Así se forjó el mito de «Rambal», el asesinado que Gijón no olvida

Juan Carlos Gea GIJÓN

CULTURA

La Voz de Asturias

Miguel Barrero publica «La tinta del calamar», una mezcla de relato periodístico y ficción sobre el crimen que conmocionó la ciudad hace 40 años y los ecos que sigue provocando

09 sep 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Hace algo más de 40 años, el 19 de abril de 1976, entre los restos aún humeantes e inundados de una modesta vivienda del número 4 del Campo de las Monjas -hoy plaza del periodista Arturo Arias en el corazón del barrio playu de Cimadevilla-, nacía la que quizá sea la última leyenda de la ciudad de Gijón. Su nacimiento exigió la muerte de un hombre: Alberto Alonso Blanco, Rambal, uno de los más populares, queridos y castizos personajes de una barriada que rebosa de ellos. Y también, de algún modo, señaló el principio del fin de la época en la que Rambal fue todo un emblema de Cimadevilla, justo cuando España empezaba a salir también de los años de la dictadura.

Así lo sostiene, al menos, Miguel Barrero. Es la tesis de fondo que ha alimentado el motor de La tinta del calamar. Tragedia y mito de Rambal, el sexto libro del escritor, periodista y colaborador de La Voz de Asturias, recién publicado por Ediciones Trea y pendiente de presentación el próximo miércoles, día 14, a las 20 horas en la Casa del Chino; no muy lejos del lugar del suceso y en pleno corazón del barrio cuyas calles recorren las páginas de Barrero tras los rastros y ecos de «un enigma que permanecerá grabado a fuego en el subconsciente de los vecinos». 

No es, ni mucho menos, el primero en hacerlo y el escritor es muy consciente de ello. De hecho, eso es sobre todo lo que narra y revive La tinta del calamar: no el misterio de la muerte de Rambal en sí sino el misterio de la forja de un pequeño gran mito local. El nuevo libro de Barrero es historia de historias, conversación con los que antes que él, durante las últimas cuatro décadas, han ido contando y recontando, de viva voz o por escrito, esa «tragedia y mito» que, como merecedora de tal nombre, sigue hoy abierta y flexible a través de una maraña de chascarrillos, bulos, relatos apócrifos, informes policiales, páginas de periódico o libros como los escritos por Pachi Poncela (que presentará esa nueva rambaliana el miércoles) o Pablo Antón Marín Estrada. 

Ha sido un empeño de largo aliento. El hilo del relato enredó a un jovencísimo Miguel Barrero cuando aún estudiaba en Salamanca, en 2001. O mejor dicho, cuando pasaba sus vacaciones en Gijón y salía por Cimata de correrías con sus colegas. «Fue entonces cuando alguien me contó la historia, y me sorprendió mucho que hubiese sucedido ahí mismo, en una de las casas frente a las cuales pasábamos las tardes o las noches en Cimadevilla», recuerda el escritor. La levadura del misterio se quedó con él y fermentó muy lentamente. En 2008, Barrero empezó a trabajar sobre el asunto, aún indeciso sobre el registro de ficción -con el que arrancó, pero que no le satisfizo del todo- y el periodístico -que se incorporó algo más tarde, y dio lugar a algún artículo posterior sobre el asunto. Todos esos registros están en La tinta del calamar como lo han estado en anteriores obras del autor, y también su voluntad de construir artefactos narrativos que funcionen como tales pero que no esconden trampa ni cartón, o al menos advierten escrupulosamente del momento en el que el periodista está dando hilo de cometa al fabulador y viceversa.

 Esa «lenta gestación» no ha dado fruto hasta julio hasta este año, apenas un par de meses después del cuadragésimo aniversario del asesinato. Como empujón final ha obrado -confiesa Barrero- la lectura en la prensa local de unas recientes informaciones que, haciendo buena una vez más la tesis del libro, prolongaban unas cuantas páginas más el mito dando por zanjado el crimen. Nada hay oficial al respecto, así que Barrero sigue dándolo por irresuelto y asumiendo la tesis de otro de sus compañeros de coro rambaliano, Pablo Antón Martín Estrada, que sostuvo que la única justicia posible ya para el pobre Rambal era la poética. En esa convicción se ha basado este minucioso tratado de mitología local contemporánea.