El Museo del Traje entroniza a Tino Casal como icono de la modernidad española

Juan Carlos Gea REDACCIÓN

CULTURA

El centro dedicará al artista asturiano una ambiciosa exposición que reivindicará su indumentaria como «pura vanguardia» inseparable del resto de su arte

23 sep 2016 . Actualizado a las 16:34 h.

A Tino Casal le hubiese encantado saberlo. Cuando los responsables de la exposición que le va a dedicar en Madrid el Museo del Traje decidieron ponerse manos a la obra con el que consideran «uno de sus proyectos más ambiciosos», tenían en la cabeza a David Bowie. La magna exposición consagrada por el Victoria and Albert Museum a quien fuera la mayor devoción y referencia del artista asturiano -David Bowie Is- sirvió también como baliza para Juan Gutiérrez y Rodrigo de la Fuente durante la gestación de Tino Casal: el arte por exceso, la muestra que durante casi tres meses, entre noviembre y febrero, se adentrará en «la construcción del personaje y el icono pop» que Casal llegó a ser a partir, fundamentalmente, de la indumentaria en la que se envolvió.

«Se ha menospreciado todo lo que tiene que ver con la imagen de Tino Casal como su aspecto más frívolo o más prescindible. Se oye a menudo decir cosas como que fue un gran artista a pesar de ser un poco carnavalesco. Nuestra óptica es la contraria. Queremos abundar en su parte menos valorada, mostrar hasta qué punto su indumentaria y su forma de construir su imagen y su personaje fueron pura vanguardia, inseparables del resto de su arte», explica Juan Gutiérrez.

Tino Casal: el arte por exceso, girará en torno a más de 200 piezas, repartidas en unos 50 conjuntos, pertenecientes en su mayor parte a la familia del músico. En ese sentido, «viene a ser una prolongación de la exposición que se le dedicó en Oviedo hace unos años», ensanchada con más piezas de vestuario y con otras manifestaciones de un «creador incansable» que era en sí «un universo creativo entero»: diseños, portadas de discos, pinturas y esculturas, fotografías. Y además, en su misma constelación y época, aportaciones de artistas cercanos, como Costus, MacNamara, Pablo Pérez-Mínguez o Miguel Trillo. El catálogo, que aparecerá con posterioridad a la muestra, recogerá textos de sus biógrafos, Gerardo Quintana y Pep Navarro, y de otros allegados, y durante la exposición se pasarán vídeos y cortos relacionados con el artista.

Un guardarropa infinito

Con todo, lamenta Gutiérrez, lo que se verá en Madrid no deja de ser una pequeña muestra de «un guardarropa infinito». Él y el subdirector del Museo del Traje, Rodrigo de la Fuente, han organizado cronológicamente lo que ha cabido en el espacio limitado de la exposición. Aunque no se conserven demasiados testimonios materiales, el recorrido parte de los mismos inicios de Casal en Los Zafiros, en los 60, cuando el jovencísimo cantante se empeñaba ya «en cuidar el vestuario, las actitudes del grupo, la puesta en escena». A partir de ahí se salta al Londres de los 70, el mundo donde Tino recibió un decisivo baño de modernidad en los años en los que se pasaría de la hegemonía del glam-rock -con su barroquismo, ambigüedad sexual y teatralidad- al provocador do it yourself del punk y la new wave o el moderneo bailable y la calculada comercialidad de los New Romantics.

 «Era un momento muy interesante, que Tino vivió muy de cerca: el Londres de boutiques pioneras como Sex, de Malcolm McLaren y Vivienne Westwood, que luego se convertiría en una gran diseñadora internacional de moda y con la que, por cierto, Tino Casal tuvo ciertos paralelismos», señala Juan Gutiérrez. La osadía del asturiano resultaba provocadora incluso en aquel Londres donde todo era posible: «Su amigo Rico Roces lo recuerda en un concierto punk con una chupa roja, o rosa. Le escupían, pero él se quedaba tan campante. Le daba igual, iba por libre».

Coquetería masculina

Y lo mismo de vuelta en la España del reciente posfranquismo, el último underground y la primerísima movida. Tras los salivazos del punk, los insultos del castizo. «Se paseaba orgullosamente con aquellas indumentarias suyas por el centro de Madrid y la gente salía de los bares para llamarle "maricón" o "gilipollas"... y él como si nada. Era rompedor, supervanguardista, supervaliente. Estaba empeñado en reivindicar la legitimidad de la coquetería masculina, romper todas las convenciones de género».

