El arte contemporáneo reinterpreta el legado fílmico de Stanley Kubrick

rita álvarez tudela LONDRES / E. LA VOZ

CULTURA

Una exposición reúne en Londres a creadores que exploran el impacto del director

22 ago 2016 . Actualizado a las 08:03 h.

«El hecho más aterrador sobre el universo no es que es hostil, sino que es indiferente», acostumbraba a decir el cineasta estadounidense Stanley Kubrick. Ahora el artista Mark Karasick toma esa frase para hacer una instalación en el museo Somerset House en Londres y ensalzar junto a otros 45 artistas el impacto que tuvo el legado del trabajo de Kubrick en sus obras.

El canadiense Karasick inscribe la citada frase en un mármol y la acompaña de 220 reproducciones de una foto de cuando Kubrick era niño. Sujetas cada una de ellas con cuatro pequeños clavos, forman un lienzo gigante, que va unido al sonido de una mítica máquina de escribir Adler. Una sala en la que las palabras de Kubrick retumban con fuerza, como si de la voz de la conciencia se tratase, para hacer al visitante preguntarse por sus comportamientos en la sociedad actual.

Tal y como Karasick explora el impacto de uno de los más innovadores cineastas de todos los tiempos, otros artistas contemporáneos hacen aproximaciones a través de la fotografía, pinturas y esculturas, pero también con instalaciones, películas y hasta las bandas sonoras de sus películas más célebres: 2001: Una odisea del espacio, La naranja mecánica y El resplandor

Guiños cinéfilos

Una exposición que solo los más fanáticos del cine de Kubrick podrán disfrutar de pleno, pues está plagada de guiños que no todos los públicos lograrán entender. Para adentrarse en las salas, una suave de una luz naranja como la de su cinematografía, pero también un pasillo con una instalación de los británicos Adam Broomberg y Oliver Chanarin, que hace creer que se pisa el diseño de la alfombra del hotel Overlook en El resplandor.

Un hotel que también da pie a la maqueta del artista Gavin Turk que refleja el infame laberinto en su recinto. Su trabajo lidia con frecuencia con la ambigua relación entre representación y realidad, y aquí puede apreciarse su metáfora de la sensación de estar psicológicamente perdido. Comparte cuarto con el trabajo de Nathan Coley, quien, inspirado por la simetría de Kubrick, hace modelos casi idénticos de iglesias de Edimburgo.

De una sala cercana llegan los sonidos de 114 transmisores de radio analógicos en un auténtico réquiem. Si bien algunas están en armonía, otras no están bien sintonizadas y unas cuantas se pierden entre una pobre señal. Al unísono suena colectivamente una nueva versión de Dies Irae, el famoso himno latino del siglo XIII, considerado el mejor poema en latín medieval y que Kubrick utilizó al comienzo de La naranja mecánica y El resplandor, junto a los aullidos humanos y otros efectos sonoros. Ahí también llega el calor de una chimenea eléctrica rugiente, como si nos encontrásemos en los estudios de esa última película. En este caso, Stuart Haygarth tira de fuego eléctrico para recordar la escena protagonizada por el actor Jack Nicholson.

Con una temática de lo más variada, hay hueco para el sexo, la violencia y lo desconocido. Para soñar despierto, pero también para sentirse atrapado y querer salir corriendo. Como ocurre en la instalación del artista Toby Dye, donde une cuatro vídeos tomados desde la misma posición frente a un largo pasillo, pero protagonizados por cuatro personajes diferentes de las películas de Kubrick.

Hay también pequeñas salas para momentos de pesadillas, como ocurre con la colaboración entre Samantha Morton y Douglas Hart. Un vídeo, en parte autobiográfico de la propia Morton, en el que cuenta su experiencia de ver cuando era una niña, y sentada sola en la parte trasera de una sala de cine vacía, 2001: Una odisea del espacio. Ahí se alteran imágenes grabadas por Kubrick, con las de sus recuerdos mientras recorre diferentes puntos de Londres y otras tomadas mientras está incómoda en una butaca roja. 

Experiencia visceral

La exposición fue concebida por el realizador y músico James Lavelle, quien comenzó a trabajar en el proyecto hace cinco años. A él, se sumó también James Putnam, ejerciendo finalmente ambos como comisarios a partes iguales, consiguiendo el primero la colaboración de artistas de peso, y el segundo, la de cineastas y músicos. «Queríamos conseguir que fuese una exposición de arte muy diferente a las convencionales», cuenta Putnam, explicando como apenas hay texto en las paredes. «Tenía que ser una experiencia llamativa, visceral. Tuvimos mucho cuidado de no hacerla demasiado interpretativa, ya que no queríamos que la gente se quedase parada y tratase de leer bajo las tenues y parpadeantes luces», añade.

En definitiva, querían dejar que la imaginación del espectador volase lo más lejos posible, incluso hasta llegar a la confusión. «Hay una ambigüedad en las películas de Kubrick, un sentimiento de nunca saber muy bien cuál es el mensaje al que está tratando de llegar», apunta Putnam, y parece que en la exposición lo logran.