisamente, coinciden ahora en los cines dos peculiares biopics rodados el año pasado que abordan sus peripecias, de planteamientos novedosos aunque con intenciones narrativas claramente diversas. Son Miles Ahead, dirigida por el actor Don Cheadle -que debuta detrás de la cámara-, y Born to Be Blue, obra del realizador Robert Budreau -y que aún no se ha estrenado en las pantallas españolas-.

La cinta de Cheadle es trepidante, de ritmo vivo, un tanto irregular, pero se mueve cómoda en un caos que parece responder al turbulento estilo de vida de Davis, al nervio sincopado de su música. Pese a la carga dramática inevitable, Cheadle impregna su encarnación del trompetista de un agradecido desenfado al nivel de la pasión que pone en este audaz trabajo -participó en la gestación de la historia, la escritura del guion, la dirección, la interpretación, la producción e incluso en la banda sonora; y estuvo aprendiendo a tocar la trompeta durante seis años-, no exento de riesgos y que se centra en una de las mayores crisis creativas de Davis en su época de exploraciones eléctricas, a finales de los 70.

Aunque tampoco convencional, Budreau traza un relato más cercano al drama biográfico, sin por eso obsesionarse con la adicción a la heroína de Chet Baker (Ethan Hawke). Es más bien un retrato de sensaciones, que se va internando en la estampa poética, ayudado por el delicado uso que hace de un color que tiende al blanco y negro, a la evocación, a la textura inconfundible de sus baladas, al susurro de su voz afeminada. La película realiza una buena aproximación al alma del artista. Y, como si de un noir se tratase, baja al suelo y afronta el citado episodio en que rompieron los dientes a Baker: la sangre hace terrenal al poeta, que se vuelve hombre.

Y son interpretaciones en sintonías muy distintas, pero tanto Cheadle como Hawke completan actuaciones sobresalientes.