En esos años, después de sacudirse los intentos por convertirlo en una especie de ídolo de la canción ligera a la valenciana y energetizado por sus primeros grandes éxitos, eclosionó el Tino Casal más personal y polifacético. En el Madrid del moderneo y el petardeo, llegó a ser «la más moderna», como ha tenido que admitir el mismísimo Fabio McNamara, «Era una referencia, y no solo en su entorno, sino también para el mundo de la moda en aquella época en la que en España se empezaban a formar los primeros diseñadores prêt-à-porter», asegura Gutiérrez.

Tino se vestía a sí mismo, vestía a su peña y también se atrevía a poner su toque en estéticas tan aparentemente distantes como la del heavy. Además de producir a Obús -recuerda Juan Gutiérrez- «puso un toque de agresividad punk» en la estética metalera del grupo de Fortu Sánchez, una de cuyas chaquetas tachonadas formará parte de la exposición junto a piezas como una célebre chaqueta que regaló a Paco Clavel, otra cazadora de Carlos García-Vaso, de Azul y Negro, «y puede que hasta la famosa chupa roja que apareció en Laberinto de pasiones, y que puede que ande en manos de Imanol Arias».

Como ya deja claro el subtítulo de la muestra, la marca de la casa fue «una estética de la acumulación y del exceso pasada por su filtro distintivo, lo que sus amigos, cuando iban a su casa a probarse ropa y disfrazarse  para salir por Madrid llamaban dar el puntazo». Sus armas, aparte de la creatividad sin tasa de la que habla Juan Gutiérrez, fueron «una habilidad enorme para el do it yourself, para hacérselo todo él mismo» y un olfato «para captar tendencias futuribles realmente especial». Y sobre todo una continuidad sin resquicios entre la persona, el personaje, el artista y el producto comercial.

Identidad de marca

«Son cosas inseparables en su caso, y él era muy consciente de eso. No solo trabajó su imagen de cara al público o como producto. Solo así ya sería muy interesante. Pero tampoco era solo un juego personal; era una cuestión de ser coherente en su forma de presentarse como artista o producto. Él decía que necesitaba una imagen acorde con la música que estaba produciendo, entendía perfectamente los mecanismos de la sociedad de consumo y el mercado globalizado», afirma Juan Gutiérrez. Tanto era así que a veces el envoltorio del producto ralentizaba la voracidad camaleónica de Casal: «Se lamentaba de no poder cambiar tan rápidamente como hubiera querido porque era consciente de que tenía que mantener cierta identidad de marca».

El comisario de la exposición no tiene empacho en señalar que, en ese aspecto, Tino Casal puede medirse con cualquiera. Dentro o fuera de España. «Su nivel de vanguardismo es comparable al de cualquier otra referencia internacional. Puso los puntos sobre las íes. Al compararlo con iconos de su tiempo como Madonna o Michael Jackson, o con otros más recientes, qué se yo, Lady Gaga, Tino sale fortalecido. Hay que recordar que igual que Madonna llegó a convertirse en modelo de Gaultier, Tino lo fue de Pepe Rubio o Alvarado. Pero él no era un producto: sobre todo era él mismo el que trabajaba su imagen juntando a las referencias del glam, del punk, los New Romantics o la New Wave otras tomadas del folklore español como los brillos y las lentejuelas, junto a elementos esotéricos. Su criterio era intransmisible, y lo defendió contra viento y marea».

Los veinticinco años de la muerte de Tino Casal han suministrado al Museo del Traje el pretexto perfecto para redondear una vieja apetencia. El momento, en sentido más amplio, es también «muy adecuado, porque» -señala Juan Gutiérrez- «hay otra mentalidad, y todo lo que hizo lo podemos entender cuando no hay ni un solo icono pop que no trabaje de un modo u otro el aspecto de la imagen».

Y aun así, es probable que sea difícil transmitir todo lo que significó en aquel preciso momento empeñarse en construir un icono pop con la voz que salía de dentro y con lo que uno vestía por fuera hasta llegar a ser «un moderno a ultranza, contra viento y marea». «Fue un personaje irrepetible. En su terreno, no ha habido otra figura con tanto empaque», concluye Juan Gutiérrez. Tanto empaque como para convertirse, finalmente, en figura de museo.

Eso también le hubiese hecho gracia